Después de todo, la tan criticada expansión de la OTAN hacia países que formaron parte de la URSS y de la órbita soviética luce ahora como que estaba justificada. Que los países bálticos, Polonia, Hungría y la República Checa, sean hoy miembros de la OTAN evidentemente frena por ahora las ambiciones de la Rusia de Putin de intervenir en esas naciones. Invadir Ucrania fue una decisión más fácil para el exagente de la KGB.

Hasta ahora, todo indica que los cálculos del presidente ruso no resultaron como lo aspiraba. Si su meta principal era evitar la expansión de la OTAN hacia la frontera occidental rusa, después de asumir que la alianza atlántica tenía fisuras que limitarían su respuesta, ahora la coalición militar está más fortalecida. Después de la invasión, Suecia y Finlandia están debatiendo si se afilian a la organización. La mayoría de sus poblaciones está dispuesta a dar ese paso por primera vez en la historia. Asimismo, las calibradas decisiones políticas y militares tomadas por los norteamericanos se han hecho en consultas con los aliados europeos, y no avanzan hasta lograr un consenso. La tortilla se volteó completamente, si se compara con las discrepancias que Trump intentó sembrar con Europa y entre los propios países del viejo continente.

Putin logró también la clarificación definitiva de que la confrontación política actual en el mundo es entre las autocracias y las democracias. Y que los países democráticos y sus dirigentes tienen que tomarse muy en serio esa realidad actual. Hace más de 30 años que terminó la Guerra Fría entre socialistas y capitalistas. China y Vietnam son más rivales que enemigos de las democracias occidentales. Sus economías, al igual que la propia rusa, están entrelazadas con las de los países democráticos europeos, Estados Unidos y las potencias asiáticas.

El hecho de que un régimen como el de Putin, con la segunda potencia nuclear del mundo y el tercer ejército más poderoso, haya invadido sin provocación alguna un país democrático que había renunciado hace unas dos décadas a la posesión del tercer arsenal de armas nucleares más letal del planeta pone de relieve la necesidad de impedir a toda costa que estos hechos se repitan. Se ha dicho bastante, pero vale la pena repetirlo: si a Putin se le permite salirse con la suya, no solo se regresará a épocas superadas respecto al respeto a la soberanía e independencia de las naciones; los regímenes autoritarios sentirán que tienen carta blanca para invadir a sus contrarios más débiles y de hacer lo posible por desestabilizar internamente a sus rivales.

Ese es el marco del análisis sobre esta guerra. No se trata de seguirla viendo como la vieja disputa entre superpotencias, con el manido argumento de que este invadió aquí y el otro lo hizo allá. La realidad actual es que este es un momento decisivo para la humanidad y para la prevalencia de las democracias en el mundo. No es lo mismo, si se quiere, que la invasión a Irak en 2003 (injustificada en el momento y mucho peor con lo que desencadenó la ocupación, con consecuencias nunca deseadas), que involucraba a un tirano que masacraba a sus ciudadanos kurdos con armas químicas y que ya había probado ser una amenaza a la estabilidad mundial cuando intentó apropiarse de Kuwait. Esta invasión rusa es a un país democrático cuyo único pecado es tratar de prosperar como nación independiente.

Las circunstancias han cambiado de tal manera que Nicolás Maduro hace rato hubiera salido de Miraflores si las consideraciones fueran las mismas que las de la Guerra Fría. Los parámetros son otros. Es ver a la Rusia de Putin, China, la Venezuela de Maduro, Irán, Bielorrusia y Cuba como regímenes autocráticos y corruptos, más que como meros países comunistas. El comunismo ya pasó de moda. Hace rato dejó de ser una opción o alternativa. El socialismo marxista de antes se comprobó que no funciona, ni económica, ni social ni políticamente. China se dice comunista, pero es la segunda potencia capitalista del mundo, con un régimen excesivamente autoritario. Vietnam es otro país capitalista más.

Y también hay que prestar atención a los quintacolumnas de estos regímenes en otros países. A los agentes internos como Donald Trump, en Estados Unidos, y como Víktor Orbán, de Hungría, en la Comunidad Europea y la OTAN. Hay que tomarlos en serio y mediatizarlos sin mucho miramiento. Hungría y Polonia están bastante cerca de ser gobiernos autoritarios. Se pliegan hoy a las democracias occidentales no solo por ser miembros de la OTAN, sino también porque ven la paja en el ojo ajeno. Putin los podría tener en la mira.

Los errores y blandenguerías se pagan caro en política. Obama amenazó a Siria con represalias si Bashar al-Asad continuaba lanzando armas químicas a sus adversarios. Al-Asad cruzó la línea roja al año siguiente y no pasó nada. Rusia no perdió tiempo y en 2015 inició operaciones militares aéreas en apoyo al régimen sirio, la primera vez desde el final de la Guerra Fría en que soldados rusos participaban en un conflicto armado fuera del territorio de la antigua Unión Soviética. Algo parecido ocurrió con la absorción rusa de Crimea en 2014. Hoy se ve que la oposición a esa ocupación ha debido ser más contundente.

Suecia y Finlandia se sienten amenazados. Alemania revirtió su política de más de 70 años sobre el bloqueo de transferencias de sus armas a zonas de conflicto y decidió ayudar a Ucrania con 1.000 armas antitanque y 500 misiles de defensa antiaérea, además de permitir a Holanda que enviara 400 lanzagranadas propulsadas por cohetes a los ucranianos. El canciller alemán, Olaf Scholz, indicó que la invasión rusa de Ucrania marca un punto de inflexión: «Amenaza todo nuestro orden de posguerra. En esta situación, es nuestro deber hacer todo lo posible para apoyar a Ucrania en la defensa de sí misma contra el ejército invasor de Vladimir Putin”. Alemania también se siente amenazada.

La neutralidad militar y política suiza tiene más de dos siglos, una tradición tan arraigada que apenas fue en 2002 que el país se incorporó como miembro pleno a las Naciones Unidas. Suiza, sin embargo, decidió hace pocos días adoptar todas las sanciones que la Unión Europea ha impuesto a las personas y empresas rusas, y congelará sus activos para castigar la invasión de Ucrania.

«Estamos en una situación extraordinaria en la que podrían decidirse medidas extraordinarias», dijo el presidente y ministro de Relaciones Exteriores, Ignazio Cassis. Aseguró que la neutralidad suiza se mantenía intacta, pero que por supuesto están “del lado de los valores occidentales».

Por valores occidentales se entienden el Estado de Derecho, la democracia, los controles y equilibrios de los factores de poder del Estado, el respeto a los derechos humanos. Es lo que está en juego. Putin lo hizo evidente y calculó mal la reacción de sus adversarios, empezando por el pueblo ucraniano


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!