Captar correctamente la realidad y sus problemas e imaginar las acciones adecuadas para actuar sobre ella exitosamente es lo que llamamos teoría en este escrito. Se trata de una representación mental de la realidad con ideas concebidas a partir de la observación de las cosas y de los fenómenos de la mima. En definitiva, la teoría es un esquema o modelo mental de lo existente más un plan de acción para resolver los problemas que se derivan de allí. De lo dicho se deduce la importancia que tiene la teoría para el desempeño de las acciones humanas (praxis). Sin ella el hombre no puede hacer frente a la naturaleza ni al mundo social creado por él.

La formulación mental previa de las acciones forma parte de la teoría. Si no fuera así se improvisaría constantemente con resultados muy desafortunados. La teoría, con sus dos componentes, siempre está presente en los seres humanos, en unos en forma muy precaria y en otros con más robustez, de acuerdo con sus niveles de preparación e inteligencia. Esa necesidad es mucho mayor cuando se desempeñan labores de dirección y se tiene poder para decidir sobre asuntos que atañen a muchas personas. Es de excepcional importancia para quienes rigen los destinos de un país y para quienes dirigen empresas privadas e instituciones públicas de cualquier tipo.

La elaboración de teorías acertadas no es tarea fácil porque la realidad es muy compleja y cambiante. Es imposible captar todos los elementos que caracterizan a los objetos y fenómenos de la realidad, que son muchos, únicos y diferentes en cada caso concreto, aunque pertenezca a una misma categoría o tipo de entidad. Para suplir esa deficiencia nuestra mente se vale de imágenes, representaciones generales o modelos ideales de las cosas (arquetipos). Por ejemplo, si observamos un perro cualquiera, no podemos captar de él (el perro real, específico y único que tenemos en frente) todas sus peculiaridades, que son muchísimas, sino que nos hacemos la idea mental de la cosa llamada perro, sin determinaciones (animal de cuatro patas, que ladra, etc.) porque de otra manera no tendríamos capacidad de concretar nada, ni de crear generalizaciones o síntesis que hagan posible el tratamiento de la cosa o fenómeno que nos interesan.

Así como es difícil elaborar una teoría sobre la realidad, la praxis o puesta en acción de las medidas pensadas en función de la teoría, es también de gran dificultad, porque la realidad, además de compleja, es cambiante. Lo común es que los planes teóricos deban ser ajustarlos constantemente para adecuarlos a la realidad. Para ello, además del conocimiento de la misma y la capacidad para imaginar las acciones adecuadas, se requiere la eficiencia o eficacia para llevarlas a cabo. En otras palabras, se necesitan facultades ejecutivas (capacidad de mando, planificación, dirección, organización y muchas más). Por eso dice el refrán que “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Así como muchas teorías no se ajustan plenamente a la realidad, muchas acciones (praxis) no conciertan con aquellas, aunque sean acertadas. Por eso la historia de la humanidad y de las naciones son un rico compendio de malas teorías (si acaso las hubo) y de malas acciones.

Venezuela, en lo que va del siglo XXI, es un ejemplo de manual de cosas mal hechas. La teoría política del chavismo resultó un desatino y su praxis fue aún peor. La “revolución bolivariana” o “socialismo del siglo XXI” fue un remedio peor que la enfermedad que supuestamente iba a curar (la corrupción, la ineficacia, la injusticia social, etc.). Los inmensos recursos recibidos en los años del boom petrolero, calculados en 1 millón de millones de dólares (1 billón en idioma español), se dilapidaron en improvisaciones de todo tipo. El resultado fue la ruina del país, el incremento de la pobreza y el éxodo de millones de venezolanos que, por primera vez, abandonaron el país en búsqueda de mejores oportunidades.

La mala teoría y la mala praxis del chavismo no son exclusivas de este. La oposición también incurrió en ellas. Teniendo la inmensa mayoría del apoyo popular después de la muerte de Chávez, como se demostró en las elecciones parlamentarias de 2015, fue incapaz de aprovechar el triunfo y conservarlo. Ni siquiera pudo mantener la unidad y se dispersó en multitud de grupos e individualidades que hicieron posible al sucesor de Chávez mantenerse en el poder contra todo pronóstico.

Estamos próximos a un proceso electoral que definirá en el 2024 el destino del país para los próximos años. A estas alturas el panorama es sombrío e incierto. No se ve con claridad que va a pasar. No hay una teoría clara y definida de que hacer por parte de la oposición. La del chavismo, que es la misma, mala y ruinosa, está clara y definida: quedarse en el poder, a toda costa, aunque el país perezca. Lo único que pudiera cambiar la situación sería una acción contundente y masiva del pueblo venezolano en las urnas electorales, incluso si los líderes políticos no se ponen de acuerdo. ¿Será posible? Veremos.

 


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