Mes de fiestas y esperanzas, tiempos de recuerdos y buenos deseos, momentos de pesares y júbilo, días de tradición y herencias. Diciembre es un espacio para hacerse la ilusión de que la bondad que todos anidamos se terminará por imponer sobre la ponzoña que escondemos en nuestros corazones, a fin de cuentas santos no somos.  Esta es época de esperanzas, por lo general. Sin embargo, hace  un rosario de años que estas fechas se han tratado de sepultar en varios sitios. Cuba es uno de ellos, Corea del Norte otro, en Rusia también lo intentaron, aunque no es que ahora sea un plácido portal navideño precisamente.

Venezuela fue excepcionalmente copiosa en cuanto a manifestaciones para expresar ese manojo de emociones. Aguinaldos, gaitas, parrandas, décimas, fulías, fueron expresiones de ello. Aún sobreviven varias de esas manifestaciones, a pesar del oprobio rojito que quisiera solo motetes de alabanzas para la memoria del comandante supremo y toda su traílla de perros hambrientos. Ha habido un socavar permanente de nuestra cultura a todos los niveles. Lo mismo dejan a las universidades sin presupuesto, que van a medianoche a sentarse en sus pupitres (es la única manera que han encontrado para poder hacerlo, porque sus carencias educativas son de tal magnitud que nunca pudieran haberlo hecho en buena lid). No les tiembla la mano para crear un supuesto superhéroe con la figura del bigote bailarín, al cual anuncian con tétrico presagio de poseer un puño de hierro, o para mofarse de todo el país y la comunidad internacional celebrando unos comicios en los que impusieron a quienes les salió de su entrepierna en ciertos cargos. Esto último bajo el silencio y participación de aquellos que, se suponía, debieron dedicarse a denunciar semejante aberración.

Pasaré varias semanas de viaje atendiendo una invitación para dar a conocer mi visión de nuestra situación actual ante varios grupos de análisis, así que me será muy difícil compartir con ustedes en las fechas venideras. De veras quiero desearles a todos unas fiestas muy felices, pese a todo. Y espero que el Niño Jesús, si es que todavía existe, nos traiga de aguinaldo la salida de esta casta política –de una acera y de la otra– que nos ha tocado padecer en nuestros escenarios.  Esperemos que nuevamente ocurra lo que narra Lucas en su evangelio: “Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Y que la libertad llegue para Roland Carreño, Otoniel Guevara, Héctor Rovaín, Erasmo Bolívar y Luis Molina, entre muchísimos otros hermanos arbitrariamente encarcelados.

© Alfredo Cedeño

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