The Iron Claw de Sean Durkin relata las divergencias y discrepancias de una familia, a través de su herencia en la arena de la lucha libre. La extraña premisa encuentra su equilibrio gracias a las estupendas actuaciones de su elenco.

La cinta The Iron Claw (2023) de Sean Durkin dedica buena parte de sus primeras escenas a delinear lo que será, sin duda, sus momentos más complicados. La familia de Jack Barton Adkisson (Holt McCallany) ha seguido una larga herencia sobre la arena de la lucha libre. Tanto, como para convertirse en celebridades, por el mero hecho de ser una extraña dinastía de artistas dedicados a un tipo de arte, considerado mayormente disparatado y tragicómico. Pero ni para los Adkisson ni tampoco, para Texas, el legado es menor. En sus secuencias iniciales, el director y también, guionista, muestra un trayecto interesante que se enlaza con la raíz del argumento. La tensión dolorosa y agresiva dentro de un grupo familiar que deben luchar por la atención paterna, bajo un esquema férreo y casi jerarquizado.

De modo que Durkin imprime a las reuniones familiares un aire de análisis psicológico levemente disparatado. Jack, sentado a la mesa familiar, dedica casi diez minutos a explicar la dinámica doméstica. A saber: que lo que ocurre puertas adentro, es tan parecido a lo que pasa sobre la lona, como para que el paralelismo sea inmediato. El guion se traslada, entonces, a lugares incómodos. En especial, cuando Jack deje en claro que ningún miembro de la familia es amado por igual y en las mismas condiciones. Que, de hecho, hay hijos favoritos y algunos, que no lo son tanto, aunque podrían llegar a serlo. Por lo que el argumento hace hincapié en ese juego de poder para pasar al siguiente escenario: cómo los jóvenes Adkisson reaccionan a semejante dinámica.

La cinta logra expresar el sufrimiento moral mezclado con una visión sobre la masculinidad, que se enlazan con el éxito físico. Esto es: a mayor trabajo sobre las capacidades de lucha y poder, mayor influencia tendrá sobre el padre. Lo que empuja a los hijos Adkisson a esforzarse al límite y en el mejor de los casos, a enfrentarse en una rivalidad sin malas intenciones. Todos saben que no tienen otro remedio, ni tampoco pueden hacerlo de otra manera. Se trata, simplemente, de luchar y batallar por un lugar, tanto en la vida familiar, como fuera de ella.

El dolor en espacios poco usuales 

Este hilo incómodo de situaciones se narra al mismo tiempo del auge y caída de la familia en el frágil entorno de la celebridad. El director se esfuerza por crear una línea que una a todos los extremos en un solo escenario. En otras palabras, el desamor y el amor que se construyen sobre la vida sujeta a presiones y la necesidad de ser reconocido. El guion intenta ser, entonces, dos formas de comprender la validación, el reconocimiento y el triunfo. Por un lado, la familia que se desmorona a pedazos y por el otro, la fama que les abandona. El proceso se extiende por treinta años  — de los años sesenta a los noventa del siglo XX — lo que permite a la historia, explorar con cuidado en sus personajes desde ángulos distintos.

Pero, ya sea porque la trama no profundiza lo suficiente o porque intenta abarcar demasiado, la sensación es que algunos aspectos son pobremente ejecutados. Los cinco hijos, apenas son parte de un escenario que se mueve de un lado a otro entre problemas. Kevin (Zac Efron) es el hilo conductor y también el miembro de la familia que mostrará cómo es el no ser el favorito entre todos, sino el más cercano a eso. La actuación del intérprete es poderosa, bien construida y emocional, pero el argumento pasa de él en los momentos en que su historia se hace más profunda y elaborada. Lo mismo ocurre con David (Harris Dickinson), relegado a demostrar como es el estar en las antípodas de las preferencias paternas y la forma en que eso ha influido y lastimado su vida.

Por otro lado, se encuentra Kerry (Jeremy Allen White), que vuelve a la casa familiar en medio de una tormenta personal y de su profesión. Es el favorito del padre y el más exitoso de todos, pero atraviesa un momento bajo. El guion usa su figura para analizar el trayecto en descenso de la familia. Pero a la vez, para profundizar en la soledad de un tipo de amor doméstico signado y corrompido por la codicia compartida. Poco a poco, la película, que utiliza el humor con inteligencia; sin embargo, no con demasiada propiedad, pierde solidez en su necesidad de contar todas las historias a la vez.

Mucho más, de hacerlas comprensibles en medio de una estructura estilizada y bien analizada acerca del dolor secreto que esconden las familias. Finalmente, la madre Doris (Maura Tierney) se convierte, de alguna forma, en un reglón de búsqueda de sentido. También, en la capacidad de todos, de intentar encontrar un lugar en el mundo. Para bien o para mal, los Adkisson están unidos por un amor poderoso, pero a la vez por un tipo de furia que les convierte en partes, irremediables, de un paisaje emocional desolado.

The Iron Claw pierde el sentido de la alegoría — la imagen que entra y sale del ring — con demasiada frecuencia. Su último tramo aporta poco a la trama y se siente, en esencia, vacío y desordenado. Pero, aun así, la trama deja un mensaje a cuestas. La belleza del amor, del tiempo que une y separa, es el trasfondo de todos los que comparten una historia. Al mismo tiempo, el tránsito que permite encontrar el sentido de la identidad, en medio de un paisaje lleno de grietas que conduce al dolor. El mayor aporte de esta cinta coral con más aciertos que desventajas, irregular pero con un enorme corazón. Su mayor privilegio.


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