invasión en Ucrania
EFE

Los horrores provocados por la invasión de Ucrania tienen visibilidad y reciben atención que hace recordar el largo recorrido entre los inicios del periodismo de guerra, en Crimea a mediados del siglo XIX, y el de ahora, con los recursos para difundir la información, las dificultades para contenerla y la alerta y estrategias ante su manipulación. En ese sentido, esta guerra recibe atención sin precedentes. Es así pese a los antecedentes de las violentas ofensivas del régimen de Vladimir Putin en Georgia, tan duramente en Chechenia, así como en su defensa del régimen sirio. Más allá de Rusia, la invasión ha sido precedida y ocurre en medio de otras crisis y enfrentamientos también signados por la barbarie, como en Etiopía, Yemen o Myanmar. La atención especial a la invasión y la guerra en Ucrania obedece a la escala y la escalada del desafío ruso en Europa, del que la anexión de Crimea en 2014 es uno de los peldaños cercanos. Después se fueron subiendo otros, rápidamente, dentro y fuera de Ucrania, aumentando el riesgo de la apuesta y calculando –no sin razones– que no sería muy costoso, muy resistido ni internacionalmente respondido. Pero ahora Rusia no es cualquier retador, pese a la desproporción entre sus fragilidades económicas y su poderío nuclear, poderío que es táctico y estratégico, para incorporar refinamientos al riesgo de la escalada nuclear.

Entre informaciones y análisis tan abundantes y diversos sobre las dimensiones no propiamente militares que rodean a la guerra hay, entre otros, tres aspectos de mucho interés y familiar cercanía para buena parte del mundo: el discurso de la ofensiva y la ofensa, la brutalidad y los alcances de una agresión imposible de defender y, en su trasfondo, el desafío humano, jurídico y político de responderla de inmediato y bien.

Los mensajes del presidente Putin, también los del canciller Lavrov y otros voceros y altos funcionarios, han ido escalando en dos aspectos. Por una parte, con inocultable insistencia en el “doble discurso”, como cuando habló de fuerzas de paz de Rusia o de su interés en proteger al pueblo ucraniano. Es un aspecto sobre el que, en tiempos de desinformación autoritaria, conviene volver a la lectura de 1984,  la célebre distopía de George Orwell, a quien la desaparición de la verdad asustaba más que las bombas. Por otra parte, también está presente en el discurso la escalada en las ofensas y amenazas a quienes se opongan a la operación militar especial –nombre dado oficialmente a la invasión–, en su llamado nacional a la “natural y necesaria autolimpieza de la sociedad” a partir de la distinción entre “los patriotas y la escoria, los traidores” y su propuesta de “escupirlos como a un mosquito que accidentalmente voló a sus bocas”. Son incesantes y largos sus mensajes nacionales televisados. La siembra del odio, la desconfianza y el resentimiento es constante en la campaña que polariza y niega libertades básicas, como la de disentir siquiera con el pensamiento. Allí también sustenta las medidas para atemorizar, castigar y controlar. Mientras tanto, sin embargo, en torno a quien encontró el modo de imponer su reelección y se ha propuesto gobernar hasta el 2034, no dejan de registrarse signos de aislamiento y desconfianza en su entorno más y menos cercano.

La brutalidad de la operación invasora es, desde sus primeros días y cada vez más, inocultable e indefendible. De hecho, las expresiones internacionales de apoyo a la invasión son escasas y pobremente argumentadas, en tanto que los rechazos han prevalecido sobre el pragmatismo de las abstenciones. Así se ha hecho notar en las votaciones en las Naciones Unidas: el 25 de febrero el Consejo de Seguridad el veto ruso bloqueó a los once votos a favor de la condena; el texto fue remitido a la Asamblea General, donde fue aprobada el 2 de marzo con 141 votos a favor, solo 5 rechazos y 35 abstenciones. De nuevo en el Consejo de Seguridad, el 23 de marzo, solo China votó con Rusia a favor de la propuesta rusa de resolución sobre la situación humanitaria en Ucrania. En el Consejo de Derechos Humanos, la resolución que el 4 de marzo condenó las violaciones de derechos humanos y del derecho internacional humanitario y creó una Comisión de Investigación Internacional Independiente, solo recibió el rechazo de Rusia y Eritrea, y fue aprobada con 32 votos  y 13 abstenciones. El 24 de marzo el Consejo de Administración de la Organización Internacional del Trabajo condenó la invasión, formuló iniciativas de solidaridad con los ucranianos y suspendió las invitaciones a la Federación Rusa, con 42 votos, solo 2 votos en contra y 8 abstenciones. Conviene también recordar la importancia de la Resolución aprobada por 25 votos en la OEA, el 25 de febrero, con las sombras de la falta de apoyos de Argentina, Brasil, Bolivia y Nicaragua. El viernes 25 de marzo ha sido discutida y aprobada una segunda resolución en el mismo sentido. China, el aliado de cercanía sin límites con el que según la Declaración Conjunta del 4 de febrero no habría áreas prohibidas de cooperación, se ha sumado a las abstenciones, salvo por su voto contra la resolución de la OIT y a favor de la derrotada propuesta humanitaria rusa en el Consejo de Seguridad. Xi Jinping –con cálculos para no arriesgar su reelección, las relaciones económicas con Ucrania y Europa, otros intereses estratégicos, ni la proyección internacional de China como potencia– ha mantenido distancia prudente, sin intención de dar apoyo militar y pareciera que con limitada disposición económica de apoyo. Vistos los efectos que según el gobierno chino tienen el trastorno y los riesgos de la guerra, no es aún del todo descartable que pudiera convenir a sus intereses inmediatos y de largo plazo un papel mediador.

En la guerra, elaborando sobre Orwell, la desaparición de la verdad, el derecho y la justicia son tan o más temibles que las bombas. Ante el enorme desafío de una brutal ofensiva, que ha sido muy bien caracterizada como guerra de elección por Richard Haas –en oposición a la guerra de necesidad, como guerra justa– ha habido respuestas inmediatas, coordinadas y coherentes desde una coalición global sin precedentes. Como destaca un análisis reciente de Oona Hataway, la invasión rusa de Ucrania y sus acciones de guerra constituyen la más abierta acción ilegal de guerra emprendida desde la Segunda Guerra Mundial, acción que ha recibido una más rápida y coherente respuesta internacional. Esta, en lugar de fragmentada y desde el desconcierto, se ha manifestado en respuestas inmediatas y coordinadas de sanciones al régimen ruso y de ayuda al gobierno y los ciudadanos de Ucrania. También se ha hecho visible en defensa de la institucionalidad, normas y principios internacionales que la agresión rusa niega. Pero no estamos en 1939 ni en 1945 y esa negación tendrá consecuencias que ya asoman los argumentos y la orden de la Corte Internacional de Justicia contra la invasión, el inicio de la investigación de crímenes de guerra y contra la humanidad por la Corte Penal Internacional, la creación de la Comisión Internacional Independiente para investigar violaciones del derecho internacional humanitario.

En suma, tres aspectos que nos acercan a la guerra en tiempos en los que los autoritarismos abandonan los disimulos y a las democracias y los demócratas corresponde y conviene actuar concertados, con coherencia y firmeza.

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