La sociedad rusa ha cambiado drásticamente desde la desintegración soviética, y la aparición de nuevas teorías de las relaciones internacionales anunció este cambio. Tras la desintegración de la Unión Soviética y su ciencia social «marxista» sancionada oficialmente, los académicos rusos han logrado avances intelectuales en la adaptación a las nuevas realidades. Analizar los estudios emergentes de relaciones internacionales rusos nos ayuda a responder algunas de las preguntas clave sobre Rusia. ¿Cómo se ve la nueva Rusia en el mundo?; ¿cómo percibe el nuevo entorno internacional?; ¿qué instituciones sociales y políticas considera apropiadas desarrollar después del final de la Guerra Fría? Estas son las preguntas en materia de relaciones internacionales que están en el corazón de la nueva erudición rusa, y estas son las preguntas que continúan impulsando la erudición occidental sobre la nueva Rusia.

El reciente resurgimiento de la tradición de la sociología del conocimiento en los estudios internacionales ha llamado la atención de los académicos sobre el hecho de que la erudición de las relaciones internacionales se basa en ciertas condiciones sociales y puede reflejar premisas culturales. Históricamente, la tradición tiene sus raíces en los trabajos de Karl Mannheim y Max Weber, entre otros, pero también podemos encontrar estudios contemporáneos centrados en los fundamentos sociales del conocimiento, tales como Stanley Hoffmann, Ole Weaver o Robert Crawford y Darryl Jarvis.

En particular, se ha vuelto más común ver las relaciones internacionales como una rama de la investigación que a menudo refleja los sesgos políticos, ideológicos y epistemológicos de la civilización occidental, particularmente la estadounidense. Recientemente, académicos de todo el mundo han intentado comprender las relaciones internacionales desde la perspectiva de varias periferias (asiática con William Callahan, Amitav Acharya y Barry Buzan), de Europa del Este (con Stefano Guzzini), latinoamericana (Arlene Tickner) y rusa (con Andrei Tsygankov y Pavel Tsygankov) lo que sugiere el surgimiento de una nueva subdisciplina de la teoría comparativa de relaciones internacionales.

Además, algunas clasificaciones de la teoría de las relaciones internacionales bien conocidas y aún ampliamente practicadas en Occidente, como el realismo, el liberalismo y la teoría crítica o constructivista, están moldeadas por las preferencias ideológicas de los teóricos. Como cada uno de ellos enfatiza los conceptos de equilibrio de poder, instituciones internacionales y explotación/emancipación humana en su investigación, estas teorías reflejan preocupaciones ideológicas más amplias sobre las relaciones entre el Yo y el Otro. Los realistas, por ejemplo, tienden a percibir el surgimiento de comunidades alternativas u Otros como una amenaza y recomiendan que el Yo se prepare para defender su seguridad. Por otro lado, muchos liberales occidentales, si bien reconocen el carácter cada vez más globalizado de la política mundial, mantienen una imagen de afirmación progresiva de los valores del Yo y pasan por alto las fuerzas de identidad y diversidad asociadas con el Otro. Algunos teóricos críticos como Giorgio Shani también tienen una tendencia a simplificar demasiado las relaciones Yo-Otro.

En este análisis argumentamos que la teoría rusa de las relaciones internacionales es nacionalmente específica, pero también se basa en tres tradiciones intelectuales principales de presentar el Yo, el Otro y sus relaciones. Nos referimos a estas tradiciones como occidentalismo, estatismo y civilizacionismo porque cada una enfatiza categorías de Occidente, el Estado independiente y la civilización distinta como sus identificaciones deseadas del yo ruso. Aunque las tradiciones intelectuales rusas han recuperado su fuerza después de la desintegración soviética, tienen sus raíces en la historia de las relaciones de Rusia con Europa y los debates del siglo XIX sobre la “idea rusa”. Por lo tanto, adoptamos una definición amplia de la teoría de las Relaciones Internacionales, viéndola como una imagen del mundo desarrollada sistemáticamente que se basa en una historia cultural local, más que en la evolución de las ciencias sociales occidentales.

Tres tradiciones intelectuales en Rusia

A través de diferentes épocas históricas, Rusia ha desarrollado tres tradiciones o escuelas de pensamiento sobre el Yo y el Otro: occidentalista, estatista y civilizacionista. A lo largo de los siglos, los occidentalizadores, estatistas y civilizacionistas buscaron presentar las opciones internacionales de Rusia de manera consistente con sus imágenes históricamente establecidas del país y el mundo exterior.

Los occidentalizadores vieron la idea rusa como una idea esencialmente occidental, y pusieron énfasis en la similitud de Rusia con las naciones occidentales y vieron a Occidente como la civilización más viable y progresista del mundo. Los primeros occidentalizadores buscaron presentar a Rusia como un miembro leal de la familia de las monarquías europeas. Alejandro I, por ejemplo, defendió las llamadas políticas legitimistas y estableció la “Santa Alianza” con Prusia y Austria para reprimir las actividades revolucionarias en el continente. En la segunda mitad del siglo XIX, occidentalizadores, como Alejandro II, se identificaron con el Occidente de las libertades constitucionales y la igualdad política. Los occidentalizadores dentro del sistema soviético consideraban que Rusia no estaba demasiado alejada de las ideas socialdemócratas europeas. Por ejemplo, una de las líneas de pensamiento favoritas de Gorbachov era que la Unión Soviética tenía que “purificarse” de las “distorsiones” estalinistas y convertirse en una versión democrática o “humana” del socialismo (gumannyi sotsializm). Finalmente, los occidentalizadores liberales posoviéticos argumentaron la afinidad “natural” de su país con Occidente basada en valores compartidos como la democracia, los derechos humanos y el libre mercado. Compartiendo los prejuicios de muchos en Occidente, los occidentalizadores liberales, como Andrei Kozyrev y Boris Yelstin, temían al Otro y advertían contra las relaciones con los antiguos aliados soviéticos. Insistieron en que sólo mediante la construcción de instituciones liberales occidentales y la integración con la coalición de lo que con frecuencia se denominaba la comunidad de «naciones civilizadas occidentales», Rusia podría responder a sus amenazas y superar su atraso económico y político.

Los estatistas han equiparado la idea rusa con la de un Estado fuerte e independiente y han enfatizado la capacidad del Estado para gobernar y preservar el orden social y político. Ellos también mostraron su desconfianza hacia el Otro e introdujeron la noción de amenaza externa como central para la seguridad de Rusia. Dependiendo de la situación, el Otro amenazante se presentaba como si proviniera del este o del oeste. Desde la conquista de los mongoles, que duró dos siglos, los rusos han desarrollado un complejo psicológico de inseguridad y una disposición a sacrificarlo todo por la independencia y la soberanía. Por ejemplo, al justificar la necesidad de una rápida industrialización, el líder del Estado soviético Josef Stalin enmarcó su argumento en términos de respuesta a poderosas amenazas externas.

La historia de la antigua Rusia fue la paliza continua que sufrió a causa de su atraso. Fue golpeada por los khan mongoles. Fue golpeada por los beys turcos. Fue golpeada por los señores feudales suecos. Fue golpeada por los caballeros de la Orden Teutona. Fue golpeada por la nobleza polaca y lituana. Fue golpeada por los capitalistas ingleses y franceses. Fue golpeada por los barones japoneses. “Todos la golpean – por su atraso … Estamos cincuenta o cien años atrás de los países avanzados. Debemos salvar esta distancia en diez años. O lo hacemos, o seremos aplastados”, tal y como lo cita Richard Sakwa en su libro The rise and fall of the Soviet Union.

Los estatistas no son inherentemente antioccidentales; simplemente buscan el reconocimiento de Occidente poniendo el énfasis en las capacidades económicas y militares. Los estatistas de la era monárquica valoraban la estructura de poder autocrática de Rusia, en parte porque también lo eran las estructuras de las monarquías europeas. Los estatistas socialistas insistieron en la importancia del control firme del Partido Comunista sobre la sociedad con el fin de mantener el orden político y evitar amenazas «capitalistas» externas. En política exterior, algunos estatistas abogaron por una acomodación relativa con Occidente, mientras que otros favorecieron estrategias de equilibrio. Maxim Litvinov, por ejemplo, apoyó un sistema de «seguridad colectiva» en Europa para evitar el ascenso del fascismo. Nikita Kruschev también quería romper los tabúes del aislacionismo y acercar la Rusia soviética a Europa. Por otro lado, el pacto de Stalin con Hitler, así como la estrategia de “correlación de fuerzas” de Leonid Brezhnev, reflejaban la voluntad de equilibrar las influencias percibidas como peligrosas del mundo exterior. Ese dualismo sobrevivió a la era soviética. Por ejemplo en la década de 1990 y los primeros 2000, tanto Primakov como Putin veían la grandeza y la fuerza de Rusia como objetivos clave de sus políticas exteriores; sin embargo, el primero intentaba reconstruir la antigua Unión Soviética y contener a Estados Unidos a través de una alianza estratégica con China e India, mientras que el segundo enfatizaba las relaciones bilaterales en la periferia de Rusia y tenía la ambición de desarrollar una asociación con Estados Unidos para disuadir el terrorismo.

Finalmente, los civilizacionistas conceptualizaron las relaciones Yo-Otro en términos de oposiciones culturales. Esta tradición intelectual posicionó a Rusia y sus valores como principalmente diferentes de los de Occidente. Al ver a Rusia como una civilización por derecho propio, muchos civilizacionistas insistieron en la “misión” de Rusia en el mundo y en la difusión de los valores rusos en el extranjero. Como filosofía política, el civilizacionismo se remonta a la «reunión de tierras rusas» de Iván IV el Terrible después del yugo mongol y al dicho «Moscú es la Tercera Roma» adoptado bajo el mismo gobernante. Algunos representantes de esta escuela abogaron por un firme compromiso con los valores del cristianismo ortodoxo, mientras que otros vieron a Rusia como una síntesis de varias religiones. En el siglo XIX, los civilizacionistas defendieron la noción de unidad eslava y su ideología de paneslavismo afectó algunas de las decisiones de política exterior del zar. Nacida de la agonía de la Europa autocrática y liberal, la Rusia soviética se vio a sí misma como superior a la civilización capitalista occidental “decadente” y “podrida”.

Los primeros civilizacionistas socialistas desafiaron a Occidente de la manera más directa, defendiendo en un punto la doctrina de la revolución mundial. Otros pensadores soviéticos, sin embargo, abogaron por una coexistencia pacífica y una cooperación limitada con el mundo del “capitalismo”. Otra versión más del pensamiento civilizacionista fue el llamado eurasianismo que vio a Rusia como una unidad orgánica distintiva de las culturas europea y asiática. (Sobre el eurasianismo y su influencia en la Rusia contemporánea, podemos revisar los trabajos de Eduard Solovyev; Mark Bassin y Konstantin Aksenov; Dmitry Shlapentokh y Marlene Laruelle, y por supuesto los del principal ideólogo Aleksandr Dugin).

El interludio soviético

El marxismo soviético ayudó a legitimar la nueva identidad socialista de Rusia y proporcionó a los intelectuales nuevos lentes a través de los cuales analizar el mundo exterior. Tanto ontológica como epistemológicamente, el marxismo presentó un desafío importante para las ciencias sociales y las relaciones internacionales occidentales. Al menos tres características clave merecen ser mencionadas aquí. Primero, la nueva forma de pensar sobre el mundo era socialmente crítica o emancipadora. La máxima de Marx de que los filósofos deben ir más allá de explicar el mundo y cambiarlo radicalmente llamó la atención sobre las relaciones entre la teoría y la práctica y, por lo tanto, hizo añicos los cimientos mismos del pensamiento positivista orientado al status quo. En segundo lugar, el enfoque históricamente estructural marxista pretendía vincular los asuntos mundiales con los fenómenos existentes de explotación y desigualdad globales y revelar sus orígenes y raíces sociales. Finalmente, el análisis marxista era holístico y global, ya que entendía el mundo como globalmente unido y globalmente dividido al mismo tiempo. A diferencia de los tres niveles familiares de análisis en las principales relaciones internacionales (individual, nacional y sistémica), el marxismo veía la lucha por la liberación y emancipación humana como universal y sin fronteras.

El período soviético en el desarrollo de Rusia también suprimió el debate descrito entre occidentalizadores, estatistas y civilizacionistas. Al legitimar la nueva identidad socialista de Rusia, el régimen soviético también desarrolló una visión egoísta del marxismo y legitimó el relativo aislamiento del país de los desarrollos intelectuales occidentales. Además de algunos de sus elementos progresistas y liberadores, la versión soviética del marxismo sirvió como una forma ideológicamente pretenciosa de preservar el status quo favorecido por el Estado y como una herramienta para suprimir la disidencia. La hegemonía ideológica oficial del marxismo soviético endureció el pensamiento creativo al imponer cánones rígidos a los estudiosos de las relaciones internacionales y alentar interpretaciones dogmáticas de los asuntos mundiales. La «erudición» dedicada al estudio de las Relaciones Internacionales se redujo con demasiada frecuencia a interpretaciones de documentos oficiales y discursos de los líderes en los congresos del Partido Comunista. El marxismo soviético también permitió solo un diálogo mínimo con académicos no marxistas. Incluso los desarrollos marxistas y neomarxistas fuera de la Unión Soviética, como la Escuela de Frankfurt en Alemania, no fueron bien recibidos. La fertilización cruzada con el mundo exterior fue, por lo tanto, insignificante y confinada a círculos estrechos de académicos de élite con acceso privilegiado a la información.

Aún así, el debate intelectual centenario sobre la idea rusa no pudo eliminarse en parte porque el marxismo soviético nunca había sido completamente homogéneo; desde la muerte de su fundador Vladimir Lenin en 1924, al menos dos escuelas compitieron por el estatus de ideología oficial e intérprete “leal” del legado intelectual leninista. Los radicales abogaban por métodos contundentes de industrialización, mientras que los moderados abogaban por un proceso de desarrollo más gradual y partían de la noción de “coexistencia” del difunto Lenin con el “mundo capitalista” occidental. Este debate había sido terminado por Stalin después de su ruptura con la filosofía de moderación de Lenin posterior a 1921 en las relaciones con la clase campesina y el mundo exterior, y solo se revivió después de la muerte de Stalin. La ciencia social soviética también comenzó a absorber lentamente ideas de Occidente, algunas de las cuales eran de naturaleza marxista revisionista, otras liberales y anticomunistas, y otras ferozmente nacionalistas. Aunque durante décadas el debate sobre la idea rusa se desarrollaría dentro de la versión sancionada oficialmente del marxismo, estaba vivo con los occidentalistas que defendían las ideas socialdemócratas europeas, los estatistas que insistían en la preservación del equilibrio de poder y los civilizacionistas que defendían el carácter distintivo cultural de Rusia.

El declive soviético y la perestroika de Gorbachov abrieron aún más el espacio para el debate. Reflejando la propia evolución de Gorbachov, el marxismo oficial evolucionó siguiendo las líneas de la socialdemocracia europea. La oposición provino del pensamiento neoortodoxo defendido por el recién surgido Partido Comunista de la Federación Rusa y su líder Gennadi Zyuganov. El marxismo de Zyuganov  es una fusión de las viejas ideas estalinistas, la geopolítica tradicional y el nacionalismo imperial ruso. Además de Gorbachov y Zyuganov, los académicos marxistas también desarrollaron un interés en los enfoques del sistema mundial, a menudo asociados en Occidente con el nombre de Immanuel Wallerstein. Tanto el Nuevo Pensamiento de Gorbachov como el análisis del sistema mundial han continuado una larga tradición de pensamiento global marxista y tienen raíces en los intereses domésticos en el estudio de temas globales como el medio ambiente, la dinámica de la población, y la carrera armamentista. Ha surgido una variedad de nuevos enfoques fuera de la cosmovisión marxista. Los liberales persiguen las ideas de globalización y paz democrática y, a menudo, son politólogos de formación, teniendo como principales exponentes a Yuri Davydov, Dmitry Trenin y Vladimir Kulagin. El realismo ruso está emergiendo como un movimiento intelectual complejo, en el que historiadores, filósofos, sociólogos y economistas desarrollan sus propias escuelas y agendas de investigación tales como Tatyana Shakleyina, Aleksei Bogaturov y Valery Konyshev. Finalmente, Rusia está comenzando a responder al “giro posestructural” occidental, y los filósofos y sociólogos están tomando cada vez más la delantera en la exploración de los fundamentos culturales del desarrollo de Rusia con trabajos como los de Boris Kapustin y Alexander Neklessa.

Nueva teoría rusa de Relaciones Internacionales

Fuertemente influenciado por Occidente, el pensamiento internacional ruso se ha desarrollado de manera consistente con la experiencia histórica del país. De acuerdo con sus imágenes históricamente establecidas del país y el mundo, las tradiciones intelectuales antes descritas han producido cada una un nuevo tipo de erudición de las Relaciones Internacionales.

Liberalismo

La teoría liberal rusa de relaciones internacionales está mucho más moldeada por los enfoques occidentales que por otros enfoques rusos. Aunque existen profundas divisiones y desacuerdos dentro del liberalismo ruso, aquellos que están a favor de seguir las teorías estadounidenses disfrutan de una posición de dominio considerable. En la teoría de las relaciones internacionales, esta posición de dominio significa que la gran mayoría de las herramientas conceptuales se toman prestadas de colegas occidentales, particularmente estadounidenses. Por lo tanto, muchos académicos rusos tratan el desarrollo institucional del mundo como predominantemente centrado en Occidente. Un ejemplo de ello es la conceptualización del mundo emergente como “unipolaridad democrática” como lo expone Vladimir Kulagin. El concepto es occidental en sus orígenes porque se entiende que la democracia es un fenómeno universal centrado en Occidente, en lugar de desarrollarse a partir de las condiciones culturales, históricas y políticas locales. Los partidarios del concepto sostienen que Francis Fukuyama y Robert Heilbronner estaban básicamente en lo correcto al argumentar la tesis del “fin de la historia” que implicaba la ausencia de una alternativa viable al liberalismo occidental. El argumento implica que Rusia también haría bien en adoptar los estándares de la democracia pluralista occidental si quiere ser pacífica y “civilizada”, incluso si esto significa otorgar el derecho a usar la fuerza a la única superpotencia del mundo, Estados Unidos tal y como lo expone Viktor Kremenyuk.

Un ejemplo de conceptualización de un orden regional por parte de académicos liberales rusos es la noción del fin de Eurasia introducida por el codirector del Centro Carnegie de Moscú, Dmitri Trenin en uno de sus libros. El concepto es un intento liberal de responder a los proyectos geopolíticos conservadores de Rusia de integrar la región en torno a la visión de Moscú, y refleja el pensamiento de «no hay seguridad sin Occidente» asociado con políticos como Yegor Gaidar y Andrei Kozyrev, quienes ocuparon cargos clave en el gobierno durante el primeras etapas de la transformación poscomunista de Rusia. El concepto asume que la era de Rusia como el centro de gravedad en la antigua región soviética históricamente asociada con el Zarato de Moscovia, el Imperio Ruso y la Unión Soviética ha terminado. Trenin sostiene que, debido a las influencias externas generalizadas, especialmente las del mundo occidental y la globalización iniciada por Occidente, la región de Eurasia centrada en Rusia ya no existe. Por lo tanto, Rusia debe optar por su retirada geopolítica gradual de la región.

Los conceptos liberales de política exterior también están influenciados por la erudición de las relaciones internacionales occidentales y reflejan una preferencia por una orientación internacional pro occidental de Rusia. Para apoyar este argumento, discutimos brevemente dos conceptos de política exterior, el atlantismo y el imperio liberal. Presentados por figuras liberales destacadas como Andrei Kozyrev y Anatoli Chubais durante la respectiva decadencia y recuperación de Rusia, ilustran la conexión ideológica que buscamos resaltar. El atlantismo de Kozyrev asumió una reorientación radical de la política exterior de Rusia hacia Europa y los Estados Unidos, e incluyó una reforma económica radical, la llamada «terapia de choque», ganando un estatus a gran escala en las instituciones económicas y de seguridad transatlánticas, como la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el Fondo Monetario Internacional y el G7, y separando económica, política y culturalmente a la nueva Rusia de las antiguas repúblicas soviéticas. La visión atlanticista dio forma al nuevo concepto de política exterior preparado a fines de 1992 y promulgado como ley en Abril de 1993. El concepto de imperio liberal articulado por el ex zar de privatizaciones de Yeltsin, Anatoli Chubais, también tenía en mente la integración pro occidental de Rusia, pero principalmente por medios de libre comercio y empresa. Al igual que los primeros profetas de la globalización, como Francis Fukuyama y Thomas Friedman, Chubais abogó por la inevitabilidad de la exitosa expansión económica de Rusia dentro de la antigua región soviética y fuera de ella debido a su exitosa reforma de mercado.

Realismo o estatismo

Los realistas rusos también toman prestadas muchas herramientas conceptuales de las Relaciones Internacionales occidentales, particularmente estadounidenses, pero están motivados principalmente por las preocupaciones rusas de preservar la estabilidad interna y la seguridad de las amenazas externas.

En la investigación sobre la estructura y la polaridad del sistema internacional, los realistas desarrollaron una variedad de conceptos que diferencian entre varios tipos de sistemas unipolares, bipolares y multipolares y amenazas a la seguridad. Un ejemplo de ello es la propuesta de Aleksei Bogaturov de ver el sistema internacional posterior a la Guerra Fría como una “unipolaridad pluralista”, en la que el centro unipolar es un grupo de Estados responsables, en lugar de un solo Estado (Estados Unidos ). Bogaturov vio a Rusia como miembro del grupo y abogó por la consolidación de su posición dentro del centro global, así como por desalentar la formación de un Estado unipolar en el mundo. Su enfoque del orden mundial incluía, no muy diferente de la tradición escolar británica, las nociones de normas y reglas. También complicó la oposición ideológica Yo/Otro porque se esperaba que el Yo de Rusia desarrollara lazos más estrechos con el Otro (Occidente), mientras resistía la tendencia de sus miembros (Estados Unidos) de convertirse en predominantes en el sistema.

Los realistas también han criticado la noción liberal de las ideas democráticas universales cuestionando la importancia de las características internas en la lucha internacional por el poder y la seguridad. Muchos en Rusia ven los intentos de promover globalmente la democracia al estilo occidental como poco más que una ideología que cubre una lucha por la dominación del mundo, entre ellos los académicos Andrei Volodin, Kamaludin Gadzhiyev y Sergei Karaganov. En lugar de recomendar el desarrollo de este tipo de democracia, los realistas proponen que Rusia se concentre en fortalecer su posición internacional mediante la consolidación de los lazos regionales y la búsqueda de relaciones equitativas con las naciones occidentales y no occidentales.

Con respecto al orden regional, los realistas buscaron defender la posición de independencia y poder de Rusia. Un ejemplo de ello es el concepto de la antigua región soviética como un espacio post soviético introducido por primera vez en una serie de informes del Consejo de Política Exterior y de Defensa, la influyente organización no gubernamental que se lanzó y encabezada por Sergei Karaganov a principios de la década de 1990. La noción de espacio post soviético servía a los objetivos ideológicos de aquellos grupos sociales (industriales, empresarios, intelectuales y líderes de opinión de masas) que se veían a sí mismos como defensores del orden y la estabilidad de la región basados en la preservación de la influencia de Rusia. Al igual que la noción de unipolaridad pluralista, el espacio post soviético fue un híbrido de influencias moderadas y de línea dura porque buscaba revivir la coherencia social, económica y política de la antigua región soviética, sin revivir el imperio. Si bien se aleja del aislacionismo de Kozyrev, la noción de espacio posoviético, tal como la ven sus defensores, no puede compararse con la restauración del imperio o el resurgimiento del nacionalismo imperial agresivo. Por ejemplo, el informe de 1996 del Consejo de Política Exterior y de Defensa se refirió a la idea de la restauración soviética como una “utopía reaccionaria”. Al mismo tiempo, el informe argumentaba que no se disponía de una alternativa razonable a la integración postsoviética y que Rusia debería asumir el papel de líder de dicha integración.

Al defender a Rusia como un centro de poder relativamente independiente, los realistas persiguieron la noción de una política exterior multivectorial. Un ex académico senior y segundo ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Yevgeni Primakov, argumentó que, si Rusia siguiera siendo un Estado soberano con capacidades para organizar y asegurar el espacio posoviético y resistir las ambiciones hegemónicas en cualquier parte del mundo, no habría alternativa a actuar en todas las direcciones geopolíticas. Primakov y sus partidarios advirtieron contra Rusia de forma inequívoca ponerse del lado de Europa o los Estados Unidos a expensas de las relaciones con otros participantes internacionales clave, como China, India y el mundo islámico. Tal pensamiento se reflejó adecuadamente en los documentos oficiales. El Concepto de Seguridad Nacional del país de 1997 identificó a Rusia como una «potencia europea y asiática influyente», y recomendó que Rusia mantuviera la misma distancia en las relaciones con los actores políticos y económicos europeos y asiáticos globales y presentó un programa positivo para la integración de los esfuerzos de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en el área de seguridad. El Concepto de Política Exterior oficial del gobierno de 2000 se refería a la Federación Rusa como “una gran potencia … con la responsabilidad de mantener la seguridad en el mundo tanto a nivel global como regional” y advertía sobre una nueva amenaza de “una estructura unipolar del mundo bajo el dominio económico y militar de los Estados Unidos”.

Tradición Civilizacional

Además del liberalismo y el realismo, los estudiosos de las relaciones internacionales de Rusia han desarrollado una perspectiva distinta para comprender los fundamentos culturales del país y su entorno regional. La perspectiva combina teorías culturalmente esencialistas y constructivistas. Mientras que los esencialistas culturales se han inspirado en visiones de un imperio euroasiático u ortodoxo autosuficiente y autárquico, los estudiosos constructivistas ponen el énfasis en las síntesis culturales y el diálogo entre civilizaciones. Sin embargo, ambas escuelas parten de la suposición de la distinción civilizatoria de Rusia que debe preservarse y respetarse, en lugar de eliminarse o suprimirse.

Los esencialistas ven el sistema internacional en términos de una lucha irreconciliable de culturas, o un conflicto de civilizaciones, similar al descrito por Samuel Huntington. Algunos como Nikolai Nartov y Gennady Zyuganov, al igual que Huntington, identifican una lucha de civilizaciones multipolar, mientras que otros ven un conflicto geocultural esencialmente bipolar. El concepto de Alexander Dugin de una gran guerra de continentes es de este último tipo. La bipolaridad que percibe Dugin es el resultado de una lucha por los valores y el poder entre los dos rivales en competencia: los eurasianistas terrestres y los atlantistas orientados al mar. Rusia, Alemania, Irán y, en menor medida, Japón expresan con mayor claridad la orientación eurasianista, y Estados Unidos y Gran Bretaña expresan bien la postura atlantista.

Desde la perspectiva constructivista, el hecho de que el mundo sea culturalmente pluralista no significa que las culturas estén condenadas al conflicto. En su lugar, deberían esforzarse por establecer un régimen de «unidad en la diversidad», bajo el cual el Yo y el Otro podrían mantener un diálogo y una cooperación intensos al observar ciertas reglas reconocidas a nivel mundial, pero aún siguiendo sus propios conjuntos de normas desarrolladas internamente. Para sostener el sistema culturalmente pluralista, se necesitan nuevas ideas para desafiar el dominio de la globalización política y económica centrada en Estados Unidos, y ellas son desarrolladas por autores como Eduard Batalov, Tatiana Alekseyeva y Fedor Voytolovski. Algunos constructivistas propusieron el fortalecimiento de las Naciones Unidas como prototipo para el futuro gobierno mundial, con la Asamblea General como parlamento, el Consejo de Seguridad como órgano ejecutivo y el secretario general como presidente del Estado mundial.

Por ejemplo, el ex asesor de Gorbachov, Georgi Shakhnazarov, argumentó que dicha estructura era necesaria para abordar problemas globales urgentes, como el creciente militarismo, el agotamiento de los recursos mundiales, la sobrepoblación y la degradación ambiental, y para mitigar los impulsos egoístas de los ciudadanos locales. En su opinión, la reestructuración del Consejo de Seguridad propuesta por Huntington de acuerdo con la representación de civilizaciones significaría tirar por la borda todo el potencial positivo de las Naciones Unidas y volver a los tiempos de aislamiento y el imperio de la fuerza bruta en la política mundial. En cambio, y con el propósito de preservar y desarrollar la estructura de gobierno central del mundo, propuso un desarrollo gradual de las Naciones Unidas incorporando gradualmente en el Consejo de Seguridad a los Estados que han adquirido una influencia mundial indiscutible, incluidos Alemania, Japón y posiblemente incluso India, Brasil y otros Estados.

Una división similar entre esencialistas y constructivistas se refiere al análisis del orden regional. Los eurasianistas, como Dugin, ven ese orden como un imperio centrado en Rusia libre de cualquier influencia atlantista. De manera similar, los nacionalistas religiosos rusos han propuesto la noción de un imperio ortodoxo ruso. Por ejemplo, el influyente volumen “Russkaya doktrina” estableció un orden regional capaz de resistir a Occidente y volverse autosuficiente. Proyectando la retirada de Estados Unidos de la región, los nacionalistas piden una unión política, económica e, idealmente, militar en toda regla a la manera de un Pacto de Varsovia con China, India, Irán y otros países no occidentales.

A su vez, pensadores de orientación más constructivista sugieren conceptos que trascienden la conocida dicotomía de la región como pro occidental o euroasiática. A diferencia de los liberales pro occidentales, que comúnmente ven a Rusia en la necesidad de “regresar” a Europa, algunos académicos han asumido que Rusia ya está en Europa-Occidente. Por ejemplo, Dmitri Trenin, mientras otorga a Rusia el derecho a seguir un camino distinto, asume que el país necesita “convertirse” en parte de Europa y el “nuevo” Occidente. Rusia, dice, ha sido históricamente europea, pero a menudo “se salió” de Europa como resultado de intentos fallidos de reforma. Si este es el caso, entonces lo que Rusia realmente necesita es “regresar” a Europa, en lugar de preservar su identidad y distinción.

Según sus relatos históricos, Rusia ha sido parte de Occidente por más tiempo que otras naciones, incluido Estados Unidos. Por lo tanto, el desafío para Rusia no es ser incluido, sino desarrollar una conciencia más profunda de sí misma como miembro legítimo de Europa y de sus lazos especiales con el mundo. Dicho de otra manera, Rusia tiene que absorber intelectualmente el mundo-Occidente, en lugar de dejarse absorber por él. Un ejemplo de tal pensamiento es el concepto de Euro-Este de Gleb Pavlovski, que conceptualiza la región como parte de Europa y distinta por derecho propio. El Euro-Este comparte con Europa los valores de la economía de mercado y la creciente clase media, pero al estar principalmente preocupado por la modernización económica y social, la región tiene una necesidad especial de mantener la estabilidad política.

La política exterior también es vista por esencialistas culturales y constructivistas bajo una luz principalmente diferente. Tanto los euroasiáticos como los nacionalistas ortodoxos rusos insisten en la respuesta política más dura posible como el camino hacia la restauración del estatus geopolítico de Rusia del corazón de Eurasia según como lo exponen Mark Bassin y Konstantin Aksenov, y la autosuficiencia imperial, además de ofrecer una nueva idea atractiva para el mundo. Los constructivistas ven la política exterior de manera diferente. Los pensadores de orientación más socialista como Tolstykh abogan por un diálogo cultural como un principio humanista clave que puede poner al mundo en el camino de resolver los problemas globales de militarismo, pobreza y degradación ambiental identificados anteriormente. Los pensadores más conservadores como Aleksandr Panarin, inspirados en los valores cristianos ortodoxos abogan por una síntesis interreligiosa de la razón occidental y el mito oriental. Ven a Rusia como un lugar natural para tal síntesis y, por lo tanto, como un modelo para el mundo.

Para concluir

Aunque la teoría de las relaciones internacionales de Rusia no puede entenderse fuera de las relaciones del país con los desarrollos occidentales, también es un producto de la propia historia intelectual de Rusia.

La teoría rusa de relaciones internacionales después de la ruptura soviética solo es nueva en el sentido de que representa una nueva forma de enmarcar la realidad, pero detrás de nuevos conceptos, como la unipolaridad democrática o la política exterior multivectorial, se puede reconocer el mismo viejo debate sobre la idea rusa que había sido introducido por las polémicas occidentalizadores-eslavófilos a mediados del siglo XIX. Como sugiere nuestro análisis de los conceptos de sistema internacional, orden regional y política exterior, las distintas tradiciones rusas de occidentalismo, estatismo y civilizacionismo han sobrevivido y moldeado activamente los debates públicos sobre relaciones internacionales. No sólo en Estados Unidos, sino también (y quizás especialmente) en Rusia, una diversidad intelectual nacional está viva y bien, y no ha sido desalojada de las ciencias sociales por la globalización y el espíritu racional de la modernidad. Es en este contexto que uno puede entender el desarrollo futuro de la teoría rusa de las Relaciones Internacionales. Si bien toma prestados enfoques y herramientas conceptuales occidentales, es poco probable que el pensamiento internacional ruso se desvíe principalmente de algunos patrones de pensamiento ya establecidos y centenarios.

La experiencia rusa nos enseña una lección importante sobre el progreso del conocimiento en ciencias sociales y relaciones internacionales. Añade apoyo a la opinión de que el desarrollo de las ciencias sociales globales no puede ni debe ser un proceso unilateral, en el que uno (Occidente) enseña y otros aprenden. También implica que, para constituir un discurso significativo de las relaciones internacionales, los impulsos intelectuales locales deben encontrar la recepción y el compromiso global. El mundo es a la vez global y culturalmente pluralista, y solo eso supone la reciprocidad del aprendizaje. Una forma prometedora de lograr tal aprendizaje recíproco es a través del desarrollo de proyectos de investigación globales. La exposición a la demanda de trabajar junto con académicos de diferentes culturas afectaría rápida y positivamente nuestros sesgos disciplinarios, metodológicos y políticos, y proporcionaría un poderoso ímpetu para pensar de manera diferente. La investigación seria de las Relaciones Internacionales debe reflejar varias localidades, y nadie puede proporcionar una descripción más rica de esas localidades que sus propios residentes.

@J__Benavides

 


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