En ocasiones, el cine es un reflejo tan fidedigno de la realidad, que parece enlazar de manera misteriosa la noción sobre la realidad con algo más relacionado con los misterios de la sociedad y la naturaleza humana. Quizás, podría decirse que la intensa, exagerada, melodramática y por supuesto superficial The Hunt de Craig Zobel llegó en el momento justo, aunque con mucha más ambición que una estructura real que pudiera sostener su discurso subversivo. Para bien o para mal, la obra de Zobel, se encontró en medio de un debate social y cultural que le superaba, pero también, le convertía en el chivo expiatorio ideal para elaborar una hipótesis sobre lo que estaba ocurriendo más allá de las pantallas de cine. Una especie de casualidad terrorífica e incómoda que convirtió a la película en una pequeña curiosidad simple que ahora debe enfrentarse a lo que realmente es: una sátira de horror en medio de una guerra cultural desigual y sin demasiado valor real.

Como toda Blumhouse que se precie, The Hunt es una película pequeña con un mensaje escandaloso y también, un experimento argumental. Su argumento reflexiona sobre la posibilidad del asesinato legal, en un país dividido en bandos que pueden dirimir sus diferencias a golpe de cualquier armamento a su disposición. Todo esto, mientras EE UU se convertía en una especie de mapa que elaboraba conclusiones culturales a través de las posiciones políticas de sus diferentes estados. Por supuesto, en cualquier otro momento, esta copia más o menos evidente de The Purge (James DeMonaco-2013), habría pasado desapercibida –quizás habría provocado algún alboroto por sus escenas de violencia– pero su fecha de posible estreno coincidió con el tiroteo de El Paso (Texas, EE UU) y también con el de Dayton (Ohio, EE UU), que dejaron 31 víctimas mortales en total. De modo que Universal (distribuidora de la película) decidió cambiar la fecha de estreno para no herir susceptibilidades, aunque por supuesto, tratando de disimular el verdadero problema detrás de la inquietud que podía provocar el argumento de la película: ese reflejo de la realidad (a pesar del tono fantástico y satírico de la trama) como una forma de elaborar una concepción atípica y violenta sobre la forma en que el país concibe la cultura de la violencia.

No se trata de un tema sencillo claro, mucho más cuando durante las últimas décadas, la controversia sobre la tenencia de armas o el derecho del norteamericano promedio a tenerlas, ha estado presente en buena parte de la discusión política. Mientras en el cine, la percepción sobre lo políticamente correcto se debate y lucha contra la concepción acerca de lo violento como un rasgo humano que debe ser modulado y contenido, en el Congreso y otros espacios del poder del país, el tema sobre la posibilidad de las armas y su control es parte de una incómoda manera de asumir la condición del norteamericano sobre su seguridad personal y otras formas de expresar ideas complejas acerca de si cultura y sociedad. Claro está, esa dicotomía, provoca que el cine se lleve la peor parte a cuestas: The Hunt tuvo que enfrentar la polémica provocada por la posibilidad de que los tiroteos masivos de Ohio y El Paso, fueran perpetrados por supremacistas blancos que además, tenían como inspiración a otros tantos, convertidos en iconos por películas y libros. De modo que The Hunt, que de alguna forma es una esquemática y poco hábil regresión a temas superados por el cine hace menos de un lustro, debió luchar con el resurgimiento de la noción sobre el bien y el mal moral a través de una serie de imágenes polémicas. Nada nuevo para el público estadounidense y mucho para el mundo.

Pero Universal sí se lo tomó en serio y decidió posponer el lanzamiento de la película, como una respuesta en apariencia racional a una tragedia que enlutó a dos estados de la unión casi de manera simultánea. Dos estados con un nutrido grupo de votantes latinos, diría algún cínico en medio de la controversia posterior: después de todo, Joker de Todd Phillips se enfrentó a las mismas preguntas y a idénticos señalamientos unos meses después, cuando mostró a un tirador solitario convertido en un villano pop, que además terminaba por ser el antihéroe subversivo de la función. Phillips, a quien le importa muy poco –de manera muy limitada, a juzgar por sus entrevistas– la especulación sobre el riesgo de humanizar el comportamiento de asesinos en masa, dejó muy claro que Joker, no solo era una alegoría con respecto a la violencia, la alineación y la exclusión social, sino también era una crítica justamente al sistema que permite que ocurran situaciones semejantes. Para bien o para mal, Warner no dio su brazo a torcer y Joker se convirtió en un fenómeno a todo nivel: la crítica se rindió ante lo que llamó su alegoría sobre el dolor del aislamiento, y la industria aprovechó el momento para llamarla “subversiva y necesaria”. Con once nominaciones al premio Oscar de 2020 –que aunque solo ganó dos le convierte en un curioso récord entre películas de su tipo–Joker se convirtió en un reflejo de la hipocresía cultura que le señaló en primer lugar.

Pero para Universal las cosas no son tan sencillas o en cualquier caso, decidió no tomar el riesgo, por lo que The Hunt se estrenó unos meses más tarde que su calendario original, lo cual coincide con la política del estudio de analizar sus decisiones sobre ópticas políticamente incómodas y su posible repercusión en taquilla. Claro está, Joker es una visión simplista y retorcida sobre como un enfermo mental, en las situaciones adecuadas puede transformarse en un asesino de masas, mientras que The Hunt teoriza sobre la posibilidad de que cada ciudadano es un asesino en potencia. Entre ambas cosas, el hecho de la maldad inherente a la naturaleza humana queda en suspenso, gravita en medio de las relaciones incómodas y perturbadoras sobre lo que somos y asimilamos como eslabones de ideas más amplias y complicadas.

En otro escenario –uno menos artificial– el argumento de The Hunt podría resultar profético: después de todo, el discurso de Trump ha dividido la opinión pública norteamericana a tal nivel, que pudiera presagiarse un futuro en que ambos bandos se enfrenten de forma incidental y accidental por imponer sus ideas y connotaciones sobre cómo debe analizarse la identidad del país. Pero The Hunt pierde la oportunidad de hacerlo y se hace redundante, en este escenario ficticio de un país en que los “azules” y los rojos” decidieron enfrentarse entre sí por medio de la violencia. Craig Zobel carece de la capacidad para establecer condiciones sobre una propuesta fidedigna y sobre todo, para contemplar la idea de un escenario de guerra civil en pleno descontrol y se decanta por el efectismo. En The Hunt el enfrentamiento total es solo un anuncio, una tensión sugerida y por supuesto, gore de buena calidad. La película intenta mantener un equilibrio de discurso y lo logra apenas, en medio de una serie de preguntas un tanto obvias que el guion ni llega a resolver del todo.

Claro está, Blumhouse no está muy interesada en retorcer del todo sus fórmulas exitosas: de modo que en The Hunt hay mucho de acento político, ideológico y una buena dosis de crítica social, sabiamente distribuida alrededor de ideas complicadas sobre la connotación sobre la naturaleza humana como esencialmente violenta, lo cual no estaría del todo mal, a no ser que se hace repetitivo la connotación de “ser y convertir” el impulso asesino en algo más que un rasgo primitivo. La película toma de The Purge la desigualdad social llevada al extremo y no duda en presentar a las élites con toda su inevitable colección de clichés: champán y jet privados que van de un lado a otro, mientras murmuran y critican a “un presidente” –anónimo– y demuestran sin cesar el odio que les despierta sus actuaciones. Por otro lado, están “los deplorables”, carne de cañón para diversión de los millonarios de ocasión, que podrán dirimir su odio por la pobreza, rechazo a la diferencia y otras tantas florituras políticas escopeta en mano. El guion de Nick Cuse y Nick Cuse y Damon Lindelof (Watchmen) reflexiona sobre la agresión, los prejuicios y los terrores inconfesables de la cultura contemporánea bajo la óptica de cazadores invisibles con un arsenal de granadas, trampas explosivas, armas de alto calibre y otras tantas, que batallan en medio de la concepción extraña que la violencia es de alguna forma liberadora. ¿Lo es? El guion no lo aclara y cuando ocurre la gran primera conflagración contra una piara a modo de prueba sangrienta, la deplorable visión del desenfreno convertido en algo más inquietante –la necesidad de agredir y destruir– marca el tono y ritmo de la película de una manera inteligente y precisa.

Pero las buenas decisiones argumentales no van más allá del impacto visual de las primeras secuencias: en realidad los cazadores (interpretados por algunos actores reconocidos Ike Barinholtz, Ethan Suplee, Emma Roberts) son una mera excusa para especular sobre la ira cultural que impele a crear un entretenimiento morboso y retorcido, en el que la muerte no es en realidad el objetivo sino la humillación. Los cazadores no desean solamente asesinar a sus víctimas –sería demasiado sencillo, a la vista de lo que el guion intenta mostrar– sino también, mostrar sus dolores, angustias y desigualdades en una forma de expresión realista sobre los orígenes de la violencia cultural.

Hay algo de quiero pero no puedo en The Hunt, que pasa una buena cantidad de tiempo tratando de hacer creíble al “The Most Dangerous Game”, que ejerce un grupo privilegiado con una libertad de pesadilla y una feliz convicción sobre la deshumanización como principal producto del bien y del mal como elaborada condición de la identidad social de nuestra época. “La caza” es en realidad una colección a gran escala de insinuaciones sobre problemas culturales que sostienen con precariedad sobre la propuesta y que evita, con una habilidad que quizás es lo más inteligente del argumento, señalar directamente cuál es la diferencia  –política e ideológica– entre los grupos en disputa. Pero el hecho de no señalar quien ataca a quien – aunque a la vez brinda suficiente pistas para llegar a conclusiones acertadas– no hace que la película pueda superar su principal escollo: la sensación de ridículo ambiente de guerra civil construida sobre situaciones más o menos elaboradas y casi elegantes. Aquí la muerte se manufactura, se elabora y se construye a través de algo más inteligente que sin embargo, no alcanza su máximo potencial para provocar.

¿Se trata de una propuesta ambiciosa? Lo es, pero con pocos recursos para lograrlo. La rabia, el miedo, la cólera y la venganza se mezclan en The Hunt para crear algo más elaborado que una simple jugarreta en un macabro jardín de las Delicias. La película busca y obtiene una reacción persistente sobre la forma en que se analiza el hilo que une la contemplación, la connotación y la reflexión sobre lo que nos hace asesinos y depredadores, hasta elaborar algo más extraño que en manos más hábiles que las del director, habría sido toda una apoteosis sobre la conclusión de la naturaleza humana como maligna. Con todo, Zobel es hábil para mantener al espectador profundamente incómodo, que además elabora una conclusión sobre la forma que puede sostener lo irracional del hombre moderno, con todas las ventajas y las condiciones de la vida moderna sofisticada, pero que también necesita matar. Necesita satisfacer esa profunda persistencia de la memoria con respecto a algo más agresivo que la película trata de manifestar a través de paisajes inéditos de la imaginación colectiva.

Pero claro está, la película no tiene el suficiente poder simbólico para lograr algo semejante, así que se conforma con caricaturizar: los malos son muy malos, las víctimas sufren durante buena parte de la película y en medio de todo, el guion se las arregla para hacer reír de vez en cuando. Todo, mientras The Hunt se pregunta de manera muy directa el motivo del odio el desdén y la furia entre los estadounidenses, algo que ya se ha tocado en otros filmes y con mayor éxito. El gran problema radica en que la percepción satírica pierde fuelle en favor del gore, lo que provoca que veamos más sangre que juegos de palabras brillantes. Una y otra vez, la película parece anunciar algo más elaborado, brillante y bien construido, sin llegar a resolverlo del todo.

Además, The Hunt es muy ambiciosa: toca todo tipo de símbolos norteamericanos, pero después, no sabe qué hacer con ellos o cómo ensamblarlos de manera consciente y bien construida. Desde las crisis migratorias hasta el verbo incendiario del presidente anónimo, todo pasa a la vez y en el mismo plano, sin que la película decida qué es lo que realmente quiere mostrar y de qué forma hacerlo. Así que la sátira se diluye, se desploma y se analiza desde una percepción analítica no muy efectiva sobre lo que necesitamos entender como obra de fondo. ¿Qué intenta mostrar The Hunt como mensaje en medio de esta variada colección de insinuaciones suculentas? Nunca lo explica y quizás ese es el punto más blanco de la película.

Al final, The Hunt no sabe decantarse por un tema el cual explotar y que sería la forma ideal de mostrar a esta sociedad de violencia crítica capaz de permitir cacerías humanas: en un mundo hiperpolitizado, todos tienen mucha lástima de sí mismos por sentir venganza o por ser víctimas, pero a nadie parece interesarle eso lo suficiente como para no asesinar a mansalva. En esta ocasión, el mal originario habita en aviones privados, en hombres que evitan ser asesinados y en una apoteosis final de pura alegría demencial bañada en sangre de un chocante color rojo. En sus momentos más altos, The Hunt promete una distopía elegante, en los más bajos, solo es una película del montón que intenta provocar. Y eso, sin duda, no es tan sencillo como el filme parece suponer.


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