Algo quedará claro al mundo de la fijación de metas que los líderes chinos están trazando en estos días para el tercer período de gobierno de Xi Jinping: sus autoridades están determinadas a recuperar los niveles de crecimiento anteriores a la pandemia.

Dos cosas deberán concomitantemente ocurrir para que ello tenga lugar: se priorizará como acción de gobierno, por encima de cualquier otro objetivo, conseguir una estabilidad económica que genere una expansión superior a 5% y se centralizará en las manos del presidente el poder para alcanzarlo.

La meta que los 3.000 diputados ya han formulado desde el Palacio del Pueblo de Pekín es bastante más aterrizada que la que se trazaron para el año 2022. Esta resultó inalcanzable dentro de la crisis interna provocada por la política de COVID 0 y la desestabilización mundial ocasionada por la invasión de Rusia a Ucrania. China apenas consiguió expandir su economía el año pasado en un modesto 3%, la tasa más baja en varias décadas. Pero aún dentro de este ejercicio de sindéresis económica y financiera los esfuerzos deberán ser titánicos.

Para poner a andar y sostener el andamiaje necesario para alcanzar esta meta será necesario un respaldo total de parte del Partido Comunista a las acciones gubernamentales. Nunca antes se habrá visto un ejercicio de solidaridad mayor y para ello han escogido con pinzas los hombres que organizarán la economía, las finanzas y el sector tecnológico. Estos deberán estar dotados, además de condiciones profesionales técnicas superiores, de la virtud de la lealtad, toda vez que la cuesta será en extremo compleja al interior del país.

La China de esta nueva administración del todopoderoso Xi tendrá que ponerle el pecho a proyectos de envergadura: se proponen crear 12 millones de puestos de trabajo urbanos y mantener por debajo de 5,5% la tasa de desempleo del país. De igual manera están determinados a rescatar y corregir los desbalances que han proliferado en las finanzas de la China rural lo que ha provocado un monumental déficit presupuestario global. Los esfuerzos por controlar los gastos de las regiones deberán ser superlativos al tiempo que se ponen en práctica programas para atraer inversiones del exterior y para disminuir el riesgo de los pequeños y medianos empresarios chinos profundamente desmotivados por la larga y perniciosa crisis provocada por las políticas internas de contención de la pandemia.

La novedosa asignación de prioridades dentro de la política de defensa y seguridad del país hace imperativo que el equipo que acompañará a Xi en esta nueva etapa baile al nuevo ritmo que impondrá el líder supremo. Xi ha pedido un presupuesto de defensa que se diferencia notablemente de los del pasado y 7,5% superior al del último año. Vale la pena hacer notar que el gasto de los demás rubros apenas se incrementará 5%.

La concentración de poder en este líder es lo que dominará el panorama chino en lo sucesivo. El Partido Comunista le dará el aval requerido en los días que vienen a las ejecutorias que emprenda que serán, sin duda, arriesgadas. El ambiente adverso que enfrenta la economía planetaria, el deseo exponencial de Occidente de limitar la gravitación de China en lo global y el peligroso ajedrez que le toca jugar de cara a Rusia, ponen a prueba su fortaleza y le inoculan algo de fragilidad a su mandato, sin duda.


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