La Unión Europea es un jardín donde las reglas son más o menos conocidas. Y donde reina una relativa armonía. Pero nuestra Unión está rodeada de una jungla que poco a poco va carcomiendo nuestras fronteras y nuestra unidad interior. Debo esta metáfora a Josep Borrell, que en la Comisión ocupa el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Su discurso, pronunciado en 2022, estuvo motivado por la invasión de Ucrania. Por eso sigue siendo actual. A Borrell le parece que esta invasión rusa pone fin a un sueño muy antiguo de ordenar el mundo según leyes previsibles y respetables, que generalmente se expresa a través del concepto de paz por medio del derecho. Teniendo en cuenta que la historia de la humanidad está plagada de guerras y masacres, cabe preguntarse a cuándo se remonta este sueño de paz por medio del derecho.Seguramente a la época del Renacimiento. Antes, los Estados hacían la guerra y la guerra hacía los Estados. Pero estas guerras atañían en su mayoría a ejércitos en lucha contra otros ejércitos. Con las «guerras de religión» del XVI y el XVII, los conflictos bélicos empezaron a afectar a civiles, que antes consideraban que la guerra no era asunto suyo.

Fue entonces cuando los filósofos de Europa –Erasmo, Locke y luego, en el Siglo de las Luces, Kant, Rousseau y Montesquieu, y más tarde, en el siglo XIX, Victor Hugo (me olvido de algunos)– imaginaron un orden mundial: unos Estados Unidos de Europa para empezar, a falta de unos Estados Unidos del mundo donde las relaciones entre las naciones se gestionaran a través de la ley, no mediante la fuerza.

Hubo que esperar al presidente Wilson, que fue profesor de Derecho constitucional en Princeton, para que este concepto de paz por medio del Derecho se pusiera en práctica con la creación, en 1920, de la Sociedad de Naciones. El fracaso de esta organización, sobre todo porque Estados Unidos se negó a adherirse, condujo en 1945 a una forma más elaborada de intento de eliminar la guerra mediante la creación de la ONU, el Consejo de Seguridad y la posibilidad de intervenir en los conflictos. Pero, lamentablemente, sin que nadie lo supiera entonces, entraron en el gallinero los lobos, China y Rusia, los dos principales instigadores de la guerra, despreciando el Derecho internacional que habían ratificado. Pese a las deficiencias de Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad, desde 1945 no hemos vivido ninguna gran guerra. Todas han sido regionales, gracias en parte a Naciones Unidas. Esta organización ha actuado como una especie de mala conciencia de las naciones agresivas. Si hacemos una lista de los conflictos desde 1945, los agresores siempre han intentado justificarse remitiéndose a la Carta de Naciones Unidas, pretendiendo, con gran hipocresía, no quebrantarla, pero reconociendo, sin embargo, la existencia del derecho internacional; un tributo del vicio a la virtud.

Este tributo ha sido a menudo inmolado, por ejemplo, durante la guerra de Corea en 1950, la invasión de Afganistán por las tropas de la OTAN y la intervención estadounidense en Vietnam. Pero el concepto de paz por medio del Derecho ha seguido constituyendo el fundamento de las relaciones internacionales. Hasta la invasión de Ucrania. De ahí la afirmación de Borrell. Porque, por primera vez desde 1945, Putin no siente ninguna necesidad de justificar la invasión de Ucrania de ninguna manera legal. Nos devuelve a la época prerrenacentista, cuando el ejercicio de la fuerza era la única justificación de esta. Sustituye el Derecho internacional por la jungla.

Aparte del peligro inmediato para la paz mundial que supone la invasión de Ucrania, existe el riesgo de que la jungla se convierta en la nueva norma. Podemos observarlo con China, que está conquistando el océano que la rodea sin ninguna justificación legal, convirtiéndolo en un mar interior. Y se plantea conquistar Taiwán haciendo caso omiso de la Carta de Naciones Unidas, de la que es signataria. Si hasta la invasión de Ucrania solo había un modelo de referencia, la paz por medio del Derecho, ahora hay dos: la paz por medio del Derecho y el Derecho por medio de la guerra. La paz por medio del Derecho sigue siendo el fundamento de la UE, de Estados Unidos y de los escasos países democráticos que aún existen. Escasos porque solo 13% de la población mundial vive en regímenes auténticamente democráticos. Esta cifra disminuye, pero quienes no viven en democracia aspiran a hacerlo. La prueba es que allí donde la gente se manifiesta (Irán, Birmania o los países árabes) el modelo democrático es lo que les inspira.

De ahí la importancia de preservar este modelo a toda costa. Aquí es donde el papel de Europa resulta esencial. Si Europa es a la vez el centro de la civilización, la prosperidad y la democracia, seguirá siendo el objetivo por el que podrán guiarse los pueblos del mundo. Si Europa deja de ser ejemplar, la jungla ocupará su lugar y la paz por medio del Derecho no será más que un recuerdo. Por la mportancia decisiva de este modelo europeo, debemos perfeccionarlo democratizándolo, reforzando el poder de su Parlamento y de su Poder Judicial, y reprimiendo más severamente las desviaciones de gobiernos como los de Polonia, Hungría y tal vez Italia, que intentan introducir las leyes de la jungla en nuestro patio trasero. Me parece que España tiene que ejercer un protagonismo histórico en esta lucha, porque su influencia se extiende más allá de Europa a Latinoamérica, y también porque ofrece el precedente de la paz por medio del Derecho: el Tratado de Tordesillas de 1494, firmado bajo el arbitraje del Papa Alejandro VI, que prohibió la guerra entre Portugal y España y la sustituyó por una norma que se colocaba por encima de los Estados.

Artículo publicado en el diario ABC de España


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