No es la primera vez, es peor. Se contagia a través del aire. La contaminación es voraz, se puede padecer pero sin mostrar sintomatología, se conoce como asintomático. Contagié sin saber cómo y cuándo. Inocente lo asumí como una pequeña molestia sin importancia. Vacunado -tres dosis-, sosegado, sorprendió, abatió con fuerza, sometió sin compasión en la lejanía, e hicieron presencia inmisericordes los síntomas. Aislamiento y encierro obligado. Preocupado de llevar por dentro y transportar el virus, intranquiliza. Sientes que te consume, domina. Estornudos, exhalaciones, flema en exceso repugnante, resequedad de garganta, dificultad para respirar, dolor de alma, cabeza y cuerpo; malestar, cansancio, desánimo, y las mascarillas necesarias pero que complican todo. Es esa pesadumbre de estar contagiado sin remedio, sentirse víctima, débil, y vivir a duras penas la incapacidad de resolver.

Igual como sienten los venezolanos enfermos de castro-madurismo, observando impotentes cómo la tiranía viola sin piedad ni consideración los derechos humanos, denunciada ante la Corte Penal Internacional, que sin afecto ciudadano ni devoción por la vida, prorroga un trimestre la angustia. Arruina el país, lo va deshojando, marchitándolo día tras día, y lo debilita sin compasión como el drogadicto que siente, sabe, paladea, que la droga daña, mata cada segundo sin tener la voluntad e impulso para echarla a un lado.

El castro-comunismo socialista delirante, sin razones, exclamador de frases y locuciones absurdas, sin sentido, huecas, rimbombantes, bailador de escenarios preparados, que como Midas al revés, estropea, pudre y vuelve caca, vende oro a la insaciable Turquía, huérfana de competencia que de la corrupción ha hecho forma de prosperar. La incompetencia no acepta la claridad competente que se ahogaría entre sus pifias. Busca culpables en sus fantaseados e inventados sabotajes, y contundentes errores, que sin capacidad no sabe enfrentar. Ha perdido el sentido de los servicios públicos y deja a la población a merced de la delincuencia nacional y extranjera. Ese izquierdismo que nació de engaños y fantasías ahoga más. El castrismo es un virus maldito, perverso, nocivo, que sin vacuna lleva años enfermando, matando e indisponiendo al ciudadano que le otorgó poder.

Tengo Covid, como el país del chavismo que lo contagió y el castro-madurismo que lo empeora. Sin ánimo, adolorido, preocupado, pero con la esperanza refugiada y la ilusión protegida. Países como el nuestro vienen siendo afectados por un virus político de consecuencias devastadoras que amenaza con extenderse. Desde la época de la Gripe Española 1918, se expandió el comunismo, que comenzaría a extinguirse con el derrumbe del Muro de Berlín, pero ha resurgido donde nunca germinó. Venezuela. La narrativa parece democrática, pero es espejismo, alucinación, engaño, son convencidos comunistas.

La fe que anima es la recuperación atiborrada de anticuerpos, por algo la Venezuela castrista es el ejemplo que señalan los líderes del continente y de buena parte del mundo como la promesa de lo que ellos no son, ni quieren ni desean para sus países.

Aunque vecinos no terminan de enterarse haciéndole carantoñas a ese infame, siniestro virus de la castro-izquierda. Que no es lo peor, lo execrable es que haya colombianos y brasileños que continúen alimentando sueños equivocados.

@ArmandoMartini


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