Cuando, un día de marzo, Chávez se liberó “de la vista, del oído, del tacto, del día (también de la noche)… de la esperanza, del sudor y de él mismo” (Así describe Borges la muerte), ya nos había heredado a Maduro.

El 8 de diciembre de 2012, en un mensaje dramático, tan dramático que en él se mencionó la palabra milagro diez veces, se despidió de lo que él llamaba “su pueblo”. En ese mensaje leyó su testamento, aquel donde dice que “de manera firme, plena, como la luna llena, irrevocable absoluta y total” unge a Nicolás Maduro como su sucesor. La cámara, entonces, se desplazó de Chávez a Maduro y todos le vimos la cara a quien fungía de vicepresidente: el hombre, de enormes bigotes, estaba asustado.

Y cuando dos días después, desde la escalerilla del avión, que lo llevaría a Cuba gritó “Hasta la vida siempre”, lo que parecía sólido empezó su lento desvanecer en el aire.

Lejísimos han quedado los días en la que la gente entusiasmada gritaba que “con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo”. 25 años después de su llegada al poder, el país a quien se auguraba pasar rápidamente a una era dorada terminó siendo un país con pobres y con pobreza.

Esto es, después de la ruina de Pdvsa, de las nacionalizaciones promovidas por la inflación ideológica, de la quiebra del campo con las expropiaciones de tierras productivas y convertidas posteriormente en desiertos de piedras y maleza, de la deuda impagable, de la entrega del país a factores extranjeros, de la corrupción a escala nunca vista y del enriquecimiento de su cúpula mediante negocios oscuros relacionados, entre otros, con el narcotráfico.  En fin, después de 25 años en el poder el resultado ha sido un país cuya gente ha terminado “viviendo semividas” y ha originado la emigración de 7 u 8 millones de venezolanos, emigración que no se detiene.

Con el advenimiento de María Corina Machado como fenómeno sociopolítico se ha superado la ausencia de una relación orgánica con el país, especialmente, con los sectores más pobres que el chavismo había utilizado como la base de su llegada al poder.

MCM nos ha sorprendido a todos con una enorme capacidad de convocatoria e interpelación de dichos sectores confirmando que se puede hacer política no solo desde el partido político, sino desde otras dimensiones de la sociedad. Su presencia ha roto la hegemonía que el chavismo había construido en esos sectores durante una buena parte del largo período en el que ellos han gobernado.

En efecto, durante todo el tiempo que el chavismo ha estado en el poder, la oposición y sus partidos, como herencia del período democrático, solo hizo política desde los partidos políticos, como el único espacio para hacerla y fue incapaz de organizar y concientizar a los sectores más vulnerables que quedaron a merced de la política de la dádiva del chavismo que se manejó con eficiencia para legitimarse, convirtiendo a los pobres en simple masa de maniobra.

Esa situación ha sido superada y la oposición que ha emergido después del 22 de octubre, con otra narrativa, se ha conectado con las energías populares y propone un proyecto de orden y cambio donde se relanza un nuevo equilibrio donde el Estado debe atender las necesidades más urgentes de la gente, interpelarlos, ya no como “pueblo”, sino como ciudadanos. Una propuesta política que le devuelve a los civiles el papel de actor fundamental en la construcción del orden y que recupera la libertad del mercado para que la sociedad renueve sus iniciativas de libre emprendimiento.

¿Es ese un camino fácil? No, no es un camino fácil. Por supuesto, si bien es cierto que el chavismo ha perdido la hegemonía para dirigir políticamente al país, sigue conservando toda la arquitectura represiva del Estado para seguir dominándolo sin libertad, por eso, al grito histérico de Cabello, Maduro y Rodríguez de: “¡Por las buenas o por las malas…!” no hay que desestimarlo y considerarlo una boutade del madurismo de “los últimos días” pues, como reza el refrán: “Cuando la zorra predica, no están seguros los pollos”.


*El título de esta nota lo tomo del libro de Berman Marshall: Todo lo sólido se desvanece. En realidad es una expresión de Marx.


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