Quería titular “Castigos innecesarios”, pero preferí echar mano del título de una de las rutinas más importantes (la verdad es que todas son magníficas) del grupo humorístico-musical argentino Les Luthiers, aclamado y conocido en todo el mundo y multipremiado, incluso con el Príncipe de Asturias, oportunidad en la cual uno de sus fundadores aseveró:

“El ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito, mímico, dibujado, mejora la vida. Permite contemplar las cosas de una manera distinta, lúdica, pero, sobre todo, lúcida, a la cual no llegan otros mecanismos de la razón”. Marcos Mundstock

Por lo que llevo dicho, ya deben imaginarse mis amables lectores de qué va el asunto. Ante un tuit o trino de un prestigioso historiador venezolano, académico e intelectual que admiro y aprecio mucho, en cuyo contenido cita o califica de “porquerías impresentables” algunos contenidos, parodias o sketches del muy conocido, popular y longevo programa de humor venezolano Radio Rochela, muchas personas se manifestaron en contra y otras en favor de tal afirmación.

Quien suscribe, fan devoto del aludido programa, al punto de pedir en la universidad que no me asignaran horas de dar clases que coincidieran con el horario de la emisión de La Rochela, pues hasta ese extremo llegaba mi afición por el mismo. Procuraba no perderme ni un segundo.

A riesgo de lucir salomónico, no me importa, asumo que el doctor Pino Iturrieta ejerció su derecho a expresarse, es decir, hizo uso de un derecho humano que le es inmanente y connatural. Lo dijo él, que lo conozco y tengo afecto. Hubiera preferido que no lo hiciera, al menos en ese tono y peso específico de su contenido. Pero pudo haber sido un desconocido para mí, y de igual modo hubiera tenido que respetar su derecho a expresarse.

No estuve de acuerdo, pero insisto, debo sostener, defender y mantener mi respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales que estos conllevan. Nos guste o no. La libertad de expresión respetaré a todo trance, dejan a salvo las limitaciones o restricciones previstas en la ley.

Rechazo los ataques conocidos como falacia Ad Hominem o Falacia de ataque personal, que son los referidos a un tipo de falacia en que se ataca a la persona que emite un argumento. En este contexto, mis apreciados Emilio Lovera y Laureano Márquez se pronunciaron en respuesta al emisor de la opinión. ¿Y cómo lo hicieron? Con respeto y argumentos que consideraron válidos, suficientes y bastantes para redargüir al doctor Pino Iturrieta, quien por cierto ha anunciado para este domingo próximo responderle a Emilio Lovera en iguales términos, es decir, respetuosamente.

“El humor no puede existir del lado de los poderosos, los carceleros o los ejecutores cotidianos de la estupidez”, dijo el trujillano Adriano González León.

Pues bien, La Rochela nunca estuvo del lado de los poderosos, al contrario, muchas fueron las parodias en contra del poder de turno, los cuestionamientos a la corrupción y a males de parecida naturaleza y, en fin, sus rutinas de crítica política que sometían a riesgo a sus actores y libretistas. Tampoco se pusieron al lado de los carceleros, obviamente. Y si en alguna de sus etapas de baja calidad lucieron cercanos al “ejercicio cotidiano de la estupidez”, que sea el público que lo exprese, en el entendido de que fue un programa con más de cincuenta años de duración.

“El humor es una forma de hacer pensar sin que el que piense se dé cuenta de que está pensando”, según Aquiles Nazoa

Yo creo que esta definición le sirvió de base e inspiración al politólogo, escritor, actor y humorista Laureano Márquez, para escribir todos los sketches de cuando Los Colombianos viajaban en el tiempo y sostenían conversaciones con personajes de la historia universal y de nuestra propia historia.

Es sabido que, si a algo temen los autócratas ensoberbecidos, es a la inteligencia de los humoristas traducida en la agudeza de una frase lapidaria, la acertada caricatura que los desnuda, o la parodia escénica que les deshace la parafernalia, reduciéndolos a objetos risibles. Y la Radio Rochela, sin ánimos de erigirse en universidad ni en programa de vocación educativa o formativa, strictu sensu, servía de instrumento de crítica al poder, como dije antes, no como espectadores risueños del drama social, sino forzados a ser sus protagonistas y con frecuencia sus víctimas.

El humor siempre apela a la inteligencia, al buen gusto y a la capacidad de pensar de las personas. Incluso, de aquellas que están en el poder, quienes no siempre se muestran tolerantes. El humorismo ha sido un elemento clave en la formación de la personalidad del pueblo venezolano, el cual en circunstancias difíciles suele reaccionar con expresiones festivas que le permiten sobreponerse. El humorismo, suerte de “aptitud especial del intelecto y del espíritu” como lo definía Hegel, ha tenido en Venezuela una historia rica en creadores y obras, reveladora tanto de la aceptación y ascendencia de los humoristas en el seno de densos sectores sociales, como de sus peripecias para burlar con inteligencia la censura de las dictaduras y la intolerancia de más de un gobernante democrático cerrado a la frescura de la risa.

«Quiero un país con humor, donde se pueda hablar mal del gobernante y de quien lo eligió, que tengamos el derecho de detestar y a querer al presidente. Un país donde pueda jugar con todo, desde Simón Bolívar para abajo; donde la idea más sublime y la más rutinaria y mediocre contenga un sentido de humor y de juego”. José Ignacio Cabrujas

No puedo estar de acuerdo con Cabrujas. Más aún porque a nuestro humorismo, desde siempre esencialmente político, lo ha acompañado o le ha salido al paso en muchos casos, el execrable mal de la censura, que se presenta cuando la barbarie percibe temerosa los avances del talento, y se hace sentir en sus diversas formas que van desde la confiscación de ediciones, la clausura temporal o definitiva de publicaciones y los allanamientos con destrucción de imprentas, hasta la encarcelación de escritores y dibujantes humorísticos; y el camino que ha recorrido ha incluido sortear incomprensiones, intolerancia, ignorancia, prepotencia o abusos, de parte de más de un gobernante .

Castigos innecesarios: por una parte, cuestionar alegremente y sin bases, e intentar ofender a un eminente venezolano como lo es el doctor Elías Pino Iturrieta por una opinión emitida en el ejercicio de su derecho a la libertad de expresión, y por la otra, pretender desconocer los valores y méritos de la Radio Rochela, un programa de televisión que los tuvo, que forma parte de nuestro gentilicio e historia humorística, que vive en la memoria de los venezolanos y que aunque vuelva al aire y nunca llegue a ser la misma, prefiero sus parodias y rutinas emitidas libremente, en democracia y sin censuras, todo porque rías.


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