Ilustración: Juan Diego Avendaño

El pasado 1º de julio el Banco Mundial actualizó su clasificación anual de los países del mundo. Aparecen, en una primera forma, según el volumen del producto nacional bruto del año anterior (o sea, 2022). Esas cifras revelan la magnitud de la economía de cada entidad (no necesariamente el nivel de desarrollo o de ingreso de la población). Por eso, más interesante es una segunda forma que toma en cuenta la población de cada uno, porque permite dividirlos en cuatro grupos: de producto interno bruto/per cápita bajo, mediano bajo, mediano alto y alto. Revela el nivel de desarrollo y la riqueza del pueblo.

El objetivo (por lo menos, declarado) del Estado moderno es el bienestar de su población: las actividades y los cambios se llevan a cabo para lograrlo. No fue así siempre. Durante milenios sólo unos pocos (1% o 2%) tenían lo suficiente para satisfacer sus necesidades. Se nacía para sufrir (en un “valle de lágrimas”) y morir pronto. Los gobernantes o no querían o poco podían hacer. Pero, desde el comienzo de la época moderna, la humanidad ha realizado enormes esfuerzos para superar los niveles de pobreza (o carencias) existentes. A principios del siglo XIX (1820) cerca de 92% de los seres humanos (que eran alrededor de 1.080 millones) vivían en pobreza extrema. Todavía en 1950 (cuando ya pasábamos de 2.525 millones) esa era la condición del 63,5%. En las últimas décadas se avanzó más: para 2015 ese porcentaje se había reducido a 10,6% (794 millones) de los habitantes del planeta.

En realidad, en los inicios de la época moderna, un conjunto de circunstancias (nueva consideración del ser humano, valoración del trabajo y la riqueza, descubrimientos geográficos, mejor conocimiento del mundo natural, avances científicos y tecnológicos) provocaron cambios radicales en la situación del mundo. En los tres siglos siguientes, se expandieron las ideas sobre la libertad del hombre, fue posible un aumento de la producción de bienes y el mejoramiento en las condiciones de salubridad que permitieron el crecimiento de la población, se establecieron sistemas democráticos de gobierno. Crecieron las ciudades, aparecieron nuevas clases sociales, se manifestaron las aspiraciones de las mayorías. También las gentes se conectaron y la sociedad se hizo global. Pero, los beneficios no llegaron a todos. Por eso, en 2015, los Estados miembros de las Naciones Unidas se comprometieron a poner fin a la pobreza en todas sus formas y fijaron plazos y metas para conseguirlo.

Porque no hubo logros en todas partes. En casi toda Asia, el Medio Oriente y África, las condiciones de pobreza se mantuvieron, a pesar de haber quedado sometidos a potencias comprometidas a “llevar la civilización y el progreso”. Así lo habían proclamado en el momento del reparto en Berlín (1885). En realidad, convirtieron sus dominios en colonias destinadas al aprovechamiento de sus riquezas. No se crearon estructuras e instituciones modernas ni se establecieron los servicios básicos, como los de educación y salud. Los pueblos, indefensos, fueron sometidos y en algunos casos víctimas de genocidio. Cuando accedieron a la vida independiente prácticamente carecían de todo. Menos dotadas para enfrentar las condiciones de la economía capitalista del mundo contemporáneo, las sociedades al sur del Sahara –especialmente las del interior del continente– tenían escasa producción de bienes. Muchos no podían atender a la subsistencia de la población. En algunos, la situación ha cambiado poco.

En América Latina, en mejores condiciones en 1824, ocurrió una situación particular, no siempre bien estudiada. Aunque los Estados nacieron bajo el influjo de las revoluciones liberales (Inglaterra, Estados Unidos, Francia) y sus primeras constituciones consagraron los derechos y libertades de los ciudadanos, al mismo tiempo se consideraron herederos del Estado español (con todas sus regalías). Los gobernantes, por tanto, adoptaron un concepto del poder derivado del absolutismo monárquico. Por eso, los próceres, los caudillos y finalmente los dictadores (incluso, los que se autodefinieron como “revolucionarios”) creyeron que podían disponer y apropiarse de rentas y bienes. Poco se preocuparon por crear y aumentar la riqueza nacional (aunque permitieron, para compartir beneficios, la participación de empresas extranjeras en la explotación de los recursos). Menos aún por mejorar las condiciones de vida de los pueblos. Hubo algunos intentos para avanzar hacia el desarrollo, con resultados notables, pero no se mantuvieron en el tiempo.

En las últimas décadas se han hecho esfuerzos para superar la pobreza en algunas regiones. Supone, ante todo, el crecimiento económico. Aunque no siempre lleva al objetivo final (establecer una sociedad más justa que brinde oportunidades a todos), es condición indispensable para lograrlo. Por eso, son importantes los planes para aumentar la producción y crear riqueza que pueda ser distribuida. El informe del Banco Mundial recuerda que 35 años atrás (en 1987), cerca de 30% de los países tenían un PIB/per cápita bajo (equivalente a un ingreso por persona inferior al mínimo vital). Ahora son sólo 11,2%. Se trata de los países más pobres del mundo: 20 de África (casi todos del Sahel o de los Grandes Lagos) y 2 de Asia (Siria y Afganistán). Aquellos 20 representan todavía 46% del total de las entidades de su continente. En 1987 se encontraban en tal condición 74% de los mismos.

En otras regiones del mundo el crecimiento de la economía se ha traducido en disminución de la pobreza general (y teóricamente de las personas). En 1987 los países de Asia Meridional (el 100%), figuraban entre los de pib/per cápita bajo. Sólo 13% continúan en esa condición. Y en Asia Oriental y el Pacífico donde el porcentaje era de 26%, se ha reducido a 3%. El mejoramiento ha sido notable. A finales de los años ’80 el pib/per cápita de India, China e Indonesia (3 de los 4 países más poblados), era bajo. Ahora, según el Informe comentado, habían subido de nivel: a mediano bajo el de India y mediano alto los de China e Indonesia. Eso ha influido positivamente en la vida de casi 40% de la humanidad. Es resultado del cambio de las políticas económicas, para establecer sistemas más abiertos con algún reconocimiento de la importancia del mercado.

Las últimas cifras de América Latina señalan algunos progresos: Uruguay, Chile y Panamá pertenecen al grupo de pib/per cápita alto y también –no es de extrañar– de democracias estables. Asimismo, Guyana (pero, sólo a causa del aumento de la producción de petróleo). Luego, detrás, los de grandes economías (Brasil, México, Argentina, Colombia) ensayan otra vez modelos basados en principios que han demostrado su inutilidad en países de diferentes latitudes. China e India los abandonaron para participar en el liderazgo internacional al que se creen llamados. No lo hacen los nuestros, a los que tientan fácilmente las promesas de caudillos mesiánicos o de grupos “revolucionarios” que esconden su verdadera naturaleza (agentes al servicio de fuerzas internacionales de intereses diversos). Como resultado, todavía es pequeño el porcentaje que corresponde a la región en la producción global de riqueza. Y sus países aparecen entre las de pib/per cápita medio alto (salvo Honduras y Bolivia).

El comportamiento económico de América Latina no es muy destacado. Entre los países de la región figuran dos de los diez más poblados del mundo: Brasil y México; pero sus economías (11ª y 14ª respectivamente) están lejos del volumen de las mayores. Ninguna – tampoco las de Argentina (22a) o Colombia (44ª)– exhibe un PIB/per cápita alto: en ese renglón, los países mencionados figuran en los lugares 88º, 80º, 75º y 102º. Mejores posiciones corresponden a Uruguay (61º), Panamá (63º) y Chile (66º). El monto del PIB/per cápita regional es de 8.688 dólares, apenas superior al del Medio Oriente y Norte de África, el Sur de Asia y África Subsahariana. Caso especial lo constituyen los países “socialistas”: Cuba, Venezuela, Nicaragua. Los dos primeros no pueden ser clasificados y el tercero apenas supera (como Haití) el nivel de los más pobres (con PIB/per cápita de 2.090 y 1.610 dólares). Pobres, entre los pobres.

En distintos momentos de la historia pareció que América Latina se incorporaba al proceso iniciado por las revoluciones liberales. Lo impidieron siempre factores internos o foráneos.  Los precursores de la independencia aspiraban formar “repúblicas” como las que nacían en el viejo mundo. Y ese fue el objetivo de los próceres. A finales del siglo XIX se creyó que algunas naciones, como Brasil, Argentina o Chile, tomaban ese camino. Las esperanzas renacieron a mediados del siglo pasado en Venezuela, Colombia o Costa Rica. Ambiciones personales o intereses de grupos las frustraron. Porque la modernidad (libertad, democracia, bienestar social) la construyen pueblos educados con pensamiento crítico.

@JesusRondonN


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