Mientras el jefe del grupo negociador del gobierno chavista anunciaba con bombos y platillos su decisión de incluir entre los delegados con plenos poderes a Alex Saab, estaba agonizando un niño con insuficiencia renal en el hospital J. M. de los Ríos. Y disculpe el lector que se haga esta acotación que puede sonar demasiado dura, pero no se le puede quitar ni una letra a la realidad que carcome el corazón de todos los venezolanos y al cinismo de quienes mandan en Miraflores.

La vida y el futuro de Saab bien vale un invento como ese. Insistir en que el ciudadano colombiano es miembro del cuerpo diplomático venezolano y tiene algo que decir en la mesa de negociaciones de México es un recurso descabellado y desesperado de “salvarlo” –¿o será mejor conjugar el verbo en tercera persona del plural?– no de las garras de la muerte, pero sí de las de Estados Unidos.

¿Y por qué es tan valioso ese señor que hasta se atreven a semejante aberración? Hay que entender que de la suerte que corra Saab depende la de muchos que están en el gobierno, y eso sí que los pone a correr. ¿Qué les importa a ellos lo que pase en el hospital de niños si al fin y al cabo no les afecta? Mejor invertir el tiempo, la materia gris y los millones de verdes en salvar su propio pellejo.

Inteligentemente, la oposición decidió no distraerse, pero sería bueno recordarles a los venezolanos y al mundo no solo que esa estrategia es originaria de las FARC, sino que los negociadores de Maduro ya ejercieron su poder de “veto” con Carlos Vecchio, bien podría hacerse recíproco en este caso sin tener que levantarse de la mesa. Lo que es igual no es trampa. Y si lo que querían era que la delegación de la Plataforma Unitaria se parara de la mesa, pues le salió el tiro por la culata.

En medio de todo, sigue siendo demasiado cruel que esta gestión chavista se desviva por defender lo indefendible de una sola persona en vez de voltear su mirada hacia los que realmente sufren. No se les pide más sino que hagan su trabajo, que se ocupen de garantizarles el derecho a la vida a estos niños. Aunque sea, darles esperanzas. Por lo menos activar el programa de trasplantes.

“Terminarán muriéndose todos los niños”, tuiteó la especialista Susana Raffalli. Nadie quiere que esto sea cierto, pero es esa desesperanza la que cubre a toda Venezuela, e indudablemente sabemos quiénes son los responsables de sembrarla.

Venezuela no merece tanta maldad, mucho menos para salvar a unos cuantos. El país lleva 20 años de destrucción moral, pero no hay que conformarse con que se salven los malos y mueran los buenos. Hay que insistir en elecciones presidenciales libres y democráticas, en la mesa de negociaciones y en todas partes. Hay que cambiar el rumbo, por el bien de nuestros niños.

 


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