…es tan imposible que el vulgo se libere de la superstición como del miedo

B. Spinoza

Desde la Antigüedad clásica, la filosofía concentró sus esfuerzos en el establecimiento de una firme e inescindible unidad de la verdad, la belleza y el bien. “Dices bella, buena y verdaderamente”, afirma Sócrates de modo continuo en los Diálogos platónicos, para referirse, no sin énfasis, al hecho de que lo verdadero coincide con lo bello y lo bueno, al punto de que alcanzar el saber no es posible sino como resultado de una conquista estética y ética. Ser bueno implica el hecho de haber conquistado lo bello y, a la vez, lo verdadero. Y de igual modo -más allá de la moda, el maquillaje, las prótesis o las refacciones- existe una belleza mucho más delicada y envolvente, más cercana a Eros y Afrodita, una belleza que no caduca -más misteriosa y atrayente que la que vende el mercado-, que consiste en dar cumplimiento al oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”, porque a medida que más se profundiza en el saber se acrecienta su atractivo y crece el bien.

No hay mejor confirmación de la «unidad-distinción» de estos tres elementos orgánicos que el hecho de que mientras mayor es la ignorancia mayores son la maldad y la fealdad de quienes la comportan. ¿No es, bajo las actuales circunstancias del presente nacional, más fea, más vulgar -es decir, de sorprendente “mal gusto”, extraordinariamente mal hablada y presta a las “bajas pasiones”, a al odio y al resentimiento- una parte de la población que, por lo demás, tiende peligrosamente hacia un acelerado crecimiento estadístico? ¿Existirá alguna relación entre la mal llamada “música” de moda, los lamentables programas de televisión que se transmiten a diario, las redes sociales infectadas de superficialidades, el mal uso del lenguaje y los ya habituales crímenes de la semana? ¿Alguien podrá negar, en esta Venezuela empobrecida, triste y rota, las vinculaciones existentes entre la cada vez más preocupante ignorancia colectiva, la repugnante representación de “belleza” implantada, la criminalidad desatada y la acelerada violencia cotidiana?

En idioma italiano la fealdad lleva el sugerente nombre de “bruttezza” y su acepción incluye, además, lo que ha sido mal hecho. Tan brutta es la prostitución del cuerpo social como la de su espíritu. Decía Spinoza que “el orden y la conexión de las cosas es idéntico con el orden y la conexión de las ideas”. Pero, y dada la circularidad de la expresión, también se podría argumentar exactamente lo opuesto, cabe decir, la inversión especular de dicha expresión, sobre todo en el ambiente propio de una sociedad que ha sido deliberadamente sometida a descomposición: “el desorden y la desconexión de las ideas es idéntico con el desorden y la desconexión de las cosas”.

Cuando las “ideas” no son ni “claras” ni “distintas”, cuando carecen de “orden y conexión” o, más pura y simplemente, cuando ya no hay ideas, la realidad se transforma en un auténtico embrollo, una desgracia que afecta a todo el organismo social y lo conduce a la autodestrucción. De hecho, en estos días que transcurren, no muy distantes están del lenocinio las finanzas y el poder (las “riquezas” y los “honores” a los que se refiere Spinoza en sus Tratados), percibido como algo “natural” y, por ello mismo, como cosa “buena” y hasta envidiable. ¿Qué otra cosa es la corrupción sino la prostitución devenida norma de vida?

No obstante, históricamente, el “punto de quiebre” de la estrecha conexión de la verdad, la belleza y la bondad, se produjo después del imperio del ricorso de la teología filosofante -con sus “verdades de razón” y “verdades de fe”-, de las que deriva la “moral provisional” cartesiana. El conocimiento, según Descartes, es un instrumento -un método- que da cuenta de la certeza del mundo, de la intelección de la existencia material. Su propósito consiste -según el autor del Discurso del Método– en trazar las leyes de interpretación de los fenómenos. La creencia, la fe, la moralidad, en cambio, nada tienen que ver con el ámbito cognoscitivo. Son “cuestiones del corazón”, no de “la razón”. El cartesianismo, de hecho, impuso a la cultura moderna el camino de la “metódica” separación de conocer y creer, de certeza y moralidad. Y en ello, a pesar de las más diversas perspectivas teoréticas, lo siguieron casi todas las cabezas pensantes de su tiempo y muchas otras después, hasta convertirse en la ley que rige el modo de ser y de pensar actuales. Con la excepción de Spinoza.

Fue Spinoza quien escribió un Tratado de la reforma del entendimiento para demostrar que sólo se puede conquistar el bien enmendando el modo como los hombres asumen el conocimiento, lo cual sólo es posible superando el modelo propio de la racionalidad instrumental, la cual presupone que la verdad es cosa diversa del bien y que en nada se relaciona con lo bello. Conocer no es una premisa sino un resultado. Y ese resultado culmina en el re-conocimiento, esto es, en una relación que supera las formas abstractas del conocimiento y las comprende -las conserva- en ella, conquistando así el “sumo bien”.

Son los prejuicios la causa de los grandes conflictos personales, sociales y políticos. Una sociedad sustentada en la instrumentalización del conocimiento es una sociedad mecanicista, desafecta, atiborrada por la confrontación que su propia ignorancia genera. El mecanicismo propio de la razón instrumental acostumbra preguntar cómo se hace, pero no por qué se hace. Suele separar la forma del contenido y, más aún, confundir la forma con el contenido. No basta con la masificación de los centros educativos y su progresiva transformación en fábricas generadoras de instrumentistas, mal llamados “especialistas”. Un ingeniero, un odontólogo, un administrador, un computista o un abogado que no han sido integralmente formados, que cuentan con una visión parcial, carente de plena formación cultural, de “Bildung”, terminan siendo -probablemente- buenos técnicos en ingeniería, odontología, administración, computación o derecho. Pero seguirán siendo individuos con carencia de civilidad, que solo en apariencia pueden ser considerados ciudadanos. La gente de bien resulta del cultivo de la educación estética.

El entendimiento tiene que enmendarse a sí mismo. Debe superar su condición formalista e instrumental por la comprensión y el re-conocimiento. Una tarea pendiente para una sociedad desgarrada, inmersa en las miserias del prejuicio y la ausencia de sentido ético y estético. No por caso, la metafísica de Spinoza lleva por título Ethica. Quizá por eso la sociedad que -hasta el sol de hoy- le rinde culto al entendimiento abstracto lo excomulgara y acusara de “ateo”, lo proscribiera y prohibiera sus obras. Pero por esa misma razón, desde la distancia y frente a la crisis actual, Spinoza sigue manteniendo plena vigencia.

@jrherreraucv


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