¿Puede uno morir dos veces? Tuve ocasión de asistir el pasado martes 28 noviembre al Museo Americano de la Diáspora Cubana en Miami. Atendí la presentación del libro escrito por Antonio Ledezma: Carlos Andrés Pérez, el presidente que murió dos veces. Los interesados podrán apreciar la grabación de la misma, lo que recomiendo. No voy a ahondar en consideraciones, por ahora, que más adelante, luego de leer dicha obra, me pudiera permitir. Quiero sí adelantar mi agradecimiento a Antonio por invitarme a dicha presentación, a su esfuerzo intelectual y contributivo a que reflexionemos sobre nuestra historia reciente.

Hoy Venezuela es colocada, nuevamente, en una encrucijada por quienes parecieran nunca estar de acuerdo con ninguna iniciativa. Una posibilidad que nos conduzca, con graves errores y hasta ridiculeces de por medio, como eso de integrar a la comisión de negociación a una señora que nada tiene que aportar, a la solución de nuestras muy importantes y muy urgentes necesidades como país.

Hace unos artículos atrás («O dialogamos o nos matamos«, El Nacional) insistí en la importancia de comunicarnos entre nosotros la propia alternativa democrática en el esfuerzo de encauzar energías para lograr una manera de salir del infierno en que nos han metido, primero los protagonistas del mismo, es decir los creadores intelectuales y materiales del “socialismo del siglo XXI” y sus adláteres, y en segundo lugar los arrogantes seudodirigentes que intentan dizque representarnos, con sus segundos papelones de supuestas y sesudas estrategias como llamar a un experto electoral para que asesore una estrategia militar.

Muchas veces se ha repetido que “la historia la escriben los vencedores”. ¡Nada más falso! Si se entiende que las victorias trascendentes y la historia se llevan un largo tiempo, que va mucho más allá de nuestras vidas físicas en este plano terrenal. De allí que Fidel Castro cuando repitió “ la historia me absolverá”, debe ser desde el más allá que ha sido duramente condenado por su falta de coraje intelectual, moral y lealtad para con ese Carlos Andrés Pérez que lo invitó a su segunda toma de posesión como presidente constitucional de Venezuela el 2 de febrero de 1989 en el Teatro Teresa Carreño, en Caracas. Pudo iniciar su rectificación entonces, pero su difusión hegemónica de falsedades al pueblo cubano, abarcando un tiempo, un espacio de territorio del planeta, y una etapa de la vida de unas cuatro a cinco generaciones de almas a la que ya no llega su versión de la historia como verdad absoluta como quiso imponer. Por supuesto que siguen su tarea de manipulación el resto de interesados seguidores, sus “vencedores” mediante la represión, la coacción y la maligna seducción mercenaria con privilegios para sus esbirros.

La fotografía que nos imponen hoy las circunstancias del mundo en debemos actuar, después de una terrible pandemia, aún no totalmente superada, y si no que se lo pregunten a la China comunista donde se originó; y de la invasión a Ucrania, que presumió el sociópata Putin era “pan comido” nos alertan contra la irrealidades que se fabrican en las mentes febriles de supuestos guerreros, o levitadores seudo intelectuales intachables, sobre lo que debe hacerse o no debe hacerse con las vidas de todos nuestros conciudadanos venezolanos, es decir qué hacer con una nación entera, a la que se atribuyen representar.

Considerar, responsablemente, la realidad de devastación económica, social y moral en se encuentra la república, nos obliga a defender una oportunidad para la negociación que, en medio de lo que es sin duda una guerra no convencional de pandillas organizadas, con distintos sus  caudillos, se ha venido entronizando en nuestro territorio contra nuestra gentes, nuestras familias, durante ya más de dos décadas. En ciclos de ascensos y descensos e intensidades variables de dicha guerra no convencional, pero siempre guerra, el saldo es en demasía inaguantable por lo que la discusión de nuestra nación infiltrada por varios frentes de invasión progresiva desde la Cuba castrista, el ELN de Colombia, los dictadores terrorista de Irán, todos bajo el movimiento no sólo ya del anrcotráfico sino de la producción dentro de Venezuela de la cocaína.

El destejido de la vertebración del que fue nuestro petroestado, más o menos formal y normal que pudimos construir, sigue avanzando cada vez más en su destrucción, y es tomado por criminales en zonas de un cáncer metastásico que mata la Venezuela decente, dando lugar al nacimiento de otra definitivamente maligna. Por ello debemos cerrar filas junto al mundo político de estados con instituciones como los Estados Unidos de América, la Unión Europea, y dentro de ella Francia y el acompañamiento noruego como facilitador, para buscar la implementación de medidas prácticas que recuperen un grado de vida civilizada de forma perentoria e induzcan a la reinstitucionalización venezolana.

Es imprescindible lograr un pacto de salvación de la nación. Un pacto que no prometa eximir a nadie de sus respectivas responsabilidades, porque no puede hacerlo a la luz de la justicia internacional en procesos ni porque nadie se puede abrigar tal representación de las víctimas. No puede haber promesa de impunidad para nadie. Un pacto de hombres con coraje que asuman la planificación de la consulta electoral presidencial de 2024, con transparente agenda de ejecución de fases, paso por paso, y auditable cada uno de ellos. Que tenga en este apoyo internacional la fortaleza de las garantías que se pueden esperar para su implementación y financiación.

La explotación de las riquezas en nuestro territorio, la atención mediante la designación de comisiones para una estrategia especifica de localización geográfica e intervenciones que vayan recuperando nuestra soberanía, también pudieran ser parte de un acuerdo de asistencia internacional contra el narcotráfico y la destrucción ecológica.

Es apremiante que actúe sobre la realidad de la emergencia humanitaria en Venezuela. Todos los indicadores sociales lo evidencia a gritos. La inmigración desesperada lo certifica. Con valentía y sentido patriótico genuino deben tomarse decisiones y acciones que encaucen con grandeza la salvación de vidas. Para no continuar produciendo muerte es preciso atender las más importantes y urgentes  necesidades , las gravedades de los enfermos, la liberación de los prisioneros políticos y asumir la recuperación alimentaria, junto a un plan de emergencia económico- laboral que posibilite al pueblo retomar el camino de la producción y el empleo bien remunerado.

La recuperación de las infraestructuras y los servicios públicos, desde el relanzamiento audaz y con posición firme en nuestra explotación petrolera y gasífera, es nuestra ventaja comparativa más evidente para superar la crisis económica. Ello representa una esperanza de recuperar nuestra nación, nuestra economía, y reactivarla, para iniciar el ascenso de la empinada cuesta de la recuperación nacional, económica y social, induciendo demandas internas y la generación de un círculo virtuoso que vaya acabando con el círculo vicioso de la barbarie, el demencial asunto del socialismo del siglo XXI, y del populismo improductivo e inmoral. Así, frente a la imagen de un Bolívar intranquilo descendiendo al sepulcro, según consecuencia de la inexistencia de la unión básica entre partidos y venezolanos para salvar a la patria, es posible sentir que Simón Bolívar deberá renacer para morir dos veces y bajar entonces si apaciblemente a su sepulcro.

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