Si nos guiamos por la engañosa trayectoria de la disposición negociadora de los representantes del gobierno de Maduro, la incorporación de sus diputados a la Asamblea Nacional de la mano de  los integrantes de la  Mesita,  creaba razonables sospechas de que algo, no se sabía qué, se traían entre manos, que no era la intención de legislar como corresponde a  cualquier  Parlamento, aunque sea sobre algunos temas sociales que al menos dieran la impresión de que algo les importa el país, más allá de las triquiñuelas para mantener el poder. Mucho menos llegar a acuerdos políticos en tema tan crucial como la constitución de un CNE con un mínimo grado de imparcialidad.

Todo hacía suponer que la alianza  con ese servicial  sector de la oposición estaba movida por un objetivo fundamental en el que se juntaron el hambre con las ganas de comer: desalojar a Guaidó de la presidencia de la Asamblea Nacional, asunto de alta prioridad para el gobierno de Maduro para desarmar del reconocimiento que le han dado a su adversario 56 países democráticos. Para la muy minoritaria minoría opositora de la Mesita el descabezamiento de Guaidó representaba una oportunidad de  oro para convertirse en los interlocutores privilegiados del oficialismo,  con todos los beneficios que aspiraban de dicha representación.

En este limbo, sin pena ni gloria y con algunos incidentes propios de las costumbres intolerantes y arrolladoras del chavismo, transcurrió el tiempo entre la incorporación de los diputados chavistas en el mes de septiembre y la revelación de la repugnante Operación Alacrán en el mes de diciembre, revelación que confirma que esta incalificable especie instalada en el poder al utilizar el conocido proverbio de que el fin justifica los medios no tiene límites de  bajeza, al destinar miles de dólares, de esos que le faltan a los venezolanos para comer y atender su salud, para comprar a unos cuantos inescrupulosos diputados con su misma escala de valores.

Que la Operación Alacrán había fracasado se sabía, que algo harían los partidarios de Maduro para impedir la juramentación de Guaidó era  de esperarse, pero los acontecimientos superaron lo imaginable. Que las fotografías y videos que han recorrido el mundo entero, en las que el cerco militar impide el ingreso al Hemiciclo de Guaidó y los diputados que lo elegirían, se traten de disfrazar con la mentira de que no ingresaron porque no quisieron es un insulto a la inteligencia. Que traten de mentir sobre la existencia de quórum para elegir la ilegítima directiva que el gobierno de Maduro reconoce, aunque las matemáticas más elementales no den y que se haya elegido a un diputado anodino, conocido solo por corrupto y por haberse dejado comprar, son hechos  que  hablan por sí solos de la desesperación totalitaria como mala consejera.

Luce muy probable que el corolario de esta extrema locura no sea el deseado. Por más que se esmeren resulta cuesta arriba que los chavistas puedan mostrar esta tramposa e ilegítima operación cloacal como una victoria. Cerrar el círculo del apoyo de todos los poderes públicos ilegítimos, les servirá para pagar y darse el vuelto, mientras se sientan seguros cocinándose en su propia salsa con el apoyo de la cúpula militar y la simulada unidad de la dirección política del PSUV. Pero ante la opinión pública nacional e internacional están hoy mucho más desprestigiados, incluyendo algunos gobiernos esquivos, como es el caso de Uruguay, Argentina y México, que no pudieron respaldar esas escandalosas escenas  de violencia gubernamental. El reconocimiento del mundo democrático a Guaidó se mantiene, y por ende el desconocimiento a los poderes ilegítimos, lo que les sigue impidiendo obtener préstamos y levantar sanciones.  A la mesita se le han comenzado a fracturar algunas patas importantes, a la vez que se tornado más unitario el apoyo a Guaidó.

No descartemos tampoco que Diosdado y algunos otros cómplices no tan de fiar del usurpador se le comiencen a incrementar ciertos temores.

Pero esta historia aún no ha terminado, cuando me dispongo a enviar este artículo me entero del cierre por cinco días del Hotel Paseo Las Mercedes donde se alojaban los diputados que eligieron a Guaidó. Pero  este domingo 5 de enero  ya  tiene su lugar en la historia, similar a aquella lejana fecha de enero de 1848 del asalto al Congreso durante la dictadura de José Tadeo Monagas para someter la dignidad parlamentaria.


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