Se requiere de mucha desesperación, insatisfacción y desilusión para escribir unos pocos buenos poemas”. (Charles Bukowski).

Si hay algo que he comprobado, a lo largo de estos años de escritura ininterrumpida, es que uno no puede sentarse delante del teclado en cualquier circunstancia, sobre todo, en cualquier estado anímico. Podría suponerse, desde el punto de vista del observador externo, del lector, que la situación ideal sería estar despejado, con la mente limpia, para poder hilar la complicada trama que requiere cualquier creación literaria, ya sea magnífica o minúscula, como estas columnas que me empeño en perpetrar; ausente de prejuicios para ser libre de avanzar en la dirección que el autor desea llevar adelante, como el arquitecto plasma en su obra aquello que, previamente, ha diseñado en los planos.

La experiencia, sin embargo, como en tantas otras materias, se encarga de matar y enterrar tus convencimientos, para demostrarte una vez más que no tienes ni idea de casi nada y que la vida del escritor, como la de tantos otros, consiste por lo general en una dinámica de errores a los cuales vamos intentando poner solución, con las armas físicas o intelectuales con las que contamos.

Así pues, yo era un convencido de la metodología. Cuando empecé con este noble arte de enlazar letras y palabras, me sentaba a escribir con una idea bastante aproximada y organizada de lo que quería plasmar. Normalmente, incluso, no escribía hasta que encontraba la inspiración, el tema sobre el que desarrollar el relato y me producía una enorme desazón no encontrar una temática. Además, procuraba escribir por la mañana, casi recién levantado, que es el momento del día en que mi cabeza está a pleno rendimiento, porque yo nunca he sido muy vespertino y después de la siesta me cuesta arrancar como a un viejo diesel en una nevada.

Ahora, pienso en el que era entonces, hace apenas unos años, y me dan ganas de reír, por no llorar. La experiencia, una vez más, me ha ido poniendo en mi sitio. Es verdad que yo nunca he sido muy de aprender de mis errores, sino más bien de seguir cometiéndolos hasta la extenuación, pero en este caso en concreto creo que estos errores se han pulido por sí solos, como un canto en un arroyo, redondeando las aristas que, al principio, me impedían avanzar sin tropezar.

Es cierto que, a veces, hay que tener un tema; y digo bien, solo a veces, pues son muchas las ocasiones en las que me he sentado ante el teclado y, como Jesucristo a Lázaro, le he dicho que resurja de su apatía y escriba: “Escribe maldito, escribe lo que tú quieras”. Y me ha hecho caso. No lo creerán, pero es así. Muchas veces el teclado cobra vida, y no siempre cuando es deseable. En muchas ocasiones se empeña en llevarte por un camino que tú no te habías ni siquiera planteado. De cualquier modo, no pude avanzar en la escritura hasta que no comprendí que no hay que tener un tema o, más bien, que todo es un tema. Yo he leído columnas brillantes y, por qué no decirlo, he escrito buenas columnas de lo más nimio, como el vuelo de una mosca; y es literal.

Otro importante factor en el que estaba confundido es en sentarme ante el teclado con la mente despejada. Sinceramente, yo necesito estar endemoniado por los acontecimientos para sacar un buen texto. Un escritor debe escribir movido por sus demonios. No por sus certidumbres, sino por sus incertidumbres, sus dudas y desde lo más profundo de sus dolores más ocultos. La frustración, la rabia, el descontento, son las llamas que avivan la hoguera. Nadie, absolutamente nadie, ha escrito nada brillante en su momento más feliz. De la felicidad solo puedes esperar frases vacías, de las que renegarás tan pronto como las hayas plasmado. Es el dolor, el odio, la rabia, la que te conducirá a escribir aquello que perdurará en el tiempo, incluso después de tu extinción.

Según Isabel Allende, “el escritor escribe lo que lleva dentro, lo que va cocinando en su interior y que luego vomita porque ya no puede más”. Yo creo que la escritura es la válvula de salida de lo que habita en ti y no puedes contar a nadie salvo al lector, gracias al anonimato, a la distancia física y a la iniquidad que representa el que cualquier obra literaria puede ser tildada de ficción. Es aquello que te impide matar o que te impide matarte, cuando ya no sabes cómo canalizar tus sentimientos.

Esto lo enunciaba con maestría Gabriel García Márquez cuando opinaba o más bien afirmaba que “El escritor escribe para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar”.

En cualquier caso, acéptenme un consejo:  no intenten escribir si algo no les atormenta, si no sienten rabia y rechazo por el mundo, aunque sea ocasionalmente; el escritor ha de tener tinta en las venas y plomo en el corazón y si no tienen una buena colección de mierda bajo la alfombra o varios cadáveres en el jardín, fracasarán.

La literatura no es para cuerdos, para mentes bien estructuradas y normalizadas. La literatura debe explosionar como una olla a presión defectuosa, esparciendo lo que había en su interior y salpicando todo. Si un libro, si un escrito no destruye tus seguridades, tus dogmas, en alguna medida, probablemente no vale el tiempo que le vas a dedicar.

Aun así, si quieren hallar el alma del escritor, lean, analicen. Sus miedos y sus deseos están entre sus líneas. Solo hay que saber buscarlos.

Lean.

@elvillano1970


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