Si algo no nos debe sorprender a estas alturas en América Latina es que haber sido un gobernante corrupto no impide ganar elecciones y mucho menos ser reelecto en cualquier ocasión propicia que le pase por delante.

Es algo que impresiona muchísimo porque cuando alguna de estas figuras del folklore político son llevadas a juicio, previas investigaciones que duran una eternidad o que tienden a naufragar antes de llegar a su destino, la opinión pública se queda horrorizada al percatarse de que, paralelamente, los acusados aprovechan el escándalo que surge durante el proceso para labrarse su retorno al poder como si nada hubiera sucedido, y que todo ha sido un show para entretener a la muchedumbre.

Lo más sorprendente y para lo cual no existe explicación alguna es que han sido desalojados del poder por una abrumadora decisión de los votantes, incluso ex seguidores desengañados ante las promesas incumplidas y el robo feroz de los dineros públicos. Pero basta con un par de años de ejercicio del nuevo gobierno para que esos mismos votantes salgan a la calle a manifestar para que los odiados ladrones del tesoro público retornen al poder y hagan caída y mesa limpia con lo poco que queda en el Banco Central.

Si alguien piensa que los periodistas son unos exagerados y que tienen tirria a los pobres y sacrificados políticos, pues que echen un vistazo al retorno de los peronistas al poder en Argentina. La verdad es que da pena y mucha lástima que ese país tan querido y admirado por muchas y poderosas razones no logre salir de la crisis de gobernabilidad que le azota por décadas.

En el reciente acto ceremonial de entrega de la presidencia de Mauricio Macri a Alberto Fernández, nuevo mandatario, fue una cita digna de ser filmada por el genial director  y especialista en películas sobre mafiosos, Martin Scorsese, tal era la calidad de algunos de los invitados, cuyos expedientes por hechos de corrupción han sido o son investigados no solo por los tribunales de sus propios países sino por la justicia internacional.

Ciertamente no es un secreto para nadie que la mayoría tiene prohibición de obtener visa, propiedades o cuentas bancarias en Estados Unidos y Canadá, que en la Unión Europea sus pasos y sus finanzas son vigilados permanentemente y que en Suiza (paraíso de los ex presidentes) no los aceptan como clientes. Han tenido que recurrir a los paraísos fiscales y con muchas restricciones. Hasta Interpol los tiene en la mira.

Se sabe que la señora vicepresidente, Cristina Kirchner, está sometida a varios juicios ante los tribunales de su país y que no está señalada por simples raterismos sino que la implican por asuntos de mayor relevancia nacional e internacional. Todo esto es público y notorio, y sin embargo por su condición de vicepresidente resulta cuesta arriba que los tribunales la castiguen. De manera que hasta las maletas de Antonini Wilson pasarán al olvido. ¡Perón, qué grande sos!

 


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