Comparto plenamente la afirmación del maestro José Rafael Herrera sobre lo que nos espera: “Después de la inminente liberación que no tardará mucho tiempo en producirse, Venezuela como concepto, es decir, como pensamiento y realidad, tendrá la obligación de reinventarse. Una Venezuela ha llegado a su fin. Hay que pujar por una saludable Venezuela naciente”.

Esa inminencia presagia grandes cambios y oportunidades, conscientes de haber aprendido que no puede reinventarse ninguna sociedad feliz desde el odio o lucha de clases, ni desde el miedo y la represión como ha intentado la gente que sostiene el socialismo del siglo XXI, chavistas y maduristas.

Para hacer real ese momento de liberación hay que enfrentar algunas tomas de decisiones, encontrar cuál es el camino que nos permitirá dejar atrás estos veinte años de fracasos, destrucción y miedo. En lo inmediato, se erige un gran dilema. ¿Solo lo podríamos lograr con apoyos externos que decidan de una vez acabar con este régimen, vergüenza para la humanidad, o por el contrario será desde sus entrañas, por su resquebrajamiento interno?

A esta segunda opción corresponden, como presagios, los diferentes movimientos que cada día aparecen buscando salidas, acciones en las que aparecen por primera vez juntos civiles y militares, quizás de forma incoherente, malograda, pero mostrando que por un extraño camino se está consagrando aquello de la unidad cívico militar. Militares como Oscar Pérez, Juan Carlos Caguaripano, el capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo, revelan que la condición militar no necesariamente enceguece el alma. Esto en medio de las derrotas es una buena noticia, en los cuarteles hay gente con la cual compartimos nuestras angustias. Este es el caso del joven sargento segundo de la Guardia Nacional Leandro Leomar Chirinos Parra, alias Nagasaki, una referencia para militares dentro y fuera de la institución castrense al dar una demostración de dignidad al general que lo detuvo y trató de humillarlo. Hay que reconocer que quizás se necesita más guáramo para oponerse desde adentro, en medio de la verticalidad, de la consigna de no pensar, sino solo obedecer, teniendo enfrente las mazmorras y las manos que torturan.

Para reinventar el país tenemos que revalorizar el ejemplo de todos estos hombres que idearon liberar el país, en medio del terrorismo, de la presencia apabullante de cubanos que sin piedad actúan como guardias del terror, representantes de una de las peores injurias hechas a la humanidad como ha sido robarle la alegría, el son, a Cuba, quizás el pueblo más musical de nuestro hemisferio.

Estas acciones por la libertad no pueden ser una muestra aislada, sino una reacción ante el sufrimiento y las penurias que deben estar arrastrando las familias de los militares. Como repetía Leandro Leomar ante las amenazas de su superior: “General, tengo familia”. Esa respuesta es una clave que debe alentarnos para la reinvención del país, Leomar está conectado con su familia, con su gente, con su pueblo y es un sentimiento que vale más que todas las amenazas, porque es un hombre libre que enfrenta a su superior en nombre de una causa mayor, su familia, es decir, su país.

Cuando pensamos en reinventar el país tenemos que utilizar estos ejemplos, más que granos de arena, son la raíz que puede formar la gran montaña para enfrentar el monstruo que hoy nos oprime y aterroriza. Cuánto vale el argumento de Leomar frente a los embozados terroristas de la FAES, la Dgcim. ¿Les habrá llegado la noticia de un niño de 12 años que decidió quitarse la vida, con la esperanza de que su hermana menor pudiese alimentarse con la comida que él dejaría de consumir? Y este es solo otro caso. ¿Habrá oído Ceballos Ichazo estas noticias cuando pregona que actúa en nombre del bienestar del país?

Para reinventar el país necesitamos voltearlo, eliminar todas las medidas, acciones que han puesto en marcha estos fatídicos propulsores del socialismo del siglo XXI, cuyos efectos hoy vivimos con la mayor desesperación; tenemos que acertar en el diseño de las estrategias y políticas públicas que reconstruyan la economía, refundar las instituciones que garantizan la existencia del Estado de Derecho y la igualdad de todos ante la ley. Pero también tenemos que reconocer los actos heroicos surgidos de la gente, de una tenacidad y resistencia absoluta. De igual calibre que la mostrada por los millones de venezolanos que caminando han ido en busca de nuevos horizontes, en lugar de arrodillarse y pedir limosnas; que emprenden caminos inciertos, llevados por un espíritu fuerte; que acometen acciones insólitas como es cruzar fronteras sin ninguna protección, sin medios económicos, solo con la esperanza de encontrar la solución para sus familias. Una idea que los lleva a resistir los peores desafíos y que nos muestra que la familia es una de las instituciones más poderosas que identifica a nuestro país y que es una bandera de lucha que puede remover los peores obstáculos.

Podemos enfrentar los dos discursos, el general que reprocha la acción a Leandro y su respuesta: “Lo hago por voluntad propia “, a lo que el general contesta: “Pero, qué tiene que ver la voluntad propia si esta es tu patria, la patria de Bolívar, la patria de Chávez”. Leandro repite tranquilo. “Tengo familia, mi general”. Es decir, los militares tienen familias, una clave para la reinvención y para la gran solución.


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