Entre los fanatismos y la pasividad se engendran los guasones, populistas, dictadores, jokers, oportunistas todos. ¡Qué más da! Allí esperan, comen a su gusto, reencauchan pesadillas y arrojan aplaudidos la apetecida carnada. Lo mejor que hacen no es disfrazarse, sino mostrar las vísceras de las víctimas y comer del muerto en plena vía pública, que los vean, para solazarse luego en la venganza compartida representada en imágenes que Goya ya plasmó hace tanto, en la que los (nos) retrata desnudos. En esa inmensa gelatina tornasolada, “multiculti” la llaman, que es la sociedad actual, encuentran fiesta, piñata y serpentina. Fracasados sin fecha de vencimiento se reciclan en la mediocridad de un público sumiso y sin estrellas, que ávido de circo los festeja barato y se emborracha gratis en su espejo.

La política de hoy y la de antes está plagada de estos personajes que aparecen, se escabullen y reaparecen cada cierto tiempo. La política está hecha hasta para destruirse a sí misma cuando no existen los resortes vigilantes que lo impidan. No hay heredad, mitos o dioses que aseguren para siempre el Castillo del Bien. ¿Dónde reside a todas estas la armonía por la que clamamos? ¿Quiénes son sus herederos? ¿Dónde están sus dioses, héroes y víctimas; victorias y derrotas; quiénes son los custodios de esa memoria, los guías y garantes de tales tesoros? La política es territorio fértil y de todos, no exclusivo de ningún rango, nobleza, dinero, astucia, líder o populacho. Allí su fuerza; allí su fragilidad.

En ese territorio volátil se incuban esos Guasones, ¿con mayúscula?, conviven y recrean sin que puedan evitarse todas las ambiciones, casi siempre insatisfechas, origen del enemigo público N°1, “el Resentido”. La política no es jaula ni candado ni llave, es tierra de humanos cuyas frustraciones los (nos) convierte en fieras de habilidades y torpezas.

El tiempo de hoy se presta como nunca para todas las debacles. Caídos los muros de la ignominia pero también de la contención, se expresa sin matices el Leviatán que llevamos por dentro Mister Hobbes, para que entonces aparezca el Guasón, el Joker, el vengador, populista o tirano, y ya no el Robin Hood idílico de nuestra prehistórica infancia.

A propósito de la película El Joker, tan comentada en estos días, he encontrado varias lecturas retadoras. Cada una interesante por demás, inciden, aunque no coincidan en que el personaje de marras es un fenómeno social representado y multiplicado en la pantalla a la que la gente accede pagando con la boletería del placer para verse narcisa a sí misma, satisfaciendo inclinaciones perversas que deja en manos de otros.

Es el personaje, Taxi Driver de nuestros días, “magistralmente actuado” dicen los entendidos, transmisor y representante de un sentimiento colectivo de hastío, de rabia, de desquite frente a una realidad insoportable que no encuentra vicio suficiente, más allá de la indiferencia, para ser evadida y en el cual distraerse, que para eso también existe el cine. El Joker es la maldad autorizada, el terrorista alterno, el espanto conexo a la figura del pájaro perturbado y perverso que se sataniza para glorificarlo y publicitarlo sin cortapisas.

De pronto, mirando a oscuras las imágenes que deja la película en el tiovivo de la mente, me encuentro con que sin buscarlo comienzo a relacionar e identificar personajes concretos de la política contemporánea. ¡Qué obsesión! Lucho por evadirlos pero ahí están invasivos, se presentan disfrazados de ellos mismos, y como dice alguien, “el Joker es experto en colocar a Batman ante dilemas imposibles, indagando así en sus miedos y sus debilidades”.

Recojo y suscribo para la discusión de este tinglado la frase que al azar encuentro en la Era del Vacío del Gilles Lipovetski: “La ausencia de fe posmoderna, el neonihilismo que se va configurando no es ni atea ni mortífera, se ha vuelto humorística”. Para el Guasón todo es broma, su principal poder radica en su propia locura; locura humorística, sardónica, que se entrecruza para nuestro contentillo con la perversidad del mal en límite traspuesto sin culpa alguna, la venganza jocosa, el crimen perfecto. El Joker o Guasón además socialmente no se sataniza, se glorifica más bien, se hace inmune, autoinmune, impune, personaje de taquilla interior que se paga gustoso.

La política actual, la de hoy, está plagada de estos trucos, enredijos y clima que permiten que emerjan estos personajes campantes ante su fracaso, su criminalidad, su poder epidémico de corrupción, ante la injusticia dejada en su labor minuciosa y saboreada por la tierra arrasada, y para colmo aparecen luego como fuerzas salvadoras, héroes del teflón, cartas indemnes de la baraja de las perversidades.

Ya han comparado al personaje con Trump, pero desde México hasta Cabo de Hornos le sobran competidores, alimañas que se glorifican con el goce de tantos. A estos guasones no les hace falta estrategia para recibir tan babosa complacencia de eso que llaman “pueblos”. No hace falta ir tan lejos para sentir vergüenza y luchar contra ellos.

 


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