En enero de 2020, estoy seguro de que todos tenían planes, yo los tenía. Ninguno o casi ninguno pudo realizarse, todo fue aplazado, algunos lo hicieron temporalmente esperando que todo pasara y una buena parte los aplazó para siempre, pues un bichito de fabricación china, en algunos muchos, ha sido letal.

Hoy estamos en otro enero y tengo la convicción de que 2020 no ha terminado, sigue con nosotros, amenazando, ha impuesto el miedo que ha colonizado totalmente nuestro modo de vida. Martín Caparrós, el excelente ensayista que escribe en El Pais de España dice que “2020 fue el año en que  el miedo fue dueño. El miedo siempre estuvo allí. Sin miedo no existirían las religiones, los Estados, los seguros, la policía, los trasplantes de pelo, el matrimonio. Pero, en una civilización hecha de miedo, nunca fue tan visible que vivíamos para él como en estos meses en que, por el más primitivo —por el miedo a morirnos—, aceptamos hasta más no poder”.

Y ha sido así, fíjense todo lo que hemos aceptado de esta gente que nos gobierna: la producción de una crisis, probablemente la mayor desde los días de la guerra federal que devastó al país al igual que esta, solo que la generada por el chavismo ha liquidado a un país de recursos que siempre habíamos pensado que eran inagotables. Pero ha hecho más daño que la destrucción de su base material, que ya es mucho decir: cambió el carácter y la naturaleza del venezolano y su resultado ha sido un tipo torvo, realmente un poco malo, en el sentido corriente del término y  des-ciudadanizado.

Ahora, además, haber sido gobernado por una dictadura con la producción natural de lo que es consustancial a ella: el miedo, Se nos ha instalado, como en el resto del mundo el coronavirus  tenemos así, el desiderátum de todos los miedos que se nos ha colado hasta los huesos, primero es un miedo físico, porque el virus se ha apoderado de nuestros cuerpos y ha dispuesto de ellos. Cuerpos indefensos, porque el régimen durante veinte años desinstaló un servicio de salud pública que si bien podía tener defectos, no había llegado a los niveles calamitosos en que el régimen ha convertido el sector salud.

Es, además, un miedo social porque nos separa de los otros y hasta hemos prescindido de tocarnos con el otro, de abrazarnos a los otros porque no hacerlo nos permite sobrevivir.

Mi hija y mi mujer me dicen que hay que encomendarse a Dios. Pero que lejos está todo esto de Dios. Vuelvo a citar a Caparrós, que define la situación de esta manera: “El 6 de abril de 2020, fecha histórica que alguna vez será, las iglesias de Roma se cerraron: la creencia dejó de ser refugio. Así que intentamos creer en la ciencia y es difícil, porque la ciencia no está hecha para creer, sino para dudar”… Todos claman por una vacuna… Nadie pide piedad.

¿Ha terminado 2020?. NO. Sigue allí, Y nos está gritando que este no ha terminado. Así que cuidémonos, no permitamos que un bichito chino nos quite la hermosa experiencia de estar vivo.


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