«La comparación, el conflicto, la competencia, no solo crean deterioro, sino también miedo; y, donde hay miedo, hay oscuridad; no hay afecto, comprensión, amor». Krishnamurti.

Aun cuando John Lennon adquiriese más fama de pacifista que sus compañeros de banda (George, Ringo y Paul), ningún beatle rechazó las prédicas Peace and love! o Give peace a chance!, mezcla de legítimos petitorios morales con intereses faranduleros. Más que signo de convicción, durante los tiempos de la Guerra de Vietnam, la señal de paz fue marca publicitaria. En aquellos días de estupor a causa de las matanzas de jóvenes estadounidenses y vietnamitas,  músicos y escritores elevaban mociones de paz.

Srila Prabhupada era el nombre del swami que conversaría con el mítico cuarteto. Dirigiéndose a Lennon, afirmó:

«… He leído algunas de tus declaraciones y veo que estás ansioso por hacer algo. En verdad, toda persona santa debería estar ansiosa de hacer que haya paz en el mundo. Pero se debe conocer el proceso que se requiere para ello. En Bhagavad-gita (5.29), el Señor Krsna explica cómo encontrarla»…

Seguido a lo cual el maestro aludiría la escritura sagrada: «… Los sabios, que saben que soy el fin último de todos los sacrificios y austeridades, el Señor Supremo de todos los planetas y semidioses, y el benefactor y bienquiriente de todas las entidades vivientes, encuentran la paz y se liberan de los tormentos y sufrimientos materiales…»

Los defensores y propulsores naturales de la paz deberían ser los políticos. Sin embargo, amagan hacerlo, no diligencian auténticos hacia la materialización de tan noble fin. Empiezan por generar peleas domésticas en sus partidos, luego divulgan rabias y vicios por sus países  (más tarde, peligrosamente, al exterior)

Automáticamente, la «razón ética» que impulsó a los seres inteligentes fundar  religiones fijó la protección irreflexiva de la propiedad privada. Se definió como «delito» la injerencia, abrupta o no, de un hombre en territorios demarcados. La usurpación -por parte del allanador-invasor-conquistador- de funciones o quehaceres de (dueño) propietario convencional desestabilizaba a las tribus. El temor de las criaturas pensantes a lo desconocido (morir) hizo que prosperara el acomodaticio y celestial arbitraje.

Los problemas surgen con el develamiento de lo siguiente: la razón ética puede establecerse sin previsiones morales. Si -por ejemplo- meditamos en redor a la tesis proudhoniana respecto a si es o no «robo» la propiedad, los motivos morales que precedieron la invención de algunas religiones no fueron éticos. Con las (de catequesis) prohibiciones, interdictos o mandamientos divinos, se protegió más la idea de la preservación de bienes que el derecho vivir. El tótem cercó lo que creyó suyo y se apropió indebidamente de un tal Dios:

«… Aunque todos somos seres humanos, hemos alzado murallas entre nosotros mismos y nuestro prójimo por medio del nacionalismo: por la raza, casta y clase, cosa que también engendra aislamiento, sentimiento de soledad…». Krsna

Sería válido que los habitantes de Terraco nos planteásemos la posibilidad de fundar una invulnerable, moralmente, ética. Que tenga por precepto lo universal y sensible, a favor de la convivencia: jamás en pro de las necesidades o (caprichos) querencias particulares de grupos étnicos u organizaciones de individuos con fines criminales.

Las religiones tradicionales son irreconciliables, inoperantes y prescindibles. Los hombres de este tiempo merecemos una comunión menos frágil o tribal.

@jurescritor


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