Traicionar es una palabra difícil de argumentar, dependiendo del lado en que se encuentre; ser un traidor o haber sido traicionado. Complicada situación para poder explicar la violación de la fidelidad, el ultraje a la confianza.

Nos movemos en nuestro entorno con base en la solidaridad, el respaldo, la unión y la fidelidad. Correspondemos a la lealtad con lealtad. Por eso no toleramos la deshonestidad. Queremos siempre ser retribuidos en la confianza con más confianza. Por eso, en el momento de sufrir una traición, sentimos que fuimos violados en nuestra alma. Pero, como dijimos al principio, para entender una traición hay que analizar ambas vertientes, es decir: el traidor y el traicionado.

Para el traidor, su fin último es llevar a cabo tan pérfida acción; es satisfacer sus propias necesidades. No importa el precio que deba pagar, lo importante es conseguir el objetivo, con poco esfuerzo y mucha complacencia.

El desleal solo piensa en satisfacer su inmediatismo, sin pensar que sus acciones tienen consecuencias, no solo para él, sino para el ámbito donde se desenvuelve como persona.

Este desertor de la lealtad solo tiene en su momento la satisfacción momentánea de un placer efímero. No valora la longevidad de la fe ni la esperanza por otras personas depositadas en él. Sus acciones son signos de su egoísmo, donde lo que importa es él mismo y sus circunstancias. Los demás son el objeto para su fin. Pero el traidor sabe que, a la larga, sus actos no quedarán impunes, sino serán castigados con la encarcelación en la prisión del olvido, encerrado en una celda sin número.

El que sufre el agravio del traidor, el traicionado, es el que desempeña el rol más importante. No solo que a la larga su misión como ser humano es perdonar, pero no olvidar. Sino en recapacitar, en no cometer los errores que lo llevaron a esa situación.

El traicionado no es solo una persona. Puede ser una situación, un grupo, un todo. Por eso debemos reflexionar sobre el rumbo que se tomará una vez superada la infidelidad. No es apostando nuevas defensas para impedir la entrada de otros felones, sino corregir los errores que permitieron a ciertos individuos menospreciar la esencia de nuestros sentimientos.

Cuando suframos una traición, no sintamos lástima por nosotros. Sintamos dolor por aquellos que cometieron el error, que lo llevaron a perderse en el camino, pues a la larga ese desvío los llevará al precipicio que paso a paso están alcanzando.

Ser el blanco de una traición no quiere decir que seamos vulnerables ante las circunstancias. Más bien, somos acreedores de la confianza de muchos y la lealtad de todos, por ser simplemente como somos, incondicionales, honestos y solidarios.

Por eso es importante perdonar. Que se traduce en una acción sublime, que dibuja la esencia de nuestro espíritu. El perdón no es una simple acción de olvidar una ofensa, una deslealtad, una alevosía, una infidelidad, un engaño o mostrarnos indulgentes ante una humillación. Es mucho más que eso. Ser clementes es tener grandeza de espíritu y visión para enfrentar nuevos retos, sin que perdamos lo más importante… nuestra sensibilidad.

Eximir a alguien de un agravio parece fácil, pero en el fondo sabemos que no es así. En el momento de recibir el golpe se activan las alarmas, entra en funcionamiento el sistema de defensa y corremos a buscar el refugio para evitar las bombas que están cayendo sobre nuestra cabeza.

Tratamos de entender qué es lo que sucede. Buscamos el origen de esa injuria, de esa traición. Enloquecemos preguntándonos el porqué de ese oprobio, si lo hemos dado todo y nos pagan de esa manera.

Pedir perdón al que tiene que perdonar es muy fácil. Lo difícil es estar al lado del agraviado. Que luego de una andanada de vituperios y afrentas debe analizar bien los pasos que va a seguir.

Aquellos que se dedican a ofender sin pensar, a lesionar a nuestros seres queridos por egoísmos, a herir al ser amado por correr detrás de una nueva sensación, a lisiar nuestro entorno para buscar la vanidad, son sujetos que más necesitan de nosotros, de nuestro perdón.

Sí, es así. Entender a esas personas minúsculas, perdonando sus agravios, nos engrandece como individuos. Eso no quiere decir que estemos sujetos siempre a las destemplanzas y debemos colocar la otra mejilla. No. Es asimilar el golpe, seguir adelante con nuestra vida y no cometer los mismos errores.

Aquellos que nos agravian, a pesar de ser perdonados, nunca serán olvidados y pasarán a formar parte de la galería de personas indultadas, pero nunca más serán depositarios de nuestra confianza.

Los que ultrajan nuestra esperanza son aquellos que pierden lo mejor de nosotros. Los que no valoran nuestra entrega son los que estarán designados a perder la tranquilidad. Los que quebranten el amor serán destinatarios del olvido.

Por eso, al perdonar nos perdonamos. No para desconocer lo sucedido, sino para dar cabida en nuestra alma la clemencia, la bondad, la benevolencia, que nos engrandecerá y nos harán candidatos únicos para la felicidad. Esa felicidad que es, está y estará siempre en la grandeza de nuestros actos.

Por lo tanto, en nuestro corto tiempo que nos toca andar por las calles de la vida, no podemos ocultarnos detrás del mundo seguro de nuestra ignorancia. Usando como escudo, el juzgar, el disentir o el temer a cualquier nueva experiencia, por el simple hecho de asustarnos porque se altere esa estabilidad que no aguanta un análisis de nuestra farsa. ¿Será por eso que somos traicionados? ¿O somos traidores?

No quiero decir que no tenemos derecho de discrepar, todo lo contrario. Pero siempre y cuando sea en función de mejorar nuestro entorno y no asumir posiciones radicales, solo por el hecho de ver en peligro nuestra efímera estabilidad emocional y huir al mismo tiempo ante el miedo y el temor que nos paraliza ante lo desconocido.

Debemos utilizar nuestras discrepancias para ahondar en la verdad, no para marcar fronteras a nuestras angustias. El no estar de acuerdo es buscar la razón para llegar a una conciencia de la certeza. Que sea satisfactoria, no para complacernos, sino para ampliar nuestra capacidad de entendimiento, ante realidades que escapan de nuestro control, pero que no dejan de ser ciertas, por el simple hecho de no estar acorde con nuestra forma egoísta de ver el desarrollo de nuestra crónica de vida. Perdonar, siempre; traicionar, nunca; olvidar, depende de cada quien.

 


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