Con Lee Daniels hemos vuelto a topar con otro biopic frontal, literal y tremendista, basado en una historia real. El director es un pornógrafo de la miseria de su gente, al menos desde la cruel y binaria Precious, una película-manipulación-sentimental de los complejos de culpa de los viejos blancos de la Academia, quienes generalmente le compran el chantaje al realizador, para evitarse problemas con las tendencias radicales del progresismo de Twitter.

Lee Daniels filma horriblemente unas telenovelas de racismo invertido, donde no tienes opción y escape como espectador. Una de las trampas de la corrección política del supuesto “autor” es bajarte una línea a través de un dilema cerrado, según el cual hay una división entre una minoría victimizada y un poder opresor. Tal como una caricatura Black Panther de 2021, adoptando el compás moralista de Judas and The Black Messiah y La Mamá del Blues, las dos compañeras de lobby en la reciente y fatigante temporada de premios.

El trabajo de Lee Daniels me provoca una jaqueca tremenda. Sufrí síntomas de covid-19, de fiebre y dolor de cuello, al padecer Paperboy en una función de prensa. Aquella era una tragedia sudorosa de pantanos y estrellas en roles inverosímiles de white trash. De El mayodormo solo recuerdo el plot de un guion bien intencionado, sobre un ejercicio de relectura histórica del privilegio, las diferencias de clase y el poder en la Casa Blanca.

Todo superproducido para generar un efecto empalagoso en la audiencia.

The United States vs Billie Holiday ratifica un dilema planteado por Quintín en su libro La vuelta al cine en 40 días. Transcribiendo las palabras del maestro de la crítica, el programa de la película consiste en adoptar las dos vertientes del género “engañoso” del biopic, según la mirada del escritor argentino: “si no se excede en el respeto y la ñoñería, se excede en truculencia y sordidez, difícilmente pase de la caricatura”.

La cinta quiere posar de dura y moderna en su retrato de la drogadicción de la cantante, acompañada por un séquito de marginados, como de un Fellini hípster y autoindulgente.

Pero la falta de sutileza, la trampa de la ruptura de códigos a destiempo, diluye la pretensión narrativa de sacudir conciencias embotadas, afirmándolas más bien a una interpretación convencional de la alteridad y la excentricidad, como un telón de fondo de regocijo para el morbo fascinado por la degradación populista del exotismo.

Sin embargo, The United States vs Billie Holiday puede llegar a justificarse por la actuación de Andra Day, a pesar de sus tics para la tribuna del Oscar. La voz ronca y aguardentosa se anuncia exageradamente, perfilando un look y un maquillaje de ascendencia teatral, cuyo destino será agradar a los árbitros del gusto en la elección de los nominados del año.

Un cine, entonces, para convencidos y fanáticos de la tendencia hegemónica en el Estados Unidos de Biden versus Trump. Un no cine, por supuesto, si entendemos el arte como un espacio de indeterminación y esquivo de moldes preestablecidos.

Va siendo un problema de Hollywood, arruinarnos la función desde el anuncio de títulos como The United States vs Billie Holiday.

Mejor dejarlo como “Strange Fruit”, una gran canción, sin duda alguna. Canción contra el racismo y el Ku Klux Klan. Por algo, cualquiera se conmueve al contemplar la versión del tema musical original, a cargo de Andra Day en la película. En conclusión, la ilustración de cromos de Lee Daniels no supera a su fuente de inspiración.

Quédese con los archivos y los vinilos de Billie.


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