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Uno de los grandes constructores de la confianza es la transparencia y uno de los grandes destructores la mentira. En el mundo que se vive hoy se observa que muchas personas están tan acostumbradas a decir mentiras que solo muy en el fondo de ellos es que se acuerdan de la verdad. El problema es tan grave que se podría decir que estamos viviendo en la cultura de la mentira.

Muy pocas veces nos enteramos de la verdad en los acontecimientos de la vida nacional, internacional o incluso privados de una persona. Cada suceso siempre está maquillado por intereses; trayendo como consecuencia informaciones totalmente divergentes de un mismo hecho.

En estos tiempos la verdad objetiva, la realidad está prácticamente censurada, portada solo por aquellos valientes que piensan y obran coherentemente; sin importar tendencias, modas, culturas o el qué dirán.

A veces se quiere justificar la mentira diciendo que es para prevenir un mal mayor o para evitar un problema o las típicas mentiritas piadosas, pero la realidad es que una mentira siempre implica la distorsión o el ocultamiento de la verdad; y cuando se entra en ese vicio de no decir la verdad se pierde la honestidad, la capacidad de obrar bien, las propias convicciones e incluso la consciencia.

Esa pérdida de la realidad objetiva y la sucesiva cultura de la mentira traen como consecuencia la pérdida de la confianza. Es por esto que hay desconfianza en los gobiernos, desconfianza en los empleados o en los patrones, desconfianza en la pareja, desconfianza en los líderes políticos, religiosos; en fin, hoy en día se desconfía de todo.

Esta desconfianza generalizada ha generado un caos total. Se han perdido las referencias, los parámetros, cada quien opina y hace lo que cree y nadie cree en lo que escucha. Cada quien velando por sus intereses particulares, sin importar, ni creer en el otro. Esto ha traído como consecuencia un gran escepticismo y la predisposición al engaño.

Esta situación impide el sano desenvolvimiento de la vida social. Impide la necesaria organización de la gente en torno a objetivos comunes. Impide una sana convivencia en paz.

Los medios de comunicación han desempeñado un papel fundamental en la destrucción de la verdad. Antes uno pensaba que si algo salía en televisión o en la prensa era porque había un trabajo periodístico serio detrás que sostenía la veracidad de esas publicaciones. Ahora, simplemente hay que ver el nombre del medio para presumir la versión que te van a presentar sobre un hecho. Esto es un fenómeno global, no ocurre solo en Venezuela.

Ante la parcialización tan evidente de casi todos los medios de comunicación tradicionales, emergen con fuerza las redes sociales bajo la premisa de la «democratización» de las comunicaciones. Cualquiera puede informar y transmitir «su verdad». Esto no quiere decir que el problema fue solucionado, todavía hay mucha tela que cortar, ya que el tema es más profundo.

La pandemia del covid-19 ha agudizado la desconfianza. Nadie sabe a ciencia cierta cómo inició el virus. Instituciones como la OMS y los gobiernos de los países donde se inició este virus no tuvieron actuaciones muy transparentes al inicio de todo esto. Por esta razón se generaron muchas teorías que hablan de conspiraciones en torno a este tema y no todo es tan descabellado. La aparición del virus, el momento, la vacuna, el tratamiento, las medidas de confinamiento, las reaperturas, todo ha generado más desconfianza a nivel mundial y también nacional.

Cuando la desconfianza es sobre las instituciones la cosa es más peligrosa. Una cosa es desconfiar de un médico y otra de toda la clínica. Una cosa es desconfiar de un sacerdote y otra de toda la Iglesia. Una cosa es desconfiar de un funcionario y otra de todo el Estado, y eso es lo que estamos viendo en Venezuela. Hay una desconfianza total en las instituciones del Estado. No es la desconfianza en un diputado o en un rector del CNE (que la hay) sino la desconfianza en toda la AN, en todo el CNE, en los ministerios, en prácticamente todo el Estado, y esa desconfianza está íntimamente relacionada con el engaño, las mentiras que durante años se han contado.

Una de las cosas más difíciles que hay es retomar la confianza cuando esta se ha perdido. Sin embargo, uno de los remedios más poderosos es la transparencia. Si se duda de la conducta de un gobernante en cuanto al manejo de los fondos públicos, este debe rendir cuentas y actuar con plena transparencia. Si se sospecha de la fidelidad de la pareja, esta debe ser honesta y transmitir confianza.

Lamentablemente el enorme clima de desconfianza generó en nuestro país una predisposición al engaño. En Venezuela ya no existe la presunción de inocencia, sino todo lo contrario. La gente piensa que uno actúa de mala fe y hay que demostrar lo contrario. Debemos comprobar que decimos la verdad, que queremos hacer las cosas bien, que no queremos hacer daño. Ahí lo más importante es guiarse por las acciones, más que por las palabras.

Debemos revertir esta tendencia social hacia la mentira. Hay que sembrar el valor de la verdad, de la sinceridad, de la honestidad. Cuando todo un colectivo, por autoconvicción, empiece a decir la verdad en todos los ámbitos de sus vidas es que empezaremos a cambiar este país y esta sociedad. ¡La verdad nos hará libres!


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