Yo la conocí en el año 1963, cuando nací. Aunque no tengo recuerdos de ella en esos primeros días, en mi interior podía reconocer el palpitar de su corazón cada vez que me colocaba al lado izquierdo de su pecho. Recordaba su voz, cada vez que me cantaba. Vibraba con el calor de sus manos, cada vez que me acariciaba. La miraba fijamente y suspiraba, cuando me amamantaba. En el siguiente relato, trataré de resumir en unas líneas, todo sobre mi madre.

Mamma, nacida en Italia, mucho antes de que se inventara la televisión, fue la clásica matrona italiana. Dedicada a cuerpo y alma al hogar. En cuidar a tres niños, nacidos en esta tierra de gracia, mientras mi padre Agostino era el sostén del hogar.

Ida Teresa Russo Milano, nombre de soltera de la vieja, nació y creció en un hogar de clase media en Italia, que se vio obligada a migrar con mi padre, luego del desastre que ocasionó en Europa la Segunda Guerra Mundial. Mamma e papá tomaron un barco, por allá en los años cincuenta del siglo pasado, rumbo a un país que solo se conocía en el mapamundi, pero llenos de optimismo, porque Venezuela se perfilaba como una opción en crecimiento y desarrollo, que le abría las puertas de par en par a cualquiera que quisiera echar raíces en este hermoso país.

La primera parada que tuvieron los viejos fue en el estado Zulia, específicamente en Tía Juana, capital del municipio Simón Bolívar. Papá consiguió empleo en los campos petroleros administrados por la Royal Dutch Shell, como mecánico. Trabajo arduo, que se desarrollaba bajo un sol inclemente, pero bien remunerado.

Con el pasar del tiempo se cansaron del calor y los mosquitos. Ya con ganas de ampliar el número de integrantes de la familia optaron por mudarse a Caracas, para tener mejores opciones de comodidad, servicios y ambiente propicio para traer al mundo a los primeros venezolanos de ese grupo familiar. Recalaron en la parroquia San Juan, entre las esquinas Angelitos a Jesús. Todos nacimos en la maternidad Concepción Palacios.

Ida Teresa, sin descansar, atendía a papá, mantenía el hogar en óptimas condiciones y cada vez que nos sentábamos a comer, amenizaba la reunión tocando el acordeón. Melodías que reflejaban la añoranza por su país, pero al mismo tiempo expresión de felicidad por haber construido una familia en una nación como Venezuela.

Siempre estaba pendiente de que todo estuviera en su lugar, de que no nos faltara la comida y que los uniformes del colegio estuvieran limpios y planchados. Cada día era el mismo día, una rutina necesaria, para poder construir con su sacrificio mi vida y la de mis hermanos.

Con esfuerzo, trataba de ayudarnos a hacer las tareas, a pesar de que nunca logró deslastrarse de su acento. Siempre hablaba una especie de itañol, que solo nosotros entendíamos. Así lograba comunicarse y nos daba la orientación necesaria para realizar nuestros deberes.

Con los años, cada uno de nosotros tomamos nuestro camino y en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo transcurrió inexorablemente. Ya mamma e papá estaban viejos, no entendían cómo habían llegado a ese punto, no comprendían cómo habían llegado hasta allí. A pesar de que algunos dicen que la existencia es una idea, es inevitable la pérdida de capacidades tanto cognitivas como motoras, que afectan el diario desenvolvimiento de las personas a una cierta edad.

El primero en partir fue papá. Ser un fumador empedernido, a la larga, le pasó factura. Comenzando el nuevo milenio, su alma se marchó hacia un nivel superior, convirtiéndose en nuestro ángel de la guarda. Mi mamá estuvo a su lado hasta el último suspiro.

Con entereza y determinación, Ida Teresa llevó su viudez con valor y resignación. Volvió a la rutina de mantener la casa; sin embargo, cada vez que miraba hacia el sillón favorito de papá, suspiraba su ausencia, no podía evitar que una lágrima recorriera el camino de la vida que compartieron juntos, casi 50 años.

El tiempo, sin pausa pero sin prisa, fue transcurriendo. Ya la vida de papá continuaba en nuestras memorias. Mientras tanto mamma siguió envejeciendo. Sobrepasando la barrera de los 80 años, todo iba bien, excelente salud, algunas complicaciones en la movilidad, pero lúcida y coherente en su razonamiento. No obstante, esa enfermedad silenciosa se venía gestando en su interior. Al principio fueron pequeños detalles, olvidaba el lugar de las llaves, no recordaba algunos acontecimientos, descuidaba sobre la hornilla una olla hasta la evaporación. Comenzó a gestarse en su organismo la enfermedad del olvido, la demencia senil.

Hay momentos que mamma se para frente a un espejo y comienza a cuestionarse: ¿quién soy? ¿Cómo llegue a este estado? Deambula por la casa buscando recuerdos, escudriñando cada esquina, investigando sobre su vida. A pesar de las fotos, los objetos y los indicios de su existencia, no hay recuerdos, estos se desvanecieron. Esta enfermedad sigilosa y cruel ha convertido nuestra vida en una auténtica tortura afectiva, anímica y emocional.

Y ese momento tan duro que todos temíamos llegó. El día que parada frente a nosotros tres, Ida Teresa Russo Milano no nos reconoció. Fue una estocada en el alma, no había palabras para describir ese momento. Todos sentíamos que la habíamos perdido en vida, a pesar de que sigue respirando; su mirada es lejana, su cerebro no funciona adecuadamente. La demencia provoca que olvide todo, su presente se mezcla con su futuro, porque solo tiene en memoria el pasado. Ya no sabe qué día es de la semana, mucho menos el mes o año, si es de noche o de día. Todo el tiempo es el mismo tiempo. Ya la memoria y la razón la abandonaron, las omisiones son comunes, las aptitudes sociales son restringidas y el razonamiento es tan limitado que interfiere en las actividades diarias.

Ahora nuestra lucha cotidiana es tratar de llegar un acuerdo con ella, a pesar de que te puede preguntar muchas veces sobre una misma cosa; distraemos su atención, para evitar conflictos innecesarios por la falta de paciencia, nos esmeramos en reforzar lo bueno y no resaltar lo inadecuado, a pesar de que a veces nos estemos muriendo por dentro. Porque nuestra conversaciones se centran siempre en “ya te lo dije”, “lo has preguntado antes muchas veces”, “deja de repetir las cosas una y otra vez”.

Dejamos aún, a pesar de su movilidad reducida, que realice algunas actividades, para evitar la postración en una silla o marchitarse viendo televisión. Tratamos de reforzarle sus capacidades, a pesar de que cada día se desvanecen más. Pero eso no evita que ahora nosotros, en los rincones de la casa, en las fotografías y en los indicios, busquemos a nuestra madre, aquella que nunca dejó de expresarnos su amor, que siempre estaba lista para ayudarnos y que nunca dudó en reprendernos cuando algo hacíamos mal. Ahora, como una desconocida, nos pasa por un lado con una mirada extraña, como buscando respuestas en su cabeza de quiénes somos nosotros, por qué está en esa casa y ya no recuerda nada.

Ida Teresa Russo Milano se ha ido, su cuerpo con vida sigue con nosotros, deambulando por una realidad desconocida, sin entender su existencia, pero su alma ya partió en búsqueda de papá.

 


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