Vivir y padecer los Tiempos Brutales y la imposición de un pensamiento oficial y una verdad unívoca es un padecimiento que sumerge al ser humano en un letargo comatoso, un procedimiento muy bien ejecutado por quienes hipertrofian al Estado, a los fines de que este se haga total y se instaure el socialismo colectivista, ese modelo que instaura la desintegración del yo y la instauración falaz de un nosotros, que embrida el establecimiento de la inequidad, la emergencia de una nomenklatura apoltronada, que emula los vicios de la burguesía que pretende abjurar, y  el déficit de las formas democráticas.

Todos esos síntomas los hemos padecido en la brutal, implacable y frenética Venezuela de Maduro; considero que sería oportuno aclarar que estos lodos terribles en los cuales parece que estamos perdiendo el aliento, no a causa de un virus respiratorio, sino por la incapacidad de poder insuflarle a los pulmones de la República la capacidad de respirar en libertad, vinieron de los polvos del atavismo de Hugo Chávez, un gran manipulador de la verdad, una suerte de alquimista de la tautología. Con Chávez asistimos a un período de modificación de la historia, de las formas del habla, de los símbolos patrios, del nombre de la República. Hugo Chávez fue uno de los más hábiles sacristanes de Bolívar, manipuló a todas luces sus discursos, su legado histórico, lo mezcló en ese caleidoscopio de ideas enrevesadas; con Marx lo hizo a fuerza socialista, le aplicó al nombre de la República el apelativo de Bolivariana, para luego  en 2006, una vez ratificado en el poder, abandonar de manera progresiva al Bolívar histórico de Angostura e irle sustituyendo por las formas de un tímido sentimiento popular y colectivista, para virar abiertamente al socialismo del siglo XXI.

Como sociedad caímos una y otra vez en las trampas del discurso avieso y falaz, de quien solo pretende el poder. Los giros lingüísticos de ese discurso para la dominación encontraron terreno fértil en una sociedad de ilusos, colectivamente inadvertimos los llamados que desde el año 2000 nos hacían voces tan connotadas como las del maestro Uslar. La levedad pues, es el introito perfecto, la obertura ideal, para el establecimiento de estos “Tiempos Brutales”, así intitulados para hacer referencia al colapso del Estado, ese que Max Weber definiera como “Estado fallido” y que previamente Hobbes definiera como la escisión de todo dique de contención, de toda forma de contrato social, logrando así un “Estado natural”, unos Tiempos Brutales, un nuevo oscurantismo.

Este intento artero de Chávez, por la hipertrofia del Estado y el culto hacia su personalidad, se yuxtapuso con un periodo de bonanza petrolera como nunca antes, permitiéndole aplicar toda suerte de recetas anacrónicas y superadas en economía. De la mano de Jorge Giordani se autorizó la empresa de todo socialista, hacer miserables a muchos a los fines de lograr la sumisión total, el infamemente célebre dicho del ingeniero Giordani: “Los queremos pobres”, también pasó inadvertido por millones de venezolanos, quienes repetían ilusamente “Venezuela no es Cuba”, “somos un país rico”, estos Tiempos Brutales nos han demostrado con la amarga lección de la historia fáctica, que en efecto Venezuela no es Cuba, esta antilla es nuestra metrópoli y la Venezuela rica y pujante, el otrora paradigma del mundo en desarrollo, sucumbe de miseria frente al expolio y la dominación de la denominada “Isla Prisión” de Salvador Villa en su obra Cuba Cenit y Eclipse, paradójicamente impresa en nuestro país en la década de los setenta, y que permaneció dormida en las bibliotecas de muchos venezolanos, quienes como mi padre, mantenían vínculos de amistades de la Cuba del exilio; ese libro estuvo siempre advirtiéndonos, como el cuervo de Allan Poe, que las pretensiones de los Castro sobre Venezuela no eran baladí, solo necesitaban tiempo y la ambición desmedida de un anarquista ungido, por el resentimiento y la rabia de un pueblo, que extraviado, terminó construyendo un vengador que a la postre destruiría absolutamente todo a su paso.

Así pues, la época de Chávez discurrió en la levedad, en lo nimio de la convivencia con el mal, en el nocivo sopor del expolio del habla y en el naufragio de la escuela, el hogar y cualquier atisbo de libertad que supusiera algo distinto a la verdad impuesta, en una sociedad inmadura, extraviada y confundida. La hipertrofia de Chávez y el pueblo, su repentina muerte inesperada, así como inesperada y disruptiva fue su entrada a la historia, le valió trepar al empíreo patrio y al imaginario colectivo, en una suerte de deidad criolla y vengativa, cuya única justificación residía en la amarga intención de hacernos más pobres de todo a todos, en donde el progreso fuera una conjura y el deseo de vivir con dignidad una pretensión burguesa. Así las vísperas de los Tiempos Brutales estaban echadas en vía, toda la sociedad se enrumbaba a un naufragio colectivo con la sucesión del chavismo, un atavismo propio de los Kim en Corea del Norte, con los bemoles propios del acento cubano, en la celebración de unas elecciones absolutamente cuestionables, así como cuestionables con la verdad lo fueron el ascenso de Maduro en su condición de Presidente interino, frente a la falta absoluta del presidente y la febril y demencial juramentación de un presidente ausente, quien desde La Habana despachaba hacia Venezuela y cuyos contradictorios, reportes de su estado de salud  fueron absolutamente reñidos con la razón.

Así también se creaba una propaganda oficial, desde un ministerio de información en manos de Ernesto Villegas, quien diera los primeros pasos en la posverdad, hasta estos tiempos de la convulsión social del doctor Rodríguez, seguidor a pie y letra cabal de las recetas de Estulin, sobre los mecanismos de control social.

Los Tiempos Brutales también demandan de una estirpe única de funcionarios, unos que no provienen de la selección aristotélica de los mejores para el manejo de la Polis, la idea del príncipe filósofo, de la mesura equilibrada en el poder, se corrompe y se diluye, se hace líquida y es sustituida por el adlátare, un subordinado a otro, una suerte de Mujiquita, salido del magna opus de Gallegos Doña Bárbara, quien se desarrolla en estos tiempos, para configurar un vicio de desviación en el ejercicio del poder denominado Kakistocracia o gobierno de los peores. Este término, acuñado por el profesor Michelangelo Bovero de la Universidad de Turín, puede explicar en muchos grados el porqué de nuestra ruina, la Kakistocracia es el signo común de los Tiempos Brutales, un estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen una variada gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces y sin escrúpulos, este es el signo de estos nuestros muy brutales tiempos.

El sexenio de Maduro hace gala de esta desviación del poder,  ya no era necesaria la gradualidad de Hugo Chávez para imponer los Tiempos Brutales. No pretendo aquí demostrar que existía un Chávez moralmente más elevado que su sucesor, nada más alejado del propósito de este artículo, el cual se pivota en la desesperada necesidad de intentar hacer un ejercicio de razonamiento elemental, que permita discernir que en Hugo Chávez no existían aspectos de escala ética que lo hicieran distinto de Maduro, por el contrario Chávez es el promotor de estos tiempos de ruina y colapso, su sucesor solo tuvo que apelar a una aplicación acelerada del horror y el control social, para perpetrar la obra magna del chavismo: convertir a Venezuela en un Erial, usando una analogía, nuestro país es una suerte de establo para Othar, el caballo de Átila.

Volviendo al tema de la definición del profesor Bovero y esta vez apelando al terreno de la filosofía, necesaria para encontrar una traza de luz en este Hades colectivo, en el cual parece naufragar de la mano de un Caronte revolucionario, famélico e implacable, la vida de treinta millones de personas, para justificar la aplicación de un modelo anacrónico e incompatible con la vida, acudiremos al gozne de la etimología, para intentar encontrar escalas o grados en la deformación del poder, para ello el filósofo argentino García Venturini,  nos aclara que en griego kakistos es superlativo de “kakos” que significa “malo” y también “sórdido”, “sucio”, “vil”, ”incapaz”, ”innoble”, “perverso”, “nocivo” y “funesto”. No creo que se pueda explicar mejor el drama que padecemos con el gobierno de los “kakos”, si me lo permiten con el signo evidente el clímax de los Tiempos Brutales: La “Kakocracia”.

El objetivo del mal gobierno, es embrutecer a la sociedad, a los ciudadanos, para que así los motivos del voto, eso que plantea Gordon Tullock, favorezcan la elección de los peores, no solo en términos estrictamente electorales, sino también comporte la valoración inconsciente de liderazgos pervertidos. En estas líneas encontramos las mudanzas colectivas de una sociedad, que valora y elige a peores, hasta el punto de justificar e idealizar, en los predios de la verdad líquida y relativa, las posturas de un delincuente como alias Wilexis, consecuencia  de la perversión del hombre nuevo.

Los Tiempos Brutales vienen, a su vez, acompañados de la también brutal represión contra aquellos que se atrevan a pensar y a desear algo mejor. La kakocracia es una suerte de cancrum perverso, que al igual que la patología descubierta por Hipócrates corroe las entrañas del cuerpo social, es un tumor en el cuerpo social y moral del Estado, así como lo denunciara Benedetto Croce sobre los riesgos del fascismo en la Italia del Duce. Estos tiempos se caracterizan por la ausencia de ética y de principios, hacen que lo malo se imponga sobre lo bueno. Sin embargo, lo bueno termina imponiéndose desde el corazón y la cabeza, estos Tiempos Brutales no pueden lograr borrar nuestra esencia humana y ciudadana, aún prevalece el ejercicio libre de la palabra para la libertad y de la necesidad de vivir en la verdad y decir la verdad.

Nuestro país vive una suerte de copamiento de la primavera de Praga, un verano trágico de Praga, la imposición perversa y brutal de una verdad oficial, manipulada, abyecta, pervertida y propagandística.

Una verdad maniquea. Esa levedad ante al mal, “la insoportable levedad del ser”, denunciada por Milan Kundera, nos sumerge en este estado comatoso, en el cual la miseria parece ser lo válido y aceptable, sobrevivir a costa de lo que sea, hasta de la dignidad, adaptarnos desde el hecho de que la economía es conducta y emular los efectos de la dotación, frente al desplome de los servicios públicos  afinarnos en el desarrollo eficiente de patrones para tolerar la escasez, eso que los psicólogos de la economía, denominan efecto de túnel, enfocarnos en satisfacer deseos viscerales y elementales, reptar en la base de la pirámide de Maslow, pues pretender escalarla es condenado y reprimido por quien ejerce el poder, pues pensar y hablar con libertad están abjurados, la pretensión es someternos a la arcaetización del pensamiento y embrutecernos. El mérito de estos tiempos  brutales reside en el deseo de neutralizar el individualismo, anestesiar hasta la muerte la simpatía y los sentimientos morales, hacernos torpes, extraviados y entontarnos.

Finalmente, con los Tiempos Brutales vienen las mentiras y las posverdades, haciendo referencia en un evento empírico, la República checa pudo encontrar la salida de los Tiempos Brutales y vencer a ese soporífero verano de Praga, en las manos un individuo quien  dijera la verdad, un poeta, un dramaturgo, el hombre de la verdad, Vaclav Havel, quien se empeñó en decir la verdad sobre las fallas económicas y el asalto de la dignidad humana hasta llegar a la cárcel, el dramaturgo frente a los tanques del Pacto de Varsovia. Su épica no estriba en haber detenido el avance brutal de los tanques, los vehículos de los Tiempos Brutales, su importancia subyace en no haber permitido que los tanques y el embrutecimiento colectivo, minasen la última frontera el corazón y la cabeza, con su verbo claro se impuso al discurso falaz y charlatán, autor del manifiesto de las 2.000 palabras, una elegía a la libertad, una advertencia en contra de los Tiempos Brutales consiguió ganarse respeto; el caballero de la verdad, autor de El poder de los sin poder y Vivir en la verdad, condujo a la naciente República checa a la libertad, indispensable su obra y su alerta sobre los peligros del discurso de la mentira y la infamia.

En estos oscuros y brutales tiempos, espero por el bien de todos los que hoy somos rehenes, encontremos la forma de vivir en la verdad, de aceptarla, de digerirla e introyectarla como una virtud más, quizás la más importante para limpiar al país de largos 22 años de kakocracia. Decir la verdad compromete y es peligroso, diría el poeta Quevedo: “No hay nada más peligroso que tener la razón en tiranía”, pero valga la pena ese riesgo, pues nadie escapa a los horrores y consecuencias de los Tiempos Brutales, la patología económica que vivimos se pivota en la falacia, con la cual se ha imposibilitado el cálculo económico, una característica evidenciadas por Von Mises y que obviamente desatendimos, es tal la carga de falsas premisas que este desastre gigantesco a nivel macroeconómico, supera las prescripciones de los manuales y libros de economía, nos deja sin capacidad de acción, hasta tanto no se rectifique el camino hacia la verdad y la libertad.

No quiero terminar este articulo sin referirme a que estos tiempos se vencen con el insuflo colectivo de todos, por impedir que la mentira se afiance, con el deseo visceral de querer vivir en la verdad y asumir el reto de ser libres.

En medio de estos terribles tiempos, oscuros, sórdidos, lentos, implacables, la tarea consiste en educarnos para evitar repetirlos, siempre están allí, son encrucijadas del destino, fallos en el desarrollo histórico y social, pulsiones abyectas de las sociedades en un acto de naufragio colectivo, en un deseo antinatural, por embarcarse con Caronte en la laguna Estigia, hacia la nada, es nuestra absoluta responsabilidad salir de ellos, así como entramos solos en estos, es nuestra razón y valores los predios en los cuales jamás debemos dejar reinar estos Tiempos Brutales.

“Como el régimen es prisionero de sus propias mentiras, debe falsificar todo. Falsifica el pasado. Falsifica el presente y falsifica el futuro. Falsifica las estadísticas. Finge no tener un aparato policial omnipotente y sin principios. Finge respetar los derechos humanos. Finge que no persigue a nadie. Finge no temerle a nada, Finge que no finge nada”.

Vaclav Havel

 

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