The Flash de Andrés Muschietti es la puerta abierta al multiverso de DC. Y aunque es mucho mejor de lo esperado —después de un guion que pasó por varias manos a la vez— no es tan redonda ni tan impactante como se insinuó. Entre ambas cosas, es un recorrido bien construido por el inestable terreno —y todavía en construcción— de la saga cinematográfica de la editorial. 

Barry Allen (en dos versiones interpretadas por Ezra Miller) tiene varios problemas para resolver. Por un lado, que acaba de destruir el continuo del espacio y el tiempo. Eso, para salvar la vida de su madre Nora (Maribel Verdú) y asegurar que, en el futuro, su padre Henry (Ron Livingston) no sea acusado de un asesinato que no cometió.

Al otro lado, que está en un universo alterno en que todo es virtualmente inexplicable, incluyendo que Batman (que en la línea central encarna Ben Affleck), ahora es un anciano gruñón y retirado que no quiere saber nada de heroísmo (Michael Keaton). Por si todo lo anterior no fuera suficiente, debe enfrentar una invasión kryptoniana encabezada por Zod (Michael Shannon) y tratar de comprender a Kara (Sasha Calle), la versión de Superman en ese hilo de tiempo.

La película de Andrés Muschietti tiene mucho que contar, relativamente poco tiempo para hacerlo, pero en especial, un ansia considerable de sorprender. Lo que no siempre logra —aunque lo intenta— y que termina por ser su mayor lastre a cuestas. Lo preocupante del caso es que la cinta que tanto Stephen King como Tom Cruise alabaron como “el mejor largometraje de superhéroes de la historia” es pura ambición mal concebida.

Construida sin otro interés que despedir una serie de personajes que DC pasa a jubilación de manera honrosa. O al menos, es lo que se percibe al subtexto, de este homenaje a gran escala que la editorial se hace a sí misma y que acaba por celebrar desde las versiones de Batman y Superman televisivos, además de varias décadas distintas, como a los personajes del llamado Snyderverse, que finalmente cuelgan la capa.

Las líneas difusas de la realidad en The Flash 

Sin embargo, el real problema con The Flash, como lo fue el de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, es intentar dar forma a las realidades alternativas. No solo no lo logra, sino que se queda a medias en planteamiento y escala. Si en Spider-Man: Cruzando el Multiverso la proeza se llevó a cabo con imaginación, ingenio y buen corazón y en Todo a la vez en todas partes al mismo tiempo con audacia, The Flash es lamentablemente limitada. Cada historia deja a su paso la idea de la espectacularidad que esconde, pero que no se profundiza más allá de un cameo asombroso —y hay más de uno que emocionará a los fanáticos— pero que no promete nada más.

The Flash es una cinta que carece del atrevimiento para romper el molde que llevó a un declive al género superheroico. No solo el guion es apresurado, con ritmo ligero que termina por ser superficial y una poca atención al detalle que se lamenta. También, entrecruza varios relatos a la vez, que no llega a completar ni tampoco tiene intención de hacerlo. Lo cual es incomprensible, teniendo una variedad de puertas —en el sentido literal y alegórico— para recorrer las realidades alternativas a fondo. Pero lo evita, en la medida que Andrés Muschietti está más interesado en aclarar que el universo DC está a punto de expandirse. A un nivel, velocidad y alcance que sorprende por todo lo que puede significar.

En ese punto es quizás en que The Flash muestra sus mayores fortalezas. Alejada de peleas a mano, de Batiartefactos de cuestionable utilidad y de chistes resultones, la cinta alcanza sus mejores momentos cuando insinúa esa reverberación de la dimensión de lo verídico como una idea concreta. El multiverso apenas es un esbozo, pero es tan fuerte como para que la espera de ver que espera más allá de las líneas entrecruzadas, es la promesa que mantiene The Flash en pie, aunque no llegue a cumplirla.

Un recorrido a toda velocidad por lugares extraños del tiempo 

En realidad, todo el objetivo de la película parece ser justo ese. El de crecer en todas las direcciones posibles, aunque el resultado sea desordenado, caótico y debido a los deficientes efectos digitales, en algunas oportunidades, confuso. No obstante, Andrés Muschietti cumple, en la medida de sus posibilidades, en su papel como elemento de transición.

A The Flash no puede entendérsele sin saber de dónde viene y por qué tiene las particularidades —absurdas y llamativas— que la hacen un espacio extraño en la experimentación de la cultura pop. Con 7 retrasos a cuestas, cinco años de producción, un protagonista decidido a convertirse en un paria del espectáculo y todo tipo de cambios de último momento, es casi un prodigio que la producción llegara a la pantalla grande.

Pero lo hizo. Con sus fallas, sus giros enigmáticos y al final, su promesa de mucho más, a partir de la reinvención de un mundo gastado y sin mayor aliciente. De modo que sí, The Flash es un evento, aunque no lo sea por sí mismo ni solo por sus bondades. El Snyderverse acaba de morir y algo —fresco y singular— está a punto de nacer. La cinta de Andrés Muschietti quedará como testimonio de ambas cosas. Quizás, su único atributo real.


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