Cuentan que un día, el capitán de un barco pirata dijo a su tripulación:

¡Marineros, hoy tengo que daros dos noticias, una buena y una mala! ¿Por cuál quereis que empiece?

—Por la buena!, optó la tripulación.

—Hoy nos cambiamos los calzoncillos! 

—¡¡¡Bien!!! ¿Y la mala?

—Tú con ese, tú con ese, tú con este…

Las elecciones del 4 de mayo  en Madrid, sin duda, arrojan un resultado indiscutible.  Isabel Díaz Ayuso, gracias a su capacidad para gestionar la crisis sanitaria y no convertirla en una insuperable crisis económica sectorial, como si ha ocurrido en otras circunscripciones, ha sabido ganarse la confianza de electores de todo tipo y condición, pero que tenían algo muy importante en común; querían seguir trabajando. Querían mantener sus negocios abiertos dando vida al tejido productivo y dándose vida ellos, como es lógico.

Pues esto, tan lógico, es lo que ha catapultado a Díaz Ayuso a la posición que hoy ocupa. No debe de resultar tan lógico, para mentes estructuradas de otro modo, especialmente, por lo que parece, para las mentes zurdas que, ante el desastre económico, optaron por el camino de la subvención y la ayuda, no dándose cuenta de que el dinero para proveer estas subvenciones y estas ayudas sale, en exclusiva, de la empresa privada, que es la que, con sus impuestos, llena las arcas para que luego puedan ser vaciadas.

Era obvio, hasta para el observador menos avezado, que la destrucción del tejido productivo llevaba a una debacle que no puede ser resuelta con un dinero público que no entra, precisamente por la destrucción del tejido productivo. Es la rata que se muerde la cola, perdón, el pez que se muerde la cola.

Que los gobiernos de izquierda, tan garantistas, no sepan comprender que un depósito con el grifo abierto ha de ser a su vez abastecido, porque si no se vacía, me hace desconfiar más aun, si cabe, en la posibilidad de que las izquierdas, como ellos mismos se llaman, nos pudieran sacar, en esta vida o en otra, del atolladero.

Consecuentemente, la mayoría de las ayudas ofrecidas no han llegado a su destino y, si han llegado, ha sido en forma de avales para créditos que, indudablemente, sus beneficiarios tendrán que satisfacer de cualquier modo.

Así pues, de esos polvos han salido estos lodos y el multiproyecto de Pedro Sánchez se resquebraja como lo que es, una edificación mal construida y sin cimientos sólidos.

De cualquier modo, como en el chiste, cada uno de los principales partidos tiene dos noticias, una buena y una mala, aunque en algunos casos la buena haya que buscarla no con lupa, sino más bien con microscopio.

En el caso de Podemos, la buena noticia es, sin duda, el final de la larga agonía de Pablo Iglesias, este personaje extemporáneo que se nos ha colado en la política nacional desde los sótanos de la acampada de la Puerta del Sol y que ha subvertido la democracia, buscando los recovecos de nuestro ordenamiento jurídico para trepar. Solo hay que ver cuál era su patrimonio hace cinco años y cuál es ahora. Como suele decir mi madre, por mi, a ver si se lo gasta en medicinas.

La mala noticia es que, de una manera o de otra, ahora nos tocará aguantar las malas formas de Irene Montero o de Ione Belarra, barriobajeras empoderadas por el inefable Iglesias. Hasta su pronta extinción.

En el caso de Mas Madrid, la buena noticia es el adelantamiento por la derecha que le ha propinado al PSOE. Esto habría de propiciar, en el caso de que Pedro Sánchez tuviera principios, una pronta convocatoria de elecciones generales.

La mala noticia es que un partido sin duda anodino y anónimo ha conseguido tal resultado no por mérito, sino por demérito del resto de la izquierda, más dedicada en esta campaña a menospreciar a los partidos y votantes de derechas que a contarnos su proyecto para Madrid.

En el caso del PSOE, la buena noticia, amén de que han perdido más de la mitad de su electorado, es que este buen hombre, Gabilondo, no tendrá que volver a asumir la humillación de enfrentarse al resto como un cordero entre los lobos. Humanamente, a mí este hombre me produce ternura. Me dan ganas de abrazarle y consolarle, antes de mandarle a casa a hacer calceta.

La mala noticia es que la prepotencia de Sánchez, su persona,  el único político que no guardó cola para votar el día 4, le ha impedido salir a rendir cuentas de la debacle ante la opinión pública, acto muy necesario sobre todo si evaluamos que ha estado presente durante toda la campaña. No tuvo la decencia siquiera de que su ejecutiva en Madrid pudiera recibir y asumir los resultados en la sede de Ferraz, y los mandó a un hotel para no aparecer por allí. Ni está, ni se le espera.

En el caso del PP, la buena noticia es, sin duda, el resultado que Isabel Díaz Ayuso ha cosechado, merecida recompensa a su valentía política y a su coherencia, manteniendo viva la ciudad de Madrid a pesar de las dificultades. Bien por ella.

La mala noticia tiene nombre propio y se llama Pablo Casado. Un tipo que quiso apuntarse, desde el minuto cero, el mérito de los resultados, con su patética intervención en el balcón de Génova, haciéndose además, la foto en solitario con Isabel Díaz Ayuso, robándole un protagonismo que se había ganado a pulso. Pablo, vuelve a las fotocopias y no hables cuando hablan los mayores. Sé educado.

En el caso de Vox, la buena noticia fue que, a pesar de la campaña de desprestigio más sucia y rastrera que recuerda nuestra democracia desde que Dolores Ibárruri le anunció a Calvo Sotelo que había pronunciado su último discurso (ahí sí que hubo balas, señor Iglesias, desgraciadamente), pese al voto masivamente fugado hacia Díaz Ayuso, por méritos personales de esta, ha logrado no solo mantenerse sino ganar un representante más. Con la corriente de simpatía y complicidad que Díaz Ayuso ha despertado, insisto, por méritos propios, para Vox mantener su cuota de electorado ha sido un gran mérito.

La mala noticia es que, al no ser necesarios para formar gobierno, puntos de su programa tan importantes como acabar con la “okupación”, organizar la respuesta al tema de los menas y la inmigración ilegal, quedarán, de momento, en la carpeta de los asuntos pendientes, dado que el PP se lava las manos en todo aquello que podría hacer que les llamasen derecha, no siendo conscientes que de la derecha viven.

En el caso de Ciudadanos, la buena noticia es que parece que nos vamos a quitar de encima al partido bisagra. Esta formación, carente de ideología y programa, que es capaz de pactar en un ángulo de 360º y, a su vez, promover mociones de censura contra sus socios, sobra en el panorama político. Además, votar a Ciudadanos es como ir a ver un Madrid-Barça, e ir con el árbitro.

La mala noticia es … No sé, me lo tengo que pensar.

Nos vemos (pronto) en las urnas.

¿Susto o muerte?

 


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