El pasado 28 de julio, una fecha que ya muy pocos quisieran recordar en Venezuela, el maestro Pedro Castillo tomó posesión oficial de su cargo como presidente de Perú. Coincidencia esta que pasaría totalmente inadvertida a no ser por un conjunto de similitudes observadas en la retórica de dos personajes de distintas épocas, y que nos retrotraen inevitablemente a los comienzos de la tragedia venezolana.

Por más que uno quisiera otorgar el beneficio de la duda al flamante presidente; por más que Pedro Castillo, con su natural torpeza y cara de bonachón bien administrada, pretenda dar a conocer al mundo una contradictoria visión moderada de lo que será su gestión de gobierno, está claro que detrás de su triunfo y figura se esconden las verdaderas intenciones de una izquierda retrógrada que, en los tiempos que corren, está experimentando un resurgimiento peligroso en la región de América Latina y el Caribe.

Seguramente asesorado por el partido marxista-leninista que lo llevó a la presidencia: Perú Libre, de Vladimir Cerrón y su hermano Waldemar, son muchos los elementos del “instructivo” que dejó como legado el difunto comandante, Hugo Chávez, descaradamente presentes en el discurso de Castillo durante la campaña electoral, y que ahora como presidente pretende seguir manteniendo hasta que la mentira se caiga por su propio peso.

Tú y yo nos parecemos

Lo primero que enciende las alarmas es la tan cacareada propuesta de elaboración de una nueva carta magna por una Asamblea Nacional Constituyente que será elegida por el pueblo, y ratificación eventual de su texto en un referéndum. La misma receta aplicada por las villanas mentes del autoritarismo mundial, que una vez de haber accedido al poder por la inocente vía del voto democrático popular, pretenden reformar el Estado como un traje a la medida para sus aventuras de dominación y perpetuación en el poder.

Eso sí, Chávez en su momento, y ahora Castillo jura(ron) no ser comunistas e incluso ni socialistas. Como todo se olvida muy fácilmente, es bueno recordar que lo primero que hizo Chávez una vez que lo sacaron de Yare en 1994, fue ir a los brazos de quien secuestraría más adelante el destino de Venezuela. Por cierto, un diciembre inolvidable para el comandante, recibido con honores de jefe de Estado por su para siempre mentor, Fidel Castro. El descaro de Hugo era tal que cuando se le preguntó años después si él creía que en Cuba había una dictadura comunista, respondía con aquella mueca chocante de la boca, que los asuntos de Cuba él se los dejaba a los cubanos. Por su parte, Pedro Castillo ha insistido en su identificación como una figura progresista, aunque justo es decir que todavía no pareciera conocer el significado de esa palabra. Y no dejemos de mencionar que cuando se le ha preguntado por el estatus dictatorial en Venezuela, Castillo ha seguido el libreto diciendo que él no es nadie para juzgar lo que ocurre en nuestro país.

Al igual que Chávez en sus inicios, Castillo ha declarado que no tiene intención de renovar su mandato presidencial, asegurando que al finalizar su gestión retomará el oficio de maestro de escuela. Y es que la propuesta de una nueva constitución despierta mucha suspicacia por aquello del tema de la reelección, que sin duda se intentará incorporar en el texto, siguiendo la indispensable receta.

Castillo ha asegurado, muy al estilo del difunto, que el Estado ha de encargarse y será propietario de los recursos económicos estratégicos de la nación, pero que daría siempre la bienvenida a la inversión privada, tanto nacional como extranjera y transnacional. Nada de expropiaciones y esas calumnias que por ahí circulan ¿verdad?

La exaltación de la figura del pueblo en el discurso, por supuesto no podía faltar. Todos recuerdan a Hugo Chávez cuando decía que él se debía al pueblo, que el pueblo era su jefe y que él haría todo lo que el pueblo le ordenara. Castillo ha prometido mil veces el mismo “sometimiento”. Y es que hay que ser bien tontos para creerse el mismo cuento de siempre sobre el ejercicio de la soberanía a manos del pueblo.

Los hechos hablan por sí solos

Lo cierto es que –y es siempre justo preservar el beneficio de la duda– aún es temprano para decir categóricamente que Pedro Castillo será como un Hugo Chávez, incluso a pesar de las evidencias preliminares arriba citadas. Ciertas capacidades y atributos son determinantes. Pero, más allá del preocupante prólogo que nos ha mostrado Castillo, existe una realidad aún más tangible que sobrepasa lo que podrían ser las convicciones propias del nuevo presidente. Su esposa, Lilia Paredes Navarro, ha manifestado, tal vez ingenuamente, que Castillo tiene una visión propia de cómo gobernar, y que el jefe del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón (por cierto, con un pasado turbio de corrupción) podrá tener la suya.

Para conocimiento de la señora Paredes Navarro, ya los hechos comienzan a hablar por sí solos. A fines de la semana pasada, Pedro Castillo juramentó, como jefe de su gabinete ministerial y primer ministro, al señor Guido Bellido, una decisión que minutos después de haber sido anunciada generó numerosos comentarios de la opinión pública en general y de las numerosas fracciones políticas del Congreso de la República, incluidas algunas de la izquierda moderada.

Actualmente, el señor Bellido, abanderado de la izquierda radical extrema, y pieza político-ideológica clave de Vladimir Cerrón, es objeto de una investigación de la Fiscalía por el presunto delito de apología al terrorismo (se recuerdan sus simpatías mostradas por el Sendero Luminoso). Así mismo, Castillo ha nombrado al exguerrillero guevarista-comunista, Héctor Béjar, fundador del extinto grupo insurgente de los años sesenta, Ejército de Liberación Nacional, como ministro de Relaciones Exteriores. Por cierto, esta decisión nos hace recordar a los venezolanos los tiempos del también difunto líder guerrillero comunista, Alí Rodríguez Araque, quien fungió como uno de los tantos cancilleres que tuvo Hugo Chávez.

Estos nombramientos, así como otros más del gabinete ministerial, pudieran estar anunciando el peso que los grupos de izquierda radical, sobre todo dentro del partido –ahora de gobierno–, Perú Libre, ejercerán en la conducción y rumbo de la nueva administración.

Por ahora, reconforta un poco saber que existen ciertos contrapesos institucionales que no cederán el paso fácil a los propósitos de estos sectores extremistas. El actual Congreso peruano es una estructura atomizada cuyas decisiones requieren de complicadas e intensas negociaciones entre las diversas fracciones partidistas de izquierda, centro y derecha. En ese sentido, el nuevo partido de gobierno, con tan solo 37 de los 130 escaños del Congreso, tendrá que manejarse en esas aguas turbulentas.

Mientras tanto, las apetencias y vocación autoritaria de un nuevo partido marxista-leninista en el Poder Ejecutivo, continuará su acecho a la espera de las mejores oportunidades para subvertir el orden y las bases republicanas del Estado peruano. Desde fuera de las fronteras, los socios del Grupo de Puebla y del Foro de Sao Paulo celebran su nuevo triunfo en Perú, un eslabón más que se une a la renovada ola de las izquierdas que amenaza al continente.

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