Al finalizar la primera exposición de mi amigo pintor Richard, caminamos al pub más cercano, para celebrar el éxito de la muestra y la venta de dos cuadros suyos, por el valor de 2.000 libras cada uno. «¡Si me viera mi padre!», dijo Richard, con una sonrisa simpática mirando al cielo. El padre de Richard fue unos de los tantos caídos por el coronavirus: «A mi padre le encantaba verme pintar cuando era niño; pero cuando crecí y le confesé a los diecisiete años que quería ser pintor, pegó un grito en el cielo, diciéndome que si me había vuelto loco».

El padre de Richard comenzaría una lucha permanente para que su hijo, el loco, como lo empezaron a llamar en la familia, por querer ganarse la vida pintando, dejara esa idea y eligiera estudiar cualquier ingeniería o siguiera las riendas de la empresa de construcción de la familia.  Richard se atrincheró con su terquedad en un taller que le pagaba su madre, la única que lo apoyaba a escondidas de su esposo.

Eso me hace pensar que la terquedad acompañada de pasión es maravillosa, ya que en cualquier momento detonará un extraordinario arte. Claro, la terquedad y pasión es maravillosa si de artistas hablamos. Porque la terquedad en las manos de un tirano es muy asqueroso de ver.

Desde muy pequeños vivimos en la órbita del mandato de nuestros familiares, pero a medida que vamos creciendo decidimos si queremos ser tercos y apasionados, y hacer lo que realmente queremos hacer, dando rienda suelta a nuestros deseos, o decidir ser sumisos y cumplir los deseos de nuestros padres, dejando que otros decidan por nosotros.

Sé muy bien que una de las cosas más difíciles de aprender en este mundo es conocer cuáles son tus propios deseos y a respetarlos. A pesar de que estamos en pleno siglo XXI todavía existen personas atrapadas, atrapadas en trabajos que no les gustan, en matrimonios fracasados o en países donde no quieren estar. Pero también soy consciente de que, para estar atrapados, se debe tener un temple excelso.

Si nos detenemos un momento y reflexionamos con un poco de lucidez que todo esto, es decir, la vida, es un eufemismo sin retorno, empezaremos a no reprimirnos en hacer lo que realmente queremos y disfrutar este viaje. Celebro que mi amigo Richard desde muy joven tuvo la virtud de ser muy lúcido y sin dejarse engañar por las trampas del presente y las distracciones de la nueva tecnología. Caminó siempre directo a lo que soñaba, con la gran satisfacción de que cuando llegue el día del juicio final se lleve con él todo lo que quiso hacer y ser.


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