La guerra es un viejo y terco animal que habita en nosotros. Por más que queramos combatirla, extirparla, reducirla o acusarla, escapa del escondrijo en el que la hemos sometido a la disección racional de creerla controlada, y se enseñorea en su destrucción con una fuerza arrolladora, peor a la que le hayamos reconocido alguna vez.  Siempre se supera a sí misma y el único y posible límite es que su desarrollo llegue a tales fierezas que sea capaz de acabar con la humanidad para siempre.

Quienes han estudiado este fenómeno, desde Tucídides o Hobbes hasta Clausewitz coinciden en su inevitabilidad. El propio historiador griego, testigo de la Guerra del Peloponeso, recoge las palabras de Pericles en su Oración fúnebre (uno de los grandes discursos de la humanidad, en el que se definen la democracia, el imperio de la ley, la justicia, la igualdad ante la ley, el libre mercado y la guerra) hace el elogio de la defensa de la ciudad cuando escribe sobre los “hombres que, si alguna vez fracasaron al intentar algo, jamás pensaron en privar a la ciudad del coraje que los animaba, sino que se lo ofrendaron como el más hermoso de sus tributos. Al entregar cada uno de ellos la vida por su comunidad, se hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura más ilustre[1]. Para Pericles, Atenas representaba el centro de la vida misma y la civilidad y no cabe duda de que ante el peligro de ser conquistada por los espartanos, enemigos de la libertad, la guerra cobraba la ineludible condición de ser el recurso para defender los haberes civilizatorios.

Foto de la tregua de Navidad de diciembre 1914 en varias partes del frente de guerra. Perteneciente al album de CSM Herbert Styles del segundo batallón The Gordon Highlanders
Foto en las trincheras, durante la tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial, 1914

Esta condición romántica de la guerra de quien defiende su ciudad como su casa no ha sido siempre el motivo que encienda las contiendas, o mejor dicho casi nunca lo ha sido. Intereses de toda laya, de conquista, económicos, y hasta de un inentendible orgullo, han jalonado el impulso por el cual el hombre se convierte en el único primate que mata por placer, para citar la frase de Erich Fromm. Definiciones sobre la guerra sobran en el universo teórico desde Sun Tzu hasta Henry Kissinger. La guerra es la política seguida por otros medios, decía con claridad pragmática Carl von Clausewitz. El general William Sherman, responsable de incendiar Atlanta durante la guerra de Secesión americana fue menos locuaz, teniendo en cuenta de que Clausewitz había escrito todo un tratado, y se limitó a decir que la guerra era el infierno. El teórico prusiano Helmuth von Moltke, apuraba que lo mejor para la guerra es acabarla lo más rápido posible y ello justifica que se permitan utilizar todos los medios disponibles para ese fin, salvo los que sean absolutamente objetables. Iba más allá y la concebía como “una parte necesaria de la disposición del mundo por parte de Dios. Sin guerra, el mundo se deterioraría hasta el materialismo”, escribía en una carta en 1880. La guerra la deciden los Estados y gobiernos, y el individuo, ciudadano de a pie que poco o nada opina en estas escaladas de la violencia, debe seguir lo que aquellos decidan en su nombre y tan sólo le queda invocar aquella terminante frase que William Shakespeare esclarece en Enrique V: “Sabemos suficiente al saber que somos los hombres del Rey. Nuestra obediencia al soberano borra los crímenes que tengamos.”

Soldados de ambos bandos posando durante la tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial, 1914

La Primera Guerra Mundial fue el acontecimiento histórico que mayores desajustes causó en un mundo (europeo) que se había equilibrado luego de las guerras napoleónicas gracias al genio de Clemens von Metternich y de Robert Stewart, vizconde Castlereagh, durante el Congreso de Viena en 1815. Con el ascenso de Otto von Bismarck, la paz continental de Metternich sufrió un cambio y surgió una Alemania unificada que quería codearse de tú a tú con las grandes potencias mundiales. En honor a la verdad, los alemanes eran un conjunto de reinos, arzobispados, ducados, principados, ciudades libres y comerciantes de la Liga Hanseática. Bismarck alteró el tablero geopolítico, y la lógica prusiana unificó esos territorios que compartían una lengua y una cultura común. Buscaron un enemigo que los galvanizara, invadieron Francia y coronaron a su Káiser en Versalles. Voltaire decía que Prusia era un ejército que tenía una nación, y fue ese militarismo el que se impuso en Alemania, a despecho de sus poetas, filósofos, compositores y prósperos comerciantes.

Desde 1870 hasta el estallido de la Gran Guerra, la paz se impuso y su ilusión de que era duradera. En septiembre de 1914 cuando empezaron las hostilidades, los confiados soldados alemanes que fueron despachados al frente pensaban que estarían de vuelta en casa en diciembre. El optimismo se fundamentaba en la rápida victoria de los prusianos sobre los franceses en 1870 y al atrevido optimismo del plan Schlieffen que pretendía darle su merecido a franceses y rusos por igual. Los imperios y naciones europeos habían desarrollado un balance del poder que fue alterado por las cuantiosas inversiones militares que los departamentos de guerra habían realizado y cuyo armamento querían probar, y por la pretensión de un dominio en el continente que se extrapolara hacia el control de la preeminencia comercial más allá de sus fronteras. La apuesta fue catastrófica y algunos desubicados llegaron a pensar que se trató de una guerra de caballeros.

Distintas fotos de la tregua de Navidad en 1914
Fragmento de The Times, 2 de enero de 1915. “… La cosa completa es extraordinaria. Los hombres fueron todos tan naturales y amistosos. Muchas fotos fueron tomadas, un grupo de oficiales alemanes, un oficial alemán y yo, y un grupo de soldados británicos y alemanes. Los alemanes son sajones, un grupo bien parecido, solo deseando la paz, de una manera masculina, y ellos parecen de ninguna manera ante su último aliento. Yo estaba asombrado de la manera fácil en la cual nuestros hombres y los de ellos se llevaron entre sí»

La guerra duró cuatro destructivos años y no hubo ganadores, sino que todos perdieron. Cayeron imperios, se recompuso territorialmente el continente, surgieron ideologías totalitarias cuyos latigazos todavía sentimos, y se perdió aquella edad de oro de la seguridad a la que Stefan Zweig dedicó todo un libro autobiográfico para exhibir el colapso de la idea europea. Tal vez, lo que no se perdió, porque la humanidad construye su futuro sobre la base de los errores cometidos, al menos en una especulación risueña, fue la capacidad que tienen los hombres en reconocer su hermandad no declarada. Los sucesos de la Navidad de 1914 en los campos de Bélgica tal vez son pequeños destellos de alguna esperanza en el destino del hombre y su sentimiento inalcanzado de camaradería y solidaridad. En medio del fragor destructivo, básicamente de hombre a hombre, en medio de las trincheras, los soldados entendieron que la Navidad, el día del nacimiento del hombre aceptado como Dios, debía ser el día de la confraternidad, de entender el destino común del mensaje de Jesús, y comenzaron unos a cantar villancicos. Del otro lado, entendieron la naturaleza del gesto y repitieron los cánticos como respuesta.

Soldados alemanes en la primera guerra mundial leyendo su correspondencia y recibiendo obsequios de Navidad
Edición de The Daily Mirror donde apareció la foto de los bandos enfrentados en tregua por la Navidad

El Daily Mirror en su edición de diciembre de 1914 lo describe así, citando una carta del cabo A. Wyatt, refiriendo los sucesos de la noche del 24 de diciembre: “Comenzaron unas hurras a favor de los ingleses desde el campo enemigo alemán. Entonces, nuestros hombres y los alemanes comenzaron a entonar himnos y canciones a la vez que duraron toda la noche. La canción más cantada fue Stille Nacht, Noche de paz[2]. Al día siguiente, propiamente el día de la Navidad, el 25, el ambiente estaba muy espeso, y no podíamos ver con claridad lo que teníamos en frente, pero súbitamente se escucharon voces desde la trinchera alemana gritando: ´Vengan hasta acá, que no dispararemos´. Los alemanes salieron de las trincheras y se pusieron frente a ellos y empezaron a caminar sobre el campo. Nuestros muchachos, al ver esto, comenzaron a hacer lo mismo. Los alemanes se dirigieron a nuestras trincheras y al producirse el encuentro entre los soldados, los alemanes hablando en inglés nos desearon una feliz Navidad. Para nuestra sorpresa, nos encontramos con hombres que podían ser nuestros padres que nos dijeron que estaban hartos de la guerra, y que todos estaban casados. Terminamos en el mismo sitio jugando un partido de fútbol entre las líneas enemigas[3]. Se produjo, igualmente, un intercambio de tabaco, tarjetas postales y presentes de la exigua propiedad de aquellos hombres aventados contra su voluntad en una guerra que nadie quería y que tampoco ellos habían buscado. Los soldados se fotografiaron juntos. Esas treguas, como lo señala el historiador Stanley Weintraub, en su libro Silent Night, continuaron a lo largo de toda la guerra a pesar de la oposición de los mandos castrenses[4].

Juego de fútbol entre soldados ingleses y alemanes durante la tregua de Navidad

Uno de los versos de Stille NachtNoche de paz, señala que “Desde el pesebre del niño Jesús / La Tierra entera se llena de luz /Porque ha nacido Jesús /Entre canciones de amor”. Aquellos soldados deseosos de irse a casa entendieron que no sólo pertenecían a una gran familia humana, sino que sus parientes más cercanos se podían encontrar del otro lado de la contienda. Que apenas bastaría un gesto, una letra, un verso, una canción para reconocer que eran los mismos, solo que con otros uniformes y otras insignias dispuestos para exacerbar las diferencias y no las coincidencias.

¿Sigue siendo la paz una aspiración controvertida o inalcanzable? ¿Qué pensarán en esta Navidad los soldados ucranianos y los soldados rusos en un conflicto que los supera y los desdibuja? ¿Qué pasará en estos días en la llamada Tierra Santa en la que parece inevitable el permanente choque de civilizaciones al que se refería Samuel Huntington? ¿Qué nos toca pensar para fabricar entendimientos en estos territorios acicateados por la polarización política donde cuesta un lenguaje común y de unión? Tal vez sea urgente que brille la estrella de paz, la estrella de amor como lo susurra la canción. Hagamos la Navidad, el amor y no la guerra.

[1] https://ddooss.org/textos/documentos/el-discurso-funebre-de-pericles

[2] Canción de Franz Xaver Gruber y Joseph Mohr.

[3] https://historia.nationalgeographic.com.es/a/tregua-navidad-primera-guerra-mundial_8801

[4] Ibidem.


Artículo publicado en revistaesrtilo.org


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