Un amigo europeo se quejaba de las restricciones impuestas por el gobierno de Cuba. Simulando candidez pregunté si era por el Covid o por las protestas que recientemente sacudieron el país. La respuesta podía anticiparse: “las del Covid … ¿Protestas? leí algo, pero ese no es mi problema, solo quiero irme de vacaciones, igual esa gente nunca cambiará”. Lapidario.

Previendo la falta de interés que pudiera vivirse del otro lado del Atlántico, hice una búsqueda en Google sobre Cuba y no encontré nada reciente, silencio en las redes y en las fuentes noticiosas. ¿Es Cuba un “periódico de ayer”?

Y así es la civilización del espectáculo. Una noticia es rápidamente remplazada por otra, por otra y por otra. Inundaciones en Alemania y Bélgica, los americanos abandonaron Afganistán, Nairo Quintana no ganó el tour de Francia, comenzaron los juegos olímpicos de Tokio y agosto llegó preñado de vacaciones… Con indiferencia se pasó la página y allí quedaron los cubanos, víctimas de la dictadura, de los sueños revolucionarios, saturados de proclamas y slogans sesenteros que ya no hablan a nadie desde hace años.

Solo por algunos días de julio sonaron con estrépito los medios, volaron fotos y videos, verdaderos y falsos. Se encendió una luz de esperanza en la isla mártir. Un resplandor maravilloso al final del túnel de la dictatura y la quimera revolucionaria cubana. Desde la llegada de los barbudos de la Sierra Maestra el 1ero de diciembre de 1959 hasta julio del 2021, han pasado 62 años. Demasiado sufrimiento.

Los admiradores de la Revolución Cubana se apresuraron en culpar a las sanciones estadounidenses reinstauradas por Donald Trump y dejadas intactas por Joe Biden. Por su parte, los críticos del castrismo lo ven como la quiebra de un régimen, una revolución agotada después de 62 años de dominio absoluto.

La realidad es, sin duda, la suma de las dos, porque si bien es obvio que las sanciones económicas y financieras estadounidenses complican la vida de los cubanos, sí estamos ante un sistema que se muestra incapaz de regenerarse.

Las manifestaciones en veinte ciudades de Cuba, y más espectacularmente en el Malecón, la famosa avenida frente al Caribe en La Habana, cobraron una escala casi sin precedentes desde la revolución cubana o al menos desde los disturbios de 1994 que habían provocado la salida de decenas de miles de balseros hacia Florida.

El detonante inmediato fue la grave escasez de alimentos que se suma a una ya profunda crisis económica y social, un serio resurgimiento de la pandemia y su calamitosa gestión, en un país que continúa elogiando su sistema de salud, incluidas sus vacunas.

Pero el contexto histórico también es esencial. Por primera vez en 60 años ya no es un Castro quien gobierna Cuba. Fidel murió y Raúl con 90 años fue sustituido por Miguel Díaz-Canel, quien no cuenta con el aura de un pasado guerrillero mítico. Mas bien se trata de un burócrata de la nomenklatura, formado como ingeniero electrónico y quien dispone de las garras necesarias para trepar la enredadera espinosa del Partido Comunista de Cuba.

Para gran decepción, este relevo generacional no viene acompañado de ningún cambio político. En nada se vislumbra a un Gorbachov tropical. No se le nota el aleteo espiritual necesario para un cambio profundo en la sociedad cubana, como tampoco el olfato del pragmático para olisquear la oportunidad y sobrevivir con ella.

A principios de año, el poder comunista lanzó reformas económicas, en particular las monetarias, a expensas de una devaluación del 2400% del peso cubano y un mayor margen de maniobra para el sector privado, pero por ahora, la población solo está sufriendo los efectos negativos, en particular la inflación de tres dígitos. Y, sobre todo, nada de «glasnost» o “perestroika”, como decían en Moscú, no hay apertura política.

Los manifestantes marcharon al grito de «libertad». Es decir, más allá de las penurias y dificultades de la vida cotidiana, también había una demanda de respiro de una sociedad demasiado tiempo empapada de consignas.

Bandera de esta aspiración libertaria, un rap compuesto por jóvenes cubanos de La Habana y Florida, muy popular en la web fue entonado a coro por los manifestantes en las calles. Se trata de «Patria y Vida», una desviación de la consigna revolucionaria «Patria o Muerte», que es en sí mismo un crimen considerado “Castricida” y por tanto de alta traición a los intereses de la dictadura.

El llamado urgente a la movilización de militantes comunistas lanzado por el desdibujado sucesor de los hermanos Castro, puede augurar lo peor, una represión bárbara de este movimiento popular acusado de estar a sueldo de los americanos. Desgraciadamente, y así lo han probado a través de 62 años, la dictadura comunista es capaz de sobrevivir a las peores situaciones, pero en el contexto de una crisis tan profunda como la que atraviesa la isla, y sin la legitimidad de los padres de la Revolución, la situación no se les presenta fácil.

Para sostener su economía en harapos, Cuba reconoce la situación calamitosa de Venezuela después de haberla saqueado por 20 años y ante la evidente falta de interés de Rusia, emprende un sigiloso giro hacia otras fuentes.

Por ello, ante las cámaras y las luces, intenta medir el uso de la fuerza para no comprometer sus relaciones comerciales con la Unión Europea y Canadá. El control de las manifestaciones aparentemente se hizo sin mayor brutalidad y sangre. Sin embargo, el adverbio “aparentemente” escondería las peores prácticas de la represión de la dictadura cubana. De eso y más son conscientes los manifestantes, del uso indiscriminado de los infames Avispas Negras, de la hiperactividad de los Comité de Defensa de la Revolución quienes “peinarán” todas las calles de la isla en busca de contrarrevolucionarios y de la aplicación de una justicia sesgada, parcial e instrumental para el mantenimiento de los jerarcas y su revolución de consignas.

Estas tácticas probablemente contendrán esta ronda de protestas, al menos por ahora, pero no es una solución definitiva para Díaz-Canel. La interminable crisis económica que la pandemia ha agravado lo deja sin opciones para resolver los problemas que tanto irritan al pueblo cubano. Inevitablemente la apertura económica, el olor a libertad que trae consigo internet, la juventud que poco tiene que perder y tanto que ganar, la esperanza que nunca se pierde, forjaran un nuevo camino. Ya vendrán todas las primaveras.

Se habla tanto de la represión, del sistema eficiente de espionaje y delación, de la desmovilización y el miedo del pueblo cubano. Sin embargo, la impresión que tuvo el mundo entero en esas dos semanas fue que el pueblo cubano tiene tanta hambre, que hasta se comió el miedo.

Ojalá, mi amigo pronto me traiga un souvenir de Cuba con olor a libertad.

@A_Urreiztieta


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