La OTAN
LA OTAN/ Foto cortesía

Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, dio la sensacional noticia. El miércoles 11 viajó a Suecia y Finlandia y firmó acuerdos de apoyo mutuo con ambos países. Ese apoyo incluye la guerra, en la cual los británicos son grandes expertos.

El «todos para uno y uno para todos” vuelve a funcionar como en los libros de Los tres mosqueteros. No se menciona a Rusia, pero es evidente que, en la memoria de todas las personas bien informadas está la noticia de que esos dos países querían entrar en la OTAN, pero Rusia salió con la pachotada de considerar la solicitud de ingreso en el organismo defensivo como un casus belli.

Moscú pudo elegir, por ejemplo, felicitarse porque “ambas naciones escapaban de la tentación de fabricar armas nucleares”, para lo cual tenían el talento y el dinero requeridos. Lamentablemente, Vladimir Putin prefirió recurrir a la amenaza, sin advertir que no podía cumplir nada, y tuvo que conformarse con privar a Europa del gas ruso, que es como dispararse uno mismo en el pie.

El Reino Unido cuenta con unas 300 bombas nucleares. Suficientes para destruir totalmente Moscú, San Petersburgo y todas las ciudades de más de 50.000 habitantes. Las armas atómicas de Inglaterra están casi todas en movimiento a bordo de submarinos y de aviones de largo alcance, de manera que es imposible destruirlas “preventivamente”. Lo mismo sucede con la “force de frappe” francesa. La fuerza de disuasión creada por Charles de Gaulle, cuenta con silos ocultos y con lanzamientos desde submarinos y de los aviones Dassault Mirage IV. Tiene, como los británicos, unas 300 ojivas nucleares. Se da por descontada la colaboración de Estados Unidos con el Reino Unido y con Francia e Israel, aunque no se mencione directamente.

No creo que Putin esté loco. “Si compra un circo le crecen los enanos”, suelen decir los españoles de quien atraviesa una mala racha. Una cosa era enfrentarse a los georgianos o a los chechenos en el vasto, apartado y oscuro vecindario del Cáucaso, y otra muy diferente era invadir Ucrania en Europa Central, con luces y taquígrafos, de manera que han quedado registradas casi todas las violaciones de los derechos humanos (y de las señoras y las niñas), y casi todos los crímenes cometidos por un ejército en el que se alentaba ese tipo de comportamiento, incluido el robo de granos y maquinaria agrícola. Por estos días, precisamente, se desarrollará el primer juicio a un soldado ruso acusado de crímenes de guerra. Lo juzgará un tribunal ucraniano y está acusado de asesinar civiles en el pueblo de Chupakhivka, al este de Kiev. Hay 10.000 víctimas aguardando porque se les haga justicia.

Vale la pena leer Putin’s World de Angela Stent. Ahí están todas las claves de los antecedentes de este caballero. Ya no piensa en incorporar a las demás naciones a la lucha de clases -ha entendido que el marxismo fracasó rotundamente- pero cree que Rusia tiene un carácter excepcional, por su descomunal tamaño, por su situación (es el único país euroasiático, si exceptuamos a Turquía que tiene una parte de su capital en Europa) y por su historia. Sin embargo, realmente cree que la OTAN es el enemigo que debe batir y contra el que ha desatado la carnicería ucraniana, como antes acabó con la rebeldía chechena y georgiana. Teme al carácter “ofensivo” de una extraña liga de naciones, dirigida por Estados Unidos, que existe solamente por su carácter antirruso.

Hay que recordarle a Vladimir Putin que sólo dos veces la OTAN, en los setenta años de existencia, pasó a la ofensiva. Primera, para evitar que los serbios continuaran asesinando musulmanes en una “limpieza étnica” en Bosnia-Herzegovina, porque nadie ponía orden en ese manicomio. (Así concluyó la artificial construcción de Yugoslavia, conseguida por los juegos malabares del mariscal Tito, gran titiritero de ese engendro). Y, segunda, en el caso de Libia, arrastrada por los franceses de Jacques Chirac, para la supresión de Muammar el Gadafi en octubre de 2011. En ambos casos contaron con el apoyo de los emiratos árabes, especialmente de Qatar.

Es muy importante que Putin -dure lo que dure- entienda que el país más grande del planeta (el doble de Canadá, que es el segundo mayor del mundo) no debe y no puede interrumpir las incorporaciones a la OTAN. Esa es una expresión de la soberanía que Moscú debe respetar.

 


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