Y de nuevo los hechos están a la vista, a plena luz del día, sin esconderse, los sucesos tanto sociales como políticos que en el presente conmueven a Iberoamérica, movilizaciones populares acompañadas como siempre de las lamentables bajas humanas, producidas por la utilización de la represión dirigida a contenerlos, costos presentes desgraciadamente en los conflictos económicos, sociales y políticos de todos los tiempos.

De igual manera, frente a nosotros, se encuentran como denominador común el deterioro de las condiciones de vida de nuestras poblaciones, el envejecimiento de sus aspiraciones, exigencias que siguen presentes y cada día con mayor fuerza en todo el continente, van de la mano con las abusos de poder y la pretensión hegemónica de los proyectos económicos y políticos, que en la actualidad se disputan el liderazgo de las comunidades.

Durante décadas (1950-2020), posterior a los efectos generados por la lucha antifascista durante la Segunda Guerra Mundial,  sectores progresistas vinculados a las élites han aspirado a la dirección de los estados de Hispanoamérica, etapa caracterizada por ejercicios de poder autoritarios, destinados en Centroamérica, Suramérica y el Caribe a prolongar una relación de explotación semicolonial, mediante la derrota de la emergencia liberal democrática.

En la segunda mitad del siglo XX, la pugna entre las aspiraciones de libertad y bienestar de nuestras poblaciones y los intereses económicos del capital local e internacional, se expresaron una y otra vez entre sostenidos proyectos políticos liberales y democráticos y respuestas autoritarias, acompañadas de conflictos de importancia, como la Internacional de las Espadas, la guerra civil colombiana, la insurrección boliviana, la Revolución cubana y las insurgencias guerrilleras iberoamericanas, Brasil y las dictaduras del Cono Sur, la Unidad Popular.

Y en la medida que trepamos por el siglo XXI, la conflictividad entre modelos y propuestas se mantiene, decantándose progresivamente en sus contenidos, quedando cada día más claro, que de por medio del prolongado y laborioso proceso económico, social y político que vivimos y padecemos, están finalmente presentes denominadores comunes:

La libertad, exigencia presente en cada individuo desde el comienzo de la vida, mediante la cual pretendemos los seres humanos desarrollar nuestras capacidades y disfrutar a plenitud de nuestro esfuerzo y nuestro talento.

El bienestar, extraordinaria demanda que hoy se hace la humanidad en cualquier rincón del planeta, sin diferencias de edad, sexo o color, porque deseamos vivir ahora aquí en la tierra como en el cielo que se nos ha prometido.

La prosperidad, exigencia que es indispensable resolver, porque no es posible  vivir más y mejor si no hay producción suficiente de alimentos y de bienes que lo permitan, de otra forma solo habrá pobreza y autoritarismo.

Resolver esa ecuación entre capital, trabajo y beneficios es la tarea de conducción política, no es un problema de resolución policial o militar, mucho menos a través de conspiraciones y conflictos interminables, en los cuales el peso de los sacrificios recae en el ciudadano.


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