La incertidumbre que vivimos opaca o vuelve poco creíbles todos los pronósticos. La permanente aceleración de los cambios deja poco espacio para su comprensión y menos para su asimilación. No hemos salido de la pandemia cuando entramos ya en una amenazante condición de guerra, con repercusiones imposibles de medir,pero presentes en todos los órdenes, del cultural al económico, del social al político, al ambiental, al tecnológico, al de las relaciones personales y de trabajo, al de los valores, de la comunicación, de la vida misma. La humanidad comparte, en buena medida, la conciencia de que ya nada será igual.

Pensando solo en la dimensión geopolítica, imposible no anticipar, por ejemplo, profundos cambios en los equilibrios o desequilibrios mundiales, en las alianzas, en el juego de fortalezas y debilidades, en el valor de la cooperación, en la vigencia de los principios y de las instituciones. La confrontación de modelos acentuará, sin duda, la diferencia entre los autoritarismos y las formas de gobierno inspiradas en los derechos de los ciudadanos, el imperio de las leyes, los valores democráticos.

Filósofos, científicos, políticos se han volcado a prefigurar las dimensiones de cambio y del futuro. Las élites, en buena medida,se esfuerzan por tomar conciencia de cómo es afectada su propia realidad, la delespacio económico, la del ámbito de las ideas, la de la cultura. No todos lo hacen. Para otros, la discusión del tema no ocupa sus preocupaciones. Desde luego, no cabe la postura simplista o negligente del dejar pasar o del conformismo. No pensar en los cambios no los hace evitables. Al contrario, solo contribuiría a agravar sus consecuencias.

Ya en 2003 el pensador francés Edgar Morin, guía de muchas generaciones, se refería al fenómeno de la aceleración de los cambios. Su propuesta sigue siendo válida: contra la política de la barbarie, escribe, se impone pensar en una política de civilización cuyos imperativos deberían ser una política de solidaridad, una de calidad de vida, una de vuelta a las fuentes y de restauración ética y una política de la esperanza, entendida sobre todo como posibilidad.Más cerca de nosotros, no son pocas las voces que reclaman profundos cambios de dirección para volver al ser humano al centro de la política y de los intereses. Son los que no se contentan con los índices macroeconómicos y reclaman la consideración de factores fundamentales como la preservación del ambiente, la satisfacción de las necesidades de la gente, la atención prioritaria a temas como alimentación, salud, seguridad, educación.

La adecuada inserción de Venezuela en esta dinámica supone la comprensión de nuestras propias capacidades, pero también del alcance y características de los cambios.No hay espacio para el aislamiento, ni en el orden de la producción, ni del comercio, ni de la tecnología, ni de la cultura. Equidad, gobernanza, flexibilidad, movilidad son exigencias ineludibles para mantener presencia en el mundo de cambios que nos toca vivir.

En un reciente foro de Analítica, la economista Sary Levy observaba con preocupación que estamos leyendo el presente a partir de nuestros referentes pasados, sin aceptar del todo que ya Venezuela es otra. Anclados en una economía de subsistencia corremos el peligro de ver la vida como simple subsistencia. Y abogaba por una economía pensada más en la gente que en el solo mantenimiento del control. Abogaba también por un crecimiento estable, sostenido e incluyente y por un entorno global orientado al fomento del bienestar y a la sostenibilidad ambiental.

¿Cómo se organiza un país disperso y fracturado? La primera condición no puede ser otra que le recuperación del sentido de unidad como país y la voluntad de entenderse, lo que implica claridad, serenidad, madurez, generosidad. “No veo que Venezuela pueda iniciar ningún tránsito económico sólido, con menos incertidumbre, sin ese acuerdo nacional” declaraba hace unos días la economista Tamara Herrera. Y añadía: “Eso despejaría todas las nubes que están tapando el horizonte, y allí sí puedes ir a la modernidad, no a la supervivencia”.

La dimensión del cambio global está, en gran medida, fuera de nuestro alcance, no así nuestra inserción inteligente y activa. Es la tarea que nos corresponde.

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