El cine americano contemporáneo ha sido marcado a fuego por  la generación de los setenta, los “Easy Rider, Raging Bulls”, como los definió algún crítico en alusión a las dos películas que abrieron y cerraron simbólicamente esa década. Conviene ubicarlos en su justa perspectiva cultural e histórica. En los cincuenta la televisión trajo cambios cuánticos a la industria del cine, pero no hay que olvidar que esos cambios se operaban en el contexto de prosperidad y felicidad política que siguieron al trauma de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos conocía una década de expansión económica y era presidido por un padre bueno, que llegaba, vencedor de una guerra contra un mal inobjetable. La industria no tuvo problemas iniciales para ajustarse a esa nueva realidad hasta que la televisión mordió sus ingresos y una nueva realidad cultural, contestataria y rebelde descreía de las propuestas narrativas tradicionales. Los sesenta fueron catastróficos para Hollywood que solo se recuperó cuando un grupo de jóvenes salidos, no de la industria sino de las escuelas de cine, o de la crítica  propusieron temas y formas de filmarlos distintas. Y tuvieron éxito. Mucho éxito. Se llamaban Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Peter Bogdanovich y… Steven Spielberg. Todos tuvieron un éxito imprecendente pero Spielberg se despegaba del grupo porque además elegía temas que cabalgaban a la vez con los miedos americanos, las series de TV que lo habían formado en su niñez y un olfato inusitado para la taquilla. En sus comienzos el mal rodaba a plena luz del día en forma de camionero asesino en la hoy olvidada Duel de 1971, la rebeldía era el núcleo de Loca evasión en 1974, y, al año siguiente, el miedo se metía en el agua con la película que lo consagraría: Tiburón. A partir de ahí Spielberg se metería con los extraterrestres (Encuentros cercanos… y E.T), crearía héroes inefables (Indiana Jones), revisitaría el nazismo (La Lista de Schindler), la Segunda Guerra Mundial (Salvando al soldado Ryan), el terrorismo (Munich) , el espionaje (Puente de espías) y los remakes (West Side Story), la lista no es exhaustiva. No es extraño entonces que haya llegado la hora de la nostalgia.

Los Fabelman es en esencia la historia de una familia y del único varón que tempranamente descubre el valor de la imagen y comienza a dar sus primeros pasos en el mundo del cine. El libreto traza en paralelo, las peripecias de la familia, sus reubicaciones en Estados Unidos, siguiendo la carrera exitosa del padre, al tiempo que es la fascinación del hijo por la imagen la que conduce y comenta ese periplo. Para Spielberg la imagen es lo que su carrera ha postulado en las sucesivas entregas. Al mismo tiempo un poderoso medio de entretenimiento y, junto a él y con la misma potencia un arma reveladora. Es a través de la cámara que el protagonista descubre una verdad inconfesable que solo verá la luz por el efecto de haberse vuelto imagen. Y es esa verdad la que impactará la vida de los Fabelman. Pero junto a esa línea argumental está el ingenio de Spielberg para describir los claroscuros de la América de los cincuenta con los encantos de la adolescencia y el siempre presente fantasma del antisemitismo. Frente a ellos hay refugio en el cine por supuesto y es el cine el que va a permitir una carrera tan exitosa como la del padre, pero despojada del peso de la ciencia. El mundo del protagonista es el mundo que ha visto en el cine primero y luego en su sucedáneo doméstico, la televisión. Y a partir de ahí el destino está sellado. Hasta hay tiempo de recibir una primera lección del maestro de maestros (un impecable David Lynch como John Ford) que da una lección de narración y de cine. Lo que importa dice, es el horizonte. Lo que marca el interés de la película es el horizonte, lo cual equivale a decir que el tema de una película es el que determina el alcance y la forma de contarlo. De lo cual es testigo toda la filmografía de Spielberg, ese mapamundi de temas que siempre tienen un vínculo con el mundo actual. Hasta ahora el cine de Spielberg era un cine deliberadamente alejado del espectador. Los temas y mundos que proponían se acercaban al espectador por la vía de la historia, o de la ficción. De alguna forma era un cine lejano que recreaba mundos pasados o imaginarios. Los Fabelman es su película más personal, o por lo menos la que más se aproxima a la narración en primera persona. Se ve con el deleite nostálgico por una época de problemas leves, una infancia no exenta de problemas pero, en última instancia, y gracias al cine, feliz. Una joyita con el horizonte alto, como diría el maestro y aquí actor de reparto John Ford.

Los Fabelman (The Fabelmans). Estados Unidos 2023. Director Steven Spielberg. Con Paul Dano, Michelle Williams, David Lynch


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