Cuando un rector, máxima autoridad de la universidad expresa sin rubor, pudor, sin que se le agüe el ojo ni arrugue la cara “títulos y títulas”, y además se esmera con entusiasmo ridículo en dejar claro que los entrega por instrucciones del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, es señal de que algo no va bien.

Lo de “títulos y títulas” es analfabetismo, ignorancia supina del castellano porque, entre otros detalles, los títulos son títulos, no tienen género –“género” es sexo–. Los títulos no los otorga el rector, ni una universidad porque lo ordene algún funcionario, ni en su nombre, sino como reconocimiento al cumplimiento de los requisitos y por los méritos del alumno.

Si el presidente usurpador Maduro, por jalabolismo y jalabolisma de los estudiantes y estudiantas de esa universidad o universidada del Estado o Estada, decidió no presentarse a pesar de ser nombrado padrino (no madrina, que esto quede claro) de la promoción, es su decisión, complicaciones y desprecio; pero es deprimente pensar que los mismos graduandos y graduandas que echaron a gritos y gritas al Potro Álvarez, a quien algún necio irreverente nada conocedor del protocolo y sobriedad universitaria invitó a cantar en el acto de graduación, deban graduarse con títulos y títulas y un rector (no rectora) conferenciando, graduándolos y graduándolas en nombre del padrino de la promoción que se dio el lujo de no asistir, es otra de las tantas señales de cómo van las cosas en Venezuela.

Se gobierna como los capataces llaneros guiaban las puntas de ganado, a gritos, silbidos y caballos jineteados –jineteadas si eran yeguas– con furor y dedicación hacia los extensos corrales, en cambote, al sol, en masa y con obediencia, pero sin orden ni comprensión, actividad de hombres arrojados que en la noche cantan joropos y de madrugada desayunan con un café negro colado. Era acción, pero no civilización. Como la de ahora en Venezuela, mucha subordinación al capataz, pernil regalado en el suelo o escondiéndolo en tanques vacíos (de los redondos o redondas, azules), bonos, promesas, alardes, pero nada de integración inteligente y voluntaria, menos de formación de un ciudadano o una ciudadana mejor.

Un régimen que solo quiere mando y refugio fortalecido para aguantar, nada puede dar excepto órdenes, regalitos, migajas y limosnas. Pavonea de patria como bandera, no como concepto; propone democracia como ilusión, no como realidad; conversa de riqueza como cosa de gobernantes y cómplices, no como bienestar de todos.

Es la maldición, tragedia venezolana, un castrismo socialismo nada sociable, obediencia y sumisión exigida como solidaridad, control y esclavitud descritos como camaradería; mentira como símbolo, y palabrería como doctrina.

No es fácil ni sencillo el camino a elegir, trazar y cruzar. Siempre hemos tenido una venezolanidad poco profunda pero ruidosa, musical, jacarandosa, manejable por directores de orquesta de poca cultura, pero de presencia aparatosa, hoy entristecida. En eso seguimos, pero en vez de mejorar, empeoramos.

@ArmandoMartini


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