Yo pertenecí a un grupo de jóvenes venezolanos que jugábamos a ser revolucionarios en el París de los años que vieron a Marcos Pérez Jiménez pasear su rechoncha figura militar encaramado en una vespa persiguiendo a chicas del cine italiano por las brillantes arena de La Orchila. Pretendíamos convencer a Fernand Léger para que no enviara a Caracas el mural y el vitral que se encuentran en el patio techado del Aula Magna y en la biblioteca de la Ciudad Universitaria contratados por Carlos Raúl Villanueva para enriquecer su hermoso proyecto de integración de las artes plásticas a la arquitectura y sumara su nombre a los de Arp, Laurens, Pevsner, Manaure, Lam, Lobo, Otero, Valera, Vassareli y tantos otros.

¡Perán Erminy y yo nos negamos rotundamente a participar en semejante desatino!

Se le exigía a Léger que no participase porque equivalía a hacerse cómplice del dictador venezolano. El militar tachirense permanece hoy sepultado en la ignominia, pero las obras del artista francés sobreviven no solo al tiempo y a los abusos e ignorancia de los estudiantes que en la Ciudad Universitaria pintan consignas políticas sobre las obras de arte, sino a los desmanes del régimen militar chavista que se ha dedicado a asfixiar a la propia universidad.

Aquellos muchachos vivíamos en el mismo Quartier y tal vez en la misma calle y nos conocíamos desde Caracas, pero el cónclave nos obligaba a comportarse como bolcheviques de seudónimos. ¡Era ridículo! Una vez me burlé de una regla de comportamiento y me condenaron a leer y a redactar una composición sobre materialismo y empiriocriticismo, un enredado y abominable libro del camarada Lenin.

Pero Léger sigue maravillándonos en el patio techado y en la biblioteca universitaria. Considerado un artista  excepcional y apasionado, murió al año de haber fijado su espléndida obra en la Universidad Central de Venezuela. En cambio, aquellos muchachos resultamos ser marxistas necios y ridículos aspirantes revolucionarios. Ninguno de nosotros llegó a ser dirigente político. ¡Apenas si logramos ser pésimos actores en una ridícula farsa revolucionaria!

¿Pudimos rozar siquiera la sombra de George Bracque? Él ponderaba “la línea que corrige la emoción”, es decir, la frialdad clínica, la disposición de contemplar la obra y analizar y disciplinar el torrente emocional y tamizar la deslumbrante luz que invadía el espacio de su taller; esa luz llamada musa o inspiración pero que conocemos como trabajo intenso y pasión… (¡y sabemos que toda pasión es sufrimiento!).

¡Jugábamos a ser revolucionarios! ¿Pudimos frenar, ordenar nuestros impulsos y no molestar a un artista del tamaño de Léger? ¡Desde luego que no! ¡Éramos demasiado necios y engreídos!

En Chile, los marxistas igualmente altivos trataron de bloquear la presencia del funesto Pinochet exhortando a no comprar vino chileno, una medida que siempre ha sido arma de doble filo porque tiende a asfixiar la economía del propio país víctima del sátrapa de turno o de su perverso sistema opresivo.

Cuando Francia le dio la espalda al mundo y el mundo le pidió que no continuara sus aventuras atómicas en una isla del Pacífico, los que trataron de disuadir al Elyseé intentaron un chantaje similar: embargar vino francés y exhortar al mundo para que no adquiriese o consumiese vinos, perfumes y cosméticos. Fueron muchos los que patrióticamente arrojaron por las ventanas y hacia la calle las enviudadas botellas de champaña y los elegantes envases igualmente vacíos de los perfumes y cosméticos. ¡Era una astuta manera de ser «obedientes»!

Los venezolanos que adversamos al régimen militar no hemos tenido necesidad de rogar a nadie para que se abstenga de comprar petróleo. El propio régimen se encargó de que nuestra industria petrolera se viniera abajo porque el nefasto Hugo Chávez expulsó a los técnicos y expertos petroleros, hundiendo en el pantano de la corrupción a la propia  industria, una de las más sólidas y altaneras. La convirtió en caja chica personal para dilapidar una fortuna en dádivas irresponsables y jactanciosas. Hoy Petróleos de Venezuela S.A  es un espectro de sí misma. ¡La gasolina es tan barata que el agua es más cara!

Los incendios, accidentes y averías en los campos petroleros son tan frecuentes que dan una idea remota del desastre petrolero causado por la ignorancia y negligencia de los nuevos «técnicos» y «obreros» sembrados por el régimen militar igualmente inoperante.

¡En la hora actual, el régimen militar adulto y narcotraficante se comporta como aquellos jóvenes inexpertos e irresponsables que actuamos en París en una deplorable farsa revolucionaria que, entre otras bagatelas, le exigió a Fernand Léger que dejara de ser quien era para ser nosotros los gloriosos artistas o acerados revolucionarios que nunca hemos sido.

 


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