La ciudadanía, en todas partes del planeta, está cansada de solemnes declaraciones hechas desde lo más alto del poder, promesas que no tienen una correspondencia con las acciones que en función de ellas se emprenden. Es el divorcio entre la promesa y la acción lo que ya no consigue asir el interés del hombre de la calle.

La reunión sostenida hace unos días en Washington por los países de la APEP (Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas) aspiraría a ser percibida de otra manera. No se propone reemplazar a ninguna de las iniciativas de integración probadas en la región hasta el momento, algunas ya olvidadas, otras en proceso de avance o reajuste. Esperaría, sí, ser percibida como una opción diferente, reconocida por la voluntad de convertir oportunidades en realidades.

Promovida por el presidente Biden en 2022 para estimular la cooperación económica regional y el desarrollo sostenible, la reciente reunión la APEP concluyó con el compromiso de los líderes de Estados Unidos, Canadá y diez países latinoamericanos de constituirse en un foro duradero de desarrollo económico de la región, con la decisión de que sirva como una plataforma regional duradera “para llevar a cabo una agenda económica ambiciosa, flexible y orientada a objetivos”.

Las prioridades fijadas para el trabajo del nuevo grupo parecen repetitivas, pero se percibe en ellas una mayor voluntad de realismo, de concreción. Se resumen en cinco compromisos: fortalecer la competitividad e integración regional, fomentar la prosperidad compartida y la buena gobernanza, construir infraestructura sostenible, proteger el clima y el medioambiente y promover comunidades saludables. Se propone, en concreto, afrontar los desafíos que enfrenta la región en materia de infraestructura, medioambiente, tecnología y generación de empleo.

La APEP ofrece una oportunidad para profundizar la cooperación y la confianza entre los países del hemisferio. Basada en valores e intereses comunes y en los principios de competitividad, productividad, calidad y sostenibilidad, está concebida para generar beneficios para los trabajadores, las empresas, los consumidores y el medio ambiente. Su reto es traducir el llamado a la unidad en planes estratégicos concretos, hacer de la productividad una meta y un compromiso. Algunas de las medidas anunciadas o ya tomadas se insertan en esta línea de realismo. Solo a modo de ejemplo: la creación de un “fondo para la naturaleza” que Estados Unidos establecerá con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y que promoverá la inversión en “bonos verdes” y de “bonos azules”, para financiar proyectos para mejorar el medio ambiente y para proteger los océanos y sus ecosistemas.

La viabilidad de la APEP dependerá de su capacidad para superar los desafíos y obstáculos que pueden presentarse para su implementación, como la falta de coordinación, la burocracia, la politización, la corrupción, la inestabilidad política y la resistencia de algunos sectores o actores. A juicio de los expertos se hace evidente que “la asociación de Estados Unidos con la región necesita ser renovada significativamente para poder hacer frente no sólo al mayor crecimiento de China en la región, sino también a la naturaleza fundamental en la que se encuentra el mundo”. Trabajar para el presente y el largo plazo es, o debe ser, en concreto, preguntarse por el destino de nuestra región, de nuestros países, los vecinos del continente. Hacer de América un continente comprometido con el crecimiento humano y la democracia implica, entre otras cosas, trabajar juntos para mejorar la competitividad, generar más actividad para superar la relación de dependencia y privilegiar la cooperación. El camino es la diversificación, la complementariedad, la agregación de valor.

La próxima cumbre de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas tendrá lugar en Costa Rica en 2025, con el compromiso de presentar resultados, con la esperanza de haber convertido oportunidades en realidades.

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