Captura de pantalla / cortesía @elsistema_nucleotrujillo

El pasado sábado 25 de mayo, a la 1:00 de la tarde, empezaron a llegar en autobuses, camiones, autos particulares y hasta en motocicletas, desde el puerto de La Ceiba, Carache, Timotes, Boconó, Monte Carmelo, Monay, La Puerta, El Dividive, Flor de Patria, Escuque, El Paradero, Motatán, Pampanito, Sabana de Mendoza, Santa Ana, Santiago, Trujillo y Valera, al gran salón del Club Italven situado en el corazón del valle del Momboy. Eran más de 300 intérpretes y sus maestros, niños, jóvenes y algunos veteranos de las distintas orquestas del Sistema, junto a los trabajadores y directivos, familiares e invitados, que venían a un concierto en homenaje a su fundador, José Antonio Abreu Anselmi.

La abundante cosecha de la cual este evento es una importante muestra de lo que es hoy el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, fue concebido y fundado en 1975 por el Maestro Abreu como una  “obra social del Estado venezolano consagrada al rescate pedagógico, ocupacional y ético de la infancia y la juventud, mediante la instrucción y la práctica colectiva de la música”.

Hoy cuenta en Venezuela con más de 1 millón de beneficiarios, más de 1.700 orquestas, cerca de 1.500 grupos corales y 440 núcleos, y su experiencia está siendo aprovechada por unos 70 países. Muchos de sus egresados que han emigrado se han incorporado a prestigiosos movimientos musicales en todo el mundo o han creado sus propias iniciativas.

José Antonio Abreu Anselmi nació el 7 de mayo de 1939, cerca de este lugar, en la ciudad de Valera, y su vocación se inició en casa de sus abuelos maternos Antonino Anselmi Berti (Don Tonino) y su esposa Duilia Garbatti, en un modesto pueblo llamado Monte Carmelo, que está  pasando las montañas que quedan al frente de este club, al oeste, pasando las estribaciones norteñas de la Sierra de La Culata, por el páramo de El Tomón, capital del municipio del mismo nombre, que es el único municipio trujillano que tiene páramos, pie de monte, llanuras y costa en el lago de Maracaibo.

Tenía un puerto llamado La Dificultad que quedaba en la margen derecha del río Pocó, en la desembocadura del lago. Aún existe, pero está al otro lado y retirado del río. Allí llegó un barco desde Italia con una maravillosa carga de familias italianas buscando suerte en esta “Tierra de Gracia”, y su cargamento de talentos, ideas, herramientas e instrumentos musicales. Eran además de los Adriani y Garbatti, los Paolini, Monzillo, Burelli, Quintini, Giacoppini, Benedetti, Manucci, Garbatti, Braschi, Cesare, Paolini, Poggioli, Quintavale, Lupi, Miliani, Sardi, Ciangherotti, Baldansi, Gentili, Arnaldi, entre otros.

Aquí en La Dificultad tocaron la tierra donde forjarían su nuevo destino, donde realizarían sus sueños y aquí comenzó la nueva aventura vital que casi de inmediato fue una bendición para los que ya estaban aquí y para los recién llegados. Subieron la cuesta aguas arriba del Pocó y en el llano, antes de acercarse al pueblo, voltearon la mirada al poniente, se despidieron de la ruta que los trajo y fueron al encuentro de sus nuevas querencias. Allí buscaron la suerte y la encontraron gracias a la hospitalidad de los paisanos y al trabajo desplegado.

Fundaron hogares, construyeron sólidas casas, se integraron y mejoraron el cultivo del café y su procesamiento, desplegaron su cultura en armónica sintonía con los lugareños y se fueron extendiendo hacia otros lugares trujillanos y de las serranías andinas.

Don Tonino y su esposa Duilia crearon un centro de cultura para formación en teatro, literatura, música y otras bellas artes, y al poco tiempo fundaron la Filarmónica de Monte Carmelo con 46 instrumentos y los intérpretes que lo acompañaron en el viaje, más los criollos que se incorporaron como los hermanos Alejandro y Trino Rosales, Quintiliano Briceño, entre otros.

Allí están las semillas de lo que hoy es esta maravilla de la cual disfrutamos el sábado 26, cerca de los lugares donde todo comenzó.


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