Hemos caído en el pánico inmoral de la indiferenciación, de la confusión de todos los criterios”. Jean Baudrillard

Hace justo veintiún años la sociedad venezolana se hizo masa, todos a una, en una suerte de reedición de la obra de Lope de Vega. La joven mancillada era la libertad, el mérito devenido envilecimiento por un caudillo de cara pintada, que le salió a la sociedad nacional como un tumor en el cuerpo  moral del Estado, una pústula dolorosa que nos cobraría la juventud a mi generación, quienes hemos envejecido acumulando derrotas. Qué lejos quedaron las consignas, las cacerolas, las marchas en contra de aquel teniente, quien pito en mano expoliaba a la técnica y meritoria Petróleos de Venezuela de su rama gerencial, para darle una estocada de muerte y convertirla en una cueva de ladrones. El títere de Miraflores seguía las instrucciones de su mentor en tiranías y tropelías contra la dignidad. Al fin el sueño de Fidel estaba cumplido, tomar a Venezuela como la decimosexta provincia de su isla prisión, sin siquiera usar la fuerza, solo pivotándose en la fascinación que le causara a otro orate moral idéntico a él, quien le permitiría deslizarse por los intersticios de la dignidad nacional y crecer como un moho fétido y asfixiante.

Mi generación participó en aquella marcha espontánea al grito: ¡Hasta Miraflores! La idea, y quiero aclararlo de manera meridiana, no era cobrarnos venganza, menos plantear un golpe de Estado, pues los sediciosos, los golpistas y quienes planearon un magnicidio en contra de Carlos Andrés Pérez en 1992 estaban instalados en la butaca del poder, gracias a la venia cómplice del gobierno de Caldera, aquel que le abrió la celda a Hugo Chávez y a los enemigos de la libertad, logrando también que nuestra generación no tuviera oportunidades, ni juventud, solo derrotas acumuladas, traiciones y empellones violentos al exilio, la muerte o la cárcel; esas fueron, son y al parecer serán las opciones de nuestra generación, mientras que las venideras se encuentran vaciadas de espíritu, de Logos y absolutamente dañadas por el peso del daño humano, ese hombre nuevo es el homo saucius, infinitamente pobre, indiferente, vapuleado e incorporado a un sistema empobrecedor de la Gnosis, que adoctrina a esclavos, nihilistas y laxos comprables y cuyo único interés es el crematístico, que va desde una bolsa de comida de muy baja calidad, hasta echarle mano a 458.000 millones de dólares, para que los corruptos se persigan entre sí y demuestren sin escrúpulo alguno su talante gansteril, propio de la más ruin cacocracia.

Aquel 11 de abril de 2002, hubo una carta de renuncia firmada a un desaparecido Lucas Rincón, quien se cree vive en Portugal, en un cómodo exilio. Hubo esa carta y una cadena de aquello que aún se llamaba Alto Mando Militar, exponiendo en clara e inteligible voz: “Se le solicitó al presidente de la República su renuncia, la cual aceptó”, pero las fallas del sector ávido de poder demostraron las costuras de una torpeza histórica; ese error, aquella falta absoluta de madurez, conjuntamente con la acción del amado compadre, impondrían de nuevo a un Chávez que contaba con un relato mítico en país de relatos mágicos. Por desgracia Venezuela ha estado signada por la obra de Francisco Salazar Martínez, siempre hemos dependido de los Tiempos de compadres, en cuyos odios y simpatías, en torno a un sacramento hemos recibido todos la última comunión de nuestra libertad, y así idéntico a los odios y simpatías entre Castro y Gómez, ocurriría entre el general Baduel, autor de la frase “Patria, socialismo o muerte” y su amado compadre verdugo, en cuya trampa de irascibilidad caería preso y perdería hasta la vida. Una advertencia para tantos atolondrados quienes creen en las égidas en los tiempos de las tiranías; en medio del horror nadie se encuentra a salvo, ni los más incisivos opositores y menos los adláteres que comparten las literas con los anarquistas coronados.

Este país necesita que llueva, la plaza sigue sucia, inmunda de mentiras y falencias, de traiciones y acomodos en el poder, este país no es un país, es un amasijo de indecencias, de opacidad y de cómplices del silencio, un país que cumple veintiún años de aquella marcha multitudinaria, repelida por pistoleros desde Puente Llaguno, entre quienes se encontraba quien dirige este régimen abyecto y gansteril, implacable inclusive entre sus iguales a quienes persigue por corruptos luego de haber permitido toda clase de ilícitos, y pasar factura ahora; otra advertencia para los adláteres, la revolución es un monstruo insaciable de sangre, un depredador hasta de sus propias filas, no puede haber alegría en la justicia de la gansterilidad, pues allí no hay justo equilibrio y menos equidad o igualdad, solo ajuste de cuentas y venganzas, pugnas internas. Quizás estamos frente al eclipse de estos horrendos 25 años, mi generación fue expoliada, no tuvimos oportunidad, todo sigue igual o peor, el sabor amargo de la violencia es terriblemente emético, de nada sirvió tanto puño en alto, tanta sangre derramada, tantos jóvenes que nos sirvieron de escudos y de vanguardia a esta generación, la del parto del chavismo con sed de odio, resentimiento y maldad.

Luchamos en vano contra un Leviatán inmisericorde, muy grande y terriblemente infravalorado, nunca advertimos la amenaza del chavismo, siempre tomamos con la misma chanza, que reside en los resquicios de la pobreza del lenguaje, las verdades de la renuncia aceptada, llamarnos camaradas, escuálidos y cuanto calificativo peyorativo nos adjudicaban, hasta el punto de despersonalizarnos hasta el límite de dejar de ser personas y soportar cualquier crimen, bien sea ser lanzado de un edificio o molido a golpes hasta la muerte, mientras se pide en una audiencia de un pestilente sistema judicial auxilio al abogado, pues el amor revolucionario traducido en golpes te hace agonizar en plena sala de juicios, caso del capitán Arévalo, entre otros cuentos de horror que se compilan por el comisionado de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, para conformar un expediente con mayor peso literario que judicial.

Así pues, nunca fuimos jóvenes siempre viejos, enjutos, derrotados, amargados y burlados; sin embargo, en nuestros escombros interiores del insilio, en donde yace la más dura pobreza, aún somos dueños de nuestro relato, podemos decir, veintiún años después del 11 de abril, que aún nuestras convicciones quedan indemnes, inamovibles nuestros discursos, de los cuales somos dueños, siendo el más preciado la solvencia moral de gritarle a todo el mundo ¡Yo no! en franca reivindicación de la obra de Joachin Fest. La revolución no se nos inoculó por la lengua, no se filtró por el pensamiento y sobre todo no nos logró convertir en cosas, no somos comprables, no tenemos precio, somos los parias de la jerarquía roja rojita, esa que se robó 458.000 millones de dólares. Seguimos de pie, sabemos quién es el  carcelero, quién el secuestrador y sobre todo el responsable de este dolor punzante en el pecho que se llama Venezuela.

Hoy, a los 21 años del 11 de abril, parece que todo da igual, que no valieron los puños en alto, la sangre y el horror de inocentes, el extrañamiento y la imposibilidad de acompañar a nuestros muertos al sepulcro; que es nimio ser siempre extraño en un mundo hostil, que no nos recibe con la misma hospitalidad con la cual nosotros acobijamos a europeos, a migrantes del Cono Sur y a cuanto extranjero decidió hacer vida en nuestro país. De hecho, en palabras de Isabel Allende, ella conoció el color y la alegría en Venezuela; nosotros hemos vivido la xenofobia, el caos y el repudio por ser venezolanos, parece que llevamos la marca de Caín, pero, insisto, aún tenemos la moral para decir que le hicimos imposible la tranquilidad del autócrata Hugo Chávez y seremos siempre la piedra en el zapato del tirano Nicolás Maduro, cuyo régimen definimos como una mixtura de gansterilidad digna de Coppola o de Goodfellas. En 21 años el chavismo pasó de un autoritarismo abyecto a una colusión para el ejercicio delictivo; en tal sentido, asumiendo a Popper y al triángulo semiótico  de Odgen, no existen locus de comunicación políticos y éticos entre quienes asumen la violencia como un ejercicio potable del poder. Nos arrugamos, recibimos las cinco décadas molidos, rotos pero enteros en principios, quizás viejos pero más sabios; la tarea consiste en seguir empujando el carro, haciendo peso, para que el agua limpie esta inmundicia escatológica digna de los establos del rey Augías. No somos una generación de víctimas, somos la generación del valor y la consecuencia, la de la precariedad, esa gente que está esperando la lluvia para limpiar la plaza, los del canto “Al Vent”. Con la cara erguida, enjugada en lágrimas, pero siempre al viento y a la libertad. En consecuencia, se nos arrugó la piel, mas no el espíritu, pues en estos mustios años nos quitaron todo, y hasta el miedo nos fue expropiado, no tenemos nada que perder y mucho que ganar en consecuencia, coherencia, ejemplo de lucha, fortaleza y ejemplo para nuestra muy lacerada juventud.

Este régimen de fracasos y crueldades, en su afán por hacer espectáculo, decidió pagarle a un cineasta socialista, quien vive en el odiado imperio, una película panfleto intitulada The revolution will  not be televised, parafraseando a Gil Scott Heron; así, Oliver Stone torció la verdad e hizo parecer a Chávez y su macilenta personalidad propia de la gigantomaquia, como si se tratase de una versión llanera del Santo de Asís. En los años desde 2002 hasta la fecha, la libertad no es televisada, ni escrita en papel periódico y menos comentada en radio, cientos han sido los medios cerrados y censurados por esta gansterilidad, un ejemplo de ello es esta columna censurada por el régimen, en donde ahora se hacen una purga cual noche de las dagas largas; la nuestra, la noche de las bregas naranja, esta antinomia es una suerte de Sábado Sensacional eterno.

Finalmente, podremos contarle a nuestros hijos los cuentos de nuestras aventuras estropeándole la vejez al tirano avieso de Fidel Castro y a su cómplice mitómano y moralmente orate, la derrota fue muy dura, todos nuestros sueños se están pudriendo en las encrucijadas de la vida que suponen las revoluciones, nuestros muertos nos compelen a seguir cantando las verdades, por encima de la rabia y del grito. Reitero, esto de la lucha de la corrupción emprendida por corruptos es una antinomia ontológica digna de la transparencia del mal de Baudrillard, en memoria de todos los muertos, de los perseguidos, de los desaparecidos, de los exiliados, de los condenados al ostracismo. Se escribe esta columna para hacer  catarsis y vernos por dentro, descubriendo para nuestro bien que el abismo jamás miró dentro de nosotros. No estamos viejos, pues el espíritu se encuentra limpio, impoluto y jamás hizo ni hará intersección con la peste, en tal sentido, podremos cantarle al viento y esperar la decencia y la lluvia de la libertad.

Este paradigma del sujeto sin objeto, del sujeto sin otro, se descubre en todo lo que ha perdido su sombra y se ha vuelto transparente a sí mismo, hasta en las sustancias desvitalizadas: en el azúcar sin calorías, en la sal sin sodio, en la vida sin sal, en el efecto sin causa, en la guerra sin enemigo, en las pasiones sin objeto, en el tiempo sin memoria, en el amo sin esclavo, en el esclavo sin amo en el que nos hemos convertido”. Jean Baudrillard


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