Escribí en estos día en mi cuenta de X un escrito breve en el que señalaba que es muy probable que el mayor logro de la élite chavista no sea el atrincheramiento en el poder o la dominación del país, sino el hecho de que transcurridos varios años, e incluso décadas, la cúpula y sus miembros más cercanos han podido ser aceptados y tratados por los sectores más tradicionales del país.

Se trata de la consecución del añorado “blanqueamiento social”. Y nótese que el blanqueamiento no se refiere a lo racial -aunque veladamente en ciertos círculos también pudiera implicarlo- sino al hecho de que en poco tiempo,  muy poco de hecho, la élite chavista se ha venido integrando a los espacios que en el pasado pertenecían a los factores de poder de otros tiempos.

Ponía como ejemplo que pasados años y hasta décadas, el furibundo opositor con bandera de 7 estrellas que no se perdía ninguna marcha, hoy recibe en su casa al hijo de quien hasta hace nada era su adversario. Comparten los mismos colegios, clubes, restaurantes, hoteles, sitios de recreación. Después de todo, visto en perspectiva, ha sido largo el tiempo transcurrido bajo el mandato del chavismo. A veces no se cae en cuenta de que en este 2024 se cumplen veinticinco años, sí, veinticinco, de mandato revolucionario.

Cuántas cosas no han pasado en un cuarto de siglo. Entre ellas, la modificación de la conducta del dirigente chavista y también de las élites más tradicionales del país. Ya hemos advertido en otros espacios que el chavismo como movimiento, y especialmente su dirigencia, ha venido pasando por un proceso de aburguesamiento. La quema de la bandera de los Estados Unidos de América se sustituyó por el buen vino, el fino queso, los mocasines de terciopelo, el vehículo del año -preferiblemente rústico.

Esta transformación del revolucionario también vino acompañada de un cambio en la élite tradicional. Los descendientes del mantuanaje en buena medida capitularon frente al chavismo. La realidad es que no lo hicieron de buena gana. Pero se les acabó el combustible y la stamina para hacerle frente al programa de dominación revolucionario. Sin energía y recursos, las opciones no eran muchas. Existía la posibilidad de irse del país, cosas que varios hicieron. Pero la tierra patria es la tierra de uno. Hay un sentido de pertenencia. Y aunque el exilio en Europa o Estado Unidos dé muchas compensaciones, porque a quién no le gusta la buena vida, lo cierto del caso es que para una casta acostumbrada a tener poder y reconocimiento, a tenerlo todo, llega un momento en el cual estar rodeado de multimillonarios con más peso y relevancia es un golpe al ego. Y también al bolsillo. Porque con contadas excepciones, no es lo mismo hacer negocios en Madrid, Nueva York o Buenos Aires, sin conexión real con los factores de poder, que hacerlo en Caracas, Valencia o Maracaibo, donde el teléfono o el Whatsapp de un ministro o general está a solo un dedo de distancia.

En este escenario, también el mantuanaje se está planteando muy en serio su vuelta a la patria. Al menos aquellos que se fueron. Los que se quedaron han venido adelantando en buena medida ese proceso de acercamiento con la élite chavista. Acercamiento que va desde enlaces matrimoniales hasta asociaciones empresariales. Y es que en un sistema mercantilista siempre hará falta alguien con buenas conexiones “en lo alto del régimen”.

No es este un proceso novedoso en la historia venezolana. Sucedió con el liberalismo amarillo, con la hegemonía andina y las cuatro décadas de mixtura entre Acción Democrática y Copei. Sí, aún quedan bastiones que no han sido tomados por la élite chavista. Pero cada vez son menos y carecen también de peso real muchas veces para influir en una sociedad en la que hasta el púlpito cuenta ya con la avenencia del blanqueamiento.

Así las cosas, el chavismo logró un efecto mucho más profundo que el de la propia transición política. Pudiera perder mañana mismo el poder pero ya su cúpula se encuentra inserta en los engranajes que hacen girar la crema y nata de la sociedad venezolana. Esta consecuencia es mucho más profunda de lo que parece. Se emplean ríos de tinta alusivos al lavado de dinero y a la legitimación de capitales, pero son pocas las palabras que se emplean para describir otro tipo de blanqueamiento, más silente y más complejo. Pero no por ello menos importante para el porvenir de la sociedad venezolana en las próximas décadas.

 


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