En una época en que las grandes sagas de acción apuestan a la exageración, el uso de acrobacias y la ultraviolencia de Antoine Fuqua puede parecer discreta. Pero, en realidad, es una aproximación a un retorcido sentido de la lealtad y el bien, que hace de la franquicia una extraña exploración acerca de la moralidad contemporánea.

Antoine Fuqua logró un prodigio cinematográfico inusual. Tomó una serie desigual de la década de los ochenta, para crear una paradoja singular que, además, le permitió profundizar en una estupenda saga de acción. ¿Puede un hombre esencialmente íntegro siempre escoger la violencia? La trilogía The Equalizer se hace la pregunta en diferentes niveles y también, desde un punto de vista poco común. El de una figura tenebrosa, con lados luminosos y buenas decisiones, que no tiene otro remedio que matar.

Lo más curioso es que Robert McCall (Denzel Washington) no es un antihéroe ni, mucho menos, un villano. Como el mismo personaje se define “hace lo que debe de hacer” y sin temer otra represalia que la de su conciencia. Por lo que es capaz de hacer pequeños encargos a sus vecinos, al mismo tiempo, que romper las manos y garganta de un grupo de universitarios abusivos. El hombre que Washington encarna, tiene un lado monstruoso e impredecible, que le hace incluso más temible que cualquier héroe de acción. Tanto, como para que sea cada vez más retorcido, violento y preciso a medida que sus habilidades se necesitan. Pero, ¿se trata de alguien que cree esencialmente en la brutalidad?

The Equalizer 3, el final de la saga que comenzó en 2014, plantea este cuestionamiento desde varios puntos de vista. Al menos, es lo que sugiere su primera escena, en la que todos los hombres de un mafioso siciliano han sido asesinados. No se trata de una deuda de honor, dinero o algo más terrenal, sino el concepto sobre el mal. Es lo que deja claro McCall en el primer gran enfrentamiento de la cinta, en la que resulta malherido y le obligará a retirarse. Es el primer fracaso del asesino, pero también, la afrenta que le hace replantearse sus principios. Fuqua, que sabe que su actor es mucho más que un hombre capaz de transmitir capacidad para la pelea y el disparo, compone a una figura tenebrosa, malherida. No solo físicamente, sino también en lo mental. Lo que convierte a la película en percepción mucho más compleja acerca del habitual héroe de acción.

Los rigores del temor 

De la misma manera en que Liam Neeson convirtió al Brian Mills de Taken en un hombre con curiosas facetas, además de un asesino implacable, Washington hace de McCall algo más que un mercenario. Mucho más cuando, durante su recuperación, es evidente que el director quiere reflexionar sobre lo que mueve los engranajes en un individuo capaz de todo. ¿Por qué sería capaz de matar McCall, cuando él mismo se encuentra herido y malogrado?

Rescatado por Enzo Arisio (Remo Girone), la gratitud y lealtad del personaje no solo por su benefactor, sino también por el pueblo italiano que le acoge en el anonimato, le hace profundizar en sus motivos. Fuqua encuentra cómo separar a McCall de la venganza o la justicia, extremos que los usuales héroes de acción deben sostener sobre sus hombros.

En cambio, McCall se interroga a sí mismo con cierta violencia, se vincula con los que le rodean y termina por tomar una decisión complicada. El pequeño pueblo que se esconde está asediado por la mafia siciliana, por lo que sus habitantes son rehenes y la mayoría de las veces, víctimas de una violencia territorial contra la que no pueden luchar.

Una misión complicada 

De modo que McCall decide hacerlo por ellos, todavía maltrecho y sin otro aval que sus conocimientos acerca del mundo de las armas y su conciencia. El director, que sabe que Washington no puede competir en habilidad física con figuras al estilo Tyler Rake (Chris Hemsworth) de Netflix, se concentra en algo más importante. En la capacidad del actor para imprimir carácter, poder y una inquietante capacidad para matar sin cortapisas al asesino que interpreta.

Pero además, McCall es un ser humano. Uno capaz de bondad, cariño y lazos fundamentalmente realistas, con las personas que le cuidaron y protegieron. De modo que para su tercer acto — el más débil y el que, quizás, haga de la película menos disfrutable de lo que podría ser — algo queda claro. McCall, podría haber escogido no matar sino defenderse. La justicia en lugar de la venganza. Pero no lo hizo. Y sus razones para hacerlo, son tan interesantes como para sostener la película entera. Su punto más alto.

 


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