Foto Prensa Miraflores

La jornada electoral más desolada de la historia se vivió ayer en los pueblos y ciudades de Venezuela. Sin embargo, pasó lo que ya se sabía, los rojitos le pusieron mano a la Asamblea, el último bastión de la democracia que quedaba. Pero en realidad no hay cambios, todo sigue igual.

Seguirá apareciendo el mandante en cadena de radio y televisión exhibiendo relojes de más de 30.000 dólares con todo el descaro y como si no supiera que con una cantidad como esa muchos niños comerían a diario.

Se sentirá feliz el jefe del régimen porque habrá “ganado” las legislativas y no tendrá que abandonar el poder como lo había “prometido”.

Los seguidores del número dos harán cumplir su amenaza de que “el que no vota no come” porque para eso sí que son eficientes, para repartir maldad.

Seguirán los hospitales abarrotados y sin recursos. Los maestros continuarán pidiendo un sueldo que les alcance siquiera para comer. Los niños no tendrán aulas adónde acudir. Los médicos no tendrán con qué trabajar.

La producción petrolera seguirá en picada y ni El Palito ni Cardón producirán gasolina suficiente para surtir las demandas del mercado interno.

El sistema hidrológico continuará sin mantenimiento y el agua no llegará con regularidad a las casas. Tampoco se arreglará el sistema eléctrico y los apagones estarán a la orden del día.

Puede que el dólar eche pasitos para atrás, pero la norma será que continúe subiendo porque no hay quien le ponga freno con una verdadera y certera política económica. Y, paradójicamente, las colas de la gasolina se confundirán con las colas de carros que se forman para comprar arbolitos naturales.

El comercio de bodegón continuará alimentando la ilusión de prosperidad, pero también seguirá el hambre como una constante de este régimen.

¿Realmente queremos cambiar? Como ya se dijo, las elecciones de ayer nada tienen que ver con democracia. La consulta popular organizada por una oposición atomizada pero que no pierde su norte es la única alternativa de expresión. Tenemos hasta el 12. Digámosle al régimen lo que realmente queremos.


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