No es fácil escribir sobre política en un país tan polarizado. No, no estoy hablando de Estados Unidos, ni de España, sino de mi país, Venezuela. Es difícil por muchas razones, pero, principalmente, porque aquí todos somos eruditos en política e historia, y asumimos que sabemos más que nadie. Tanto que, cuando opinamos sobre los países mencionados, lo hacemos mejor que cualquier gringo egresado de Harvard o que algún español de la Complutense. Las elecciones estadounidenses no parecen haber terminado aún y en España se enfrentan por la aprobación de los presupuestos y por la ley Celaá de educación, controversial en muchos aspectos, incluyendo algo tan básico como cuál debe ser la lengua vehicular en la enseñanza. Pero, ¿y en Venezuela?

Aquí se aproximan unas elecciones y una consulta popular con resultados ya cantados. No se duda de que el gobierno triunfa en sus elecciones y tampoco en torno al éxito de la oposición en su consulta. ¿Qué hacemos a continuación? Después de dos décadas de dominación absoluta del chavismo/madurismo, con una oposición que ha dejado de ser tal (por muchos factores), no veo salida en el futuro cercano. La polarización de una década atrás ya no es tal. Nos cansamos de luchar contracorriente en un ambiente donde los líderes opositores quedaron disminuidos ante la magnitud y complejidad de la realidad-país. Los seguimos al principio, unos más fervorosamente que otros, con protestas y marchas multitudinarias (en las que se perdieron muchas vidas) y, con cada convocatoria a consulta electoral, ahí estábamos. En aquella época de crispación y optimismo, eran horas y horas de colas bajo el sol y la lluvia, solo para votar. Lo hicimos y, sin embargo, ¿qué logramos?

Me atrevería a decir que poco más que nada. La oposición fue perdiendo (¿cediendo?) espacios. ¿Fueron justas aquellas elecciones? No lo sé, pero sí puedo ver, con cierta envidia, como en otro país donde, por creer que hubo fraude electoral, el líder político, en este caso el presidente, ha hecho lo que le toca, esto es, conducir esa lucha. Aquí todos los “líderes” opositores, a pesar del descontento popular con unos resultados que no entendían, los aceptaron, uno tras otro, sin discusión. Y es que, incluso cuando la oposición finalmente ganó algo, como lo hizo en la última elección de la Asamblea Nacional, fue muy poco lo que se logró.

Este annus terribilis ha disparado las alarmas en todo el orbe. Países del primer y tercer mundo se han visto agobiados por la situación sanitaria que ha descalabrado sus economías. Nadie estaba preparado para afrontar una pandemia que parecía algo del pasado remoto. Vemos cómo una segunda ola del virus golpea con mayor fuerza que la primera en muchos países, y ya se habla de la posibilidad de una tercera…Nosotros, que tampoco estábamos preparados desde el punto de vista de infraestructura, sí lo estábamos psicológicamente hablando. Venimos surfeando ola tras ola de desastres desde hace más de dos décadas: devaluaciones, sistema sanitario colapsado, inseguridad física y jurídica, emigración masiva con desmembramiento del núcleo familiar… Tal como hemos hecho en el mar, donde todos hemos evitado alguna ola, o la hemos tomado para surfearla lo mejor posible, esperando esquivar el malecón y llegar ilesos a la orilla.

Durante este siglo XXI hemos sido inquietos testigos de cómo otros países (Chile y España), vistos con sana envidia apenas algunos años atrás, se han ido contaminando con el canto de sirenas de la izquierda, sirenas que parecieran deleitarse al vernos tratar de surfear torpemente las olas que ellas mismas, con la ayuda de algún Poseidón marxista, van creando. Pero muchas veces no lo logramos y la fuerza de esas olas nos arrastran para propinarnos impresionantes revolcones.

Nacido y educado en una Venezuela demócrata, a semejanza de los sistemas más participativos de Occidente, donde el voto universal decidía los destinos del país por los próximos 5 años, aún no me acostumbro a este caos. Pero, por otro lado, desconcertado por la situación poselectoral en la más universal de las democracias y del éxito en lo económico de otros países autoritarios que otrora conocíamos como comunistas (China), prosperando extraordinariamente sin necesidad de elecciones, alguien pudiera cuestionarse si vale la pena (o no) sacrificar la participación por el bienestar ciudadano.

En un país donde todos creemos saber tanto de política, no nos dejemos llevar por reflexiones pesimistas, incluyendo esta misma que hoy comparto. Por el contrario, si aún creemos en la posibilidad de una salida democrática, aprovechemos la oportunidad de participar en esta próxima consulta popular que convocan fuerzas de la oposición. Quién sabe, a lo mejor esta es la ola que, surfeada correctamente, nos lleve sanos y salvos a la orilla.


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