¿Qué es el tiempo? «Si nadie me lo pregunta, lo sé. Pero si tuviese que explicárselo a alguien no sabría cómo hacerlo». La interrogante y la consiguiente respuesta las suministró en algún momento del siglo V o del VI, San Agustín de Hipona, en sintonía con su oficio de pensar y su talante religioso. Para los físicos, el tiempo es una magnitud destinada a medir la duración o separación de hechos o acontecimientos. Algo de espejismo o de quimera encuentro en la definición de Einstein: «La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión persistente». En un verso de Virgilio pescamos la frase «Tempus fugit» (el tiempo huye), —«Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus» (pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo)—, la cual le viene como zapato hecho a la medida a mi primera descarga de este año ya no tan nuevo. Estamos a mitad de enero y es preciso recordar a Teodoro Petkoff y a Adriano González León. Del primero, se cumplen 90 años de su natalicio (3/01/1932); del segundo, 15 de su fallecimiento. Y no podemos pasar por alto esta preocupante noticia: «Venezuela registró la inflación más alta de América Latina en 2022, de acuerdo con un informe de la Comisión Económica para América Latina». Esto, a la administración roja le sabe a soda: no encaja con su ficticia realidad, esa dimensión desconocida donde el país se arregló porque unos pocos ruedan en veloces y costosísimos Ferraris y adquieren en tiendas y bodegones de alto coturno productos vedados al uomo qualunque, al pela bola común, corriente y moliente, es decir, a la inmensa mayoría de los acampados en esta desgraciada tierra de gracia. Y, Nicolás, ¡jo-jo-jo-jo!, a pesar de estar de lleno en el tercer mes de la larga Navidad por él decretada, entró en modo nostálgico y evocó al comandante cósmico y eterno con una intrusión televisual de espanto, mojón y brinco. Con su muy peculiar sintaxis se mandó este hiperbólico rosario de perlas: «Un proceso histórico, tan hermoso de tanto impacto emocional y político como el proceso revolucionario no solo es el proceso de Venezuela, es el impacto mundial, continental que ha tenido y tiene la revolución bolivariana y socialista del siglo XXI, fundada por nuestro comandante Chávez en los pueblos y en los líderes del mundo». Fue el 8 de diciembre, al conmemorarse 10 años de su última comparecencia en cadena nacional, antes de marchar  a ponerse en manos de médicos de dudosa competencia en Cuba, su edénica segunda patria.

En estas dos semanas mucho se ha opinado sobre la defenestración de Juan Guaidó, porque la oposición decorativa y electoralista no esperó el cañonazo para destituirle, violando flagrantemente la carta magna, según opinión de reputados constitucionalistas, y sustituirle con una suerte de gobierno parlamentario, atribuyéndole a una comisión facultades ejecutivas —un camello es un caballo diseñado por una comisión—. El golpe legislativo de la asamblea nacional del 2015 —con minúsculas, dado el mayúsculo desaguisado del G-3— contra el presidente interino supuso reformar la «Ley del Estatuto que Rige la Transición a la Democracia para restablecer la vigencia de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela», a fin de hacerse con el manejo de activos protegidos en el exterior, poniendo en cuestión la representatividad del país en procesos judiciales. Aparte de los reparos de índole jurídica debidos, entre otros, a Allan Brewer Carías, Román Duque Corredor y Asdrúbal Aguiar, la malhadada iniciativa de un congreso caduco ha merecido diversas adjetivaciones y hubo quienes la tildaron de traición o de crimen de lesa patria; al respecto, podríamos usurpar las celebérrimas palabras de Talleyrand sobre la ejecución del Duque de Enghien ordenada por Napoleón Bonaparte en 1804 y aplicárselas al arte de magia de los diputados de Acción Democrática, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo: «más que un crimen, es una estupidez».

Es una tamaña estupidez convertir al joven ingeniero varguense en el pagapeos de los fracasos de una oposición capaz de mostrar ingenuamente sus cartas al adversario, mientras este, el mayor favorecido con su caída, las oculta bajo la manga. Y no menos estúpido resulta destituir a quien en un lapso comparativamente corto fue reconocido por parte de la comunidad democrática internacional como legítimo jefe del Estado y concitó su solidaridad con las aspiraciones de un cambio de timón en la conducción de Venezuela. Pero no es solo Maduro quien se beneficia del nuevo statu quo, lo hacen también María Corina Machado y, de acuerdo con Datanálisis, Manuel Rosales. La dirigente de Vente Venezuela y el gobernador del Zulia comparecerían a las primarias de la Plataforma Unitaria como los candidatos con más chance de triunfo. Guaidó, deslastrado de partidos venidos a menos, sería un hueso duro de roer. Ya veremos, faltan todavía 5 meses para esa cita comicial, aunque «Tempus fugit», y el chavismo es capaz de cualquier trastada a objeto de abortarla.

Hoy, domingo 15 de enero, es el Día del Maestro. El lunes 9, los educadores protagonizaron una jornada memorable y emocionante, a escala nacional. Sus protestas y la de los obreros de Sidor anticipan un calentamiento de las calles, a pesar de la inexistencia de un Estado de Derecho y de la desconexión de la oposición con las movilizaciones reivindicativas. Hacer suyas las angustias y los anhelos populares y batallar sin descanso por la libertad de los más de 250 presos políticos son asignaturas pendientes o ausentes del programa (¿?) de la concertación. La proximidad de la dirigencia con las bases y la difusión de eventos tales los anotados podrían y deberían entusiasmar y vigorizar a una población dedicada casi exclusivamente a (re)buscarse el sustento diario, espoleada por la penuria inherente a la catastrófica gestión padrino-madurista.

El miércoles 11, el portal de El Nacional informó que el teniente coronel Igbert Marín Chaparro cumplió el martes 50 días en huelga de hambre para exigir respeto a sus derechos, entre ellos poder recibir llamadas de sus familiares, salir al patio del centro carcelario a tomar sol y realizar actividades de redención de pena. Solo cuando se satisfagan sus demandas abandonará esa herramienta de lucha no violenta que en 2010 ocasionó la muerte del agricultor Franklin Brito. Y aunque no se nos agotó el espacio, aquí se acaba la fiesta. No es aún el momento de volver la vida prepandémica, porque en atención al número de casos contabilizados a diario por los poco confiables voceros del régimen, es prudente seguir usando mascarillas. Quizá en Carnaval nos quitemos las caretas. Démosle tiempo al tiempo.


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