Bolivia
Foto Archivo

Los sufrimientos que padecen miles de venezolanos, en su desesperada peregrinación por cualquier camino que los lleve a un lugar en donde puedan alcanzar algo de paz, son pruebas fehacientes del daño que hace la satrapía que martiriza a Venezuela y a sus ciudadanos.

Ya nadie puede excusarse argumentando que lo que acontece a los venezolanos es consecuencia de una “polarización de la política nacional o del choque entre dos bandos irreconciliables”. Eso no tiene sustento en la realidad. La verdad es que mientras más se entroniza esa banda delincuencial en los controles de las instituciones del país, más sufre una población que huye desesperadamente buscando el pan que se le niega adentro, tratando de poner a salvo sus vidas sabiendo que en cualquier pueblo de Venezuela corren un peligro mortal.

No hay lugar en el mundo en el que se reúnan migrantes venezolanos y no se escuche el lamento de mujeres y hombres que tratan de conseguir sus papeles para regularizar su residencia temporal con su respectivo permiso de trabajo. Es un verdadero viacrucis lo que padecen los venezolanos. Las trabas, las demoras, el “venga la semana que viene” o el costo inusitado para tramitar ese papeleo. Todo eso es un espanto que aterroriza a esos seres humanos en situación de desterrados.

Las noticias que dan cuenta de esas tragedias se van amontonando en las primeras páginas de los periódicos en los que en grandes titulares se informa de venezolanos que mueren ahogados en el mar Caribe, mientras trataban de llegar a tierra firme en Trinidad y Tobago, simplemente para ver si consiguen la comida o las medicinas que se les niega en el territorio nacional. O de venezolanos que atraviesan trochas y emprenden unas caminatas interminables hasta que se aparece un despliegue de unidades blindadas reforzadas por militares armados con fusiles, tal como aconteció en territorio fronterizo peruano en el que trataron de “disuadir” a miembros de la diáspora venezolana que buscan ponerse a salvo.

Esa es la historia del éxodo que ya suma a más de 6 millones de seres humanos que no escapan a las perversiones de quienes tratan de aprovecharse de esas necesidades, tal como lo hizo en Argentina un agresor sexual que violó a una joven de 18 años de edad en su primer día de trabajo. Ese acto abominable ha sido rechazado, no solo por los dolientes de nuestra compatriota, víctima de semejante delito, sino que la propia comunidad argentina ha expresado su solidaridad con la joven venezolana.

Lo cierto es que esta marcha hacia cualquier parte del mundo solo parará cuando Venezuela sea liberada de esas mafias que en nada se preocupan por lo que llevan sobre su cuerpo y alma los venezolanos, sino que más bien hacen todo lo que se les ocurra para agudizar la crisis y espantar a más venezolanos hacia el éxodo y así poder quedarse con lo que verdaderamente les interesa que es el control absoluto del territorio nacional con sus riquezas.


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