El cine es un acto de fe en el imprescindible documental Leap of Faith, sobre los secretos de la producción de El exorcista, la película de terror de los setenta, amada y odiada a partes iguales.

Una crítica boomer la considera prescindible, un filme comercial funesto para el devenir de la industria, dadas sus réplicas banales y sus conversiones en un canon de Hollywood.

Sin embargo, otros críticos alabamos y reconocemos la impronta de su propuesta artística, generalmente incomprendida.

A tal efecto, la película permite a William Friedkin explicar el concepto de su obra, desde la perspectiva de un autor plenamente consciente de su oficio detrás de cámaras.

La cinta desarrolla un ensayo a cuatro manos, entre el realizador original y su estudioso Alexander Phillipe, quien conduce las preguntas en un fascinante diálogo como el de Truffaut con Hitchcock.

La pieza se arma como el making off definitivo, como el comentario intertextual y subjetivo de una adaptación imposible de crear en la actualidad, bajo los rigores de la corrección política. Es impresionante el contraste con la cultura de cristal de la actualidad.

Por ello, usted merece atender al contenido generado con toda la intención de preservar una memoria iconoclasta, bien formada y articulada.

De acuerdo con las anécdotas del guion, El exorcista surgió como un proyecto anómalo y a contracorriente de las lecturas conservadoras de la meca.

Así entendemos la profundidad del montaje, las influencias pictóricas del collage, las investigaciones sonoras orquestadas por el demiurgo en conjunto con los actores y técnicos.

Por lo visto, el largometraje se gestó como un palimpsesto de referencias malditas y sacrílegas, cuyas imágenes se inspiraron en Kubrick, Caravaggio, el expresionismo alemán, pero sobre todo, en la reinvención del minimalismo de Dreyer.

El exorcista maneja, además, un planteamiento realista y de observación, aprendido en las experimentaciones previas del creador al momento de diseñar Contacto en Francia.

La fotografía fue potenciada por un operador independiente y alternativo, curtido en los campamentos de los conflictos bélicos de la guerra fría.

Interesante la reflexión acerca de los avatares del casting, para seleccionar a los protagonistas de la trama, como Max von Sydow, una figura talismán de la vanguardia sueca liderada por Bergman. William Friedkin lo confrontó por su naturaleza austera y comedida, alentando el dramatismo del desenlace, cuando los demonios se liberan en perjuicio de los personajes principales del argumento teatral.

El eterno choque de la luz con las tinieblas, de la nobleza frente a la corrupción del cuerpo y de las almas, van otorgando el sustento adecuado a la escritura para detonar arquetipos y mensajes subliminales en el espectador.

El simbolismo del plot se traduce en una estética de los tormentos, con complejas reminiscencias bíblicas, psicológicas y filosóficas, dignas de una tesis de doctorado.

Es apasionante escuchar el relato de un autor comprometido a defender su idea hasta las últimas consecuencias, en un tiempo en el que el pasado se escurre y diluye a través de un tejido endeble.

El exorcista nos cambió la vida a muchos, por razones que desbordan la lógica y la razón. En mi caso, por casualidad, sufrí un trauma familiar el día en que la descubrí por televisión. Vivía en La Florida de Caracas y asaltaron nuestro apartamento por la noche.

Desde entonces, la película me desvela e inquieta.

Me ha gustado disfrutar de Leap of Faith para cerrar un ciclo y apreciar el valor sanador del cine.


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